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El Cristo Triunfante - Contents
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    Moisés fue un ejemplo de humildad genuina, 19 de abril

    “Que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito”. Éxodo 32:32.CT 118.1

    Después que los hijos de Israel hubieron escuchado en el Sinaí la promulgación de los Diez Mandamientos, se sumieron en la idolatría y el Señor se airó con ellos. Y le dijo a Moisés: “Déjame... que los consuma; y de ti yo haré una gran nación”. Pero no ocurrió de este modo, pues el hombre que había aprendido a buscar a las ovejas en el desierto; que había padecido el frío y las tormentas sin dejar que una sola oveja pereciera, no habría de abandonar a su pueblo. Apeló fervientemente a Dios para que no los abandonara, sino que perdonara su transgresión... Y su ferviente intercesión prevaleció.CT 118.2

    Moisés dijo: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”. Él no tenía confianza alguna en sí mismo. Su lema era: El Dios de Israel es mi fortaleza y mi dirección. No admitió adoración como lo habían hecho los soberanos de otras naciones. Repetidas veces les dijo a los hijos de Israel que sólo era lo que el Dios de Israel había hecho de él. En todas las batallas en las que habían alcanzado la victoria, les aconsejó que no reclamaran el triunfo para ellos mismos, porque el Dios de Israel era quien había vencido por ellos.CT 118.3

    Cuando el Señor le dijo a Moisés: “Mi presencia irá contigo”, podríamos pensar que este poderoso hombre de Dios se sintió satisfecho. Pero no fue así. Con insistencia suplicó: “Te ruego que me muestres tu gloria”. ¿Acaso Dios lo reprendió por su presunción?... El Señor tomó a ese gigante de la fe y lo colocó en la hendidura de una roca y allí le reveló su gloria...CT 118.4

    Cuando Moisés volvió y se reencontró con su pueblo casi no pudieron contemplar su semblante porque había estado en comunión con Dios, y su rostro reflejaba la gloria que Dios le había revelado. “La piel de su rostro resplandecía”. Cuando habló con el pueblo no tuvo otra alternativa que cubrir su rostro con un velo.CT 118.5

    No son las personas llenas de ostentación, pompa e incredulidad las que son grandes delante del Señor, sino las que son humildes y fieles. A fin de contestar las oraciones, el Señor desea que su pueblo alcance una experiencia individual. Cuanto más estrecha sea la relación con Jesús, más cerca estarán de su hermosura y de su vida, y tanto más humilde será la opinión que tengan de sí mismos. Cuanto menos estimen el yo, tanto mayor ha de ser la visión que tengan de la gloria y de la majestad de Dios. Cuando los hombres se proclamen puros y santos, no podrá haber mayor evidencia de que no lo son.—Manuscrito 36, 1885.CT 118.6

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