“Si los pobres que hoy atestan las ciudades encontrasen casas en el campo, podrían no sólo ganarse la vida, sino también recobrar la salud y gozar de la felicidad que ahora desconocen. Rudo trabajo, vida sencilla, estricta economía, y a menudo penalidades y privaciones, es lo que les tocaría. Pero ¡qué bendición sería para ellos dejar la ciudad, con sus incitaciones al mal, sus alborotos y sus crímenes, su miseria e impureza, para saborear la tranquilidad, paz y pureza del campo! CC 26.1
“Si a muchos de los que viven en las ciudades y que no tienen ni un metro cuadrado de hierba que pisar, y que año tras año no han mirado más que patios sucios y estrechos callejones, paredes de ladrillo y pavimentos, y un cielo nublado de polvo y humo, se los llevara a algún distrito rural, en medio de campos verdes, bosques, collados y arroyos, bajo un cielo claro y con aire fresco y puro de campo, casi les parecería estar en el Cielo. CC 26.2
“Apartados así del contacto de los hombres y de la dependencia de ellos, y alejados de los ejemplos, las costumbres y el bullicio corruptores del mundo, se acercarían más y más al corazón de la naturaleza. La presencia de Dios sería para ellos cada vez más real. Muchos aprenderían a depender de él. A través de la naturaleza oirían la voz de Dios hablar de paz y amor a su corazón, y su mente, alma y cuerpo responderían al poder reconstituyente y vivificador” (El ministerio de curación, págs. 143, 144 [1905]). CC 26.3