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El Cristo Triunfante - Contents
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    El pecado de incredulidad separa de Dios, 11 de abril

    “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad. Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu”. Isaías 63:9, 10.CT 110.1

    Desde el comienzo del pecado Cristo estuvo con su pueblo a fin de disputar la autoridad de Satanás, pues él comprendió que el conflicto se desarrollaría aquí en la tierra. Satanás resistió cada esfuerzo del hijo de Dios por redimir a su pueblo. Envuelto en la columna de nube durante el día y en la columna de fuego por la noche, Cristo dirigió, guió y aconsejó a los hijos de Israel en su peregrinaje de Egipto a Canaán. Pero, ¡cuán poca disposición a ser orientados revelaron los hijos de Israel! ¡Cuán indispuestos estuvieron a escuchar la voz del Ángel del Señor! ¡Cuán prestamente trataron de vindicar su comportamiento y justificar sus sentimientos de rebeldía y seguir sus propias ideas y sus propios planes!CT 110.2

    Era el poderoso Consejero quien estaba encubierto por la columna de nube y de fuego, el que velaba por el campamento de su pueblo. Era él quien los corregía en sus caminos errados y los animaba a confiar en el Dios vivo que los habría de conducir con seguridad a la tierra prometida. Ellos estaban constantemente bajo la mirada de Uno cuyos ojos nunca se cierran ni duermen y, sin embargo, murmuraron contra Moisés, el hombre a quien Dios había designado como dirigente visible y con quien Jesús habló cara a cara, como un hombre habla con su amigo. A pesar de que Dios había obrado por medio de Moisés, cuando el enemigo los asedió con conjeturas malignas, celos y un espíritu de crítica, no opusieron resistencia a sus tentaciones.CT 110.3

    Pero este fracaso lo explica la Palabra inspirada que nos advierte a quienes hemos llegado hasta los fines de los siglos para que no caigamos en el mismo espíritu de incredulidad... Los hijos de Israel cayeron bajo el poder del enemigo al abrigar un corazón malvado de incredulidad y alejarse del Dios vivo y, una vez que estuvieron del lado del enemigo, éste se aprovechó de ellos y los transformó en sus máximos aliados. El pecado de la incredulidad, que destruyó por completo la confianza que habían depositado en el Hijo de Dios, extravió definitivamente a Israel. En el mismo momento cuando debían estar alabando a Dios y exaltando el nombre del Señor, hablando de su bondad, de su poder, se sumieron en la incredulidad, en la murmuración y en la queja. El engañador buscaba por todo medio posible sembrar la discordia en medio de ellos, crear envidia y odio contra Moisés y promover la rebelión contra Dios. Al escuchar la voz del gran engañador fueron conducidos a la aflicción, la prueba y la destrucción.—Manuscrito 65, 1895.CT 110.4

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