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La abnegación y la hipoteca de la iglesia CMC 274

Cada cristiano debe formularse estas preguntas inquisidoras: ¿Tengo, en la intimidad de mi alma, amor por Jesús? ¿Amo su tabernáculo?... ¿Es mi amor hacia Dios y mi Redentor bastante fuerte como para inducirme a negarme a mí mismo? Cuando sea tentado a gratificar el placer y los goces egoístas, ¿no diré: no, no gastaré ni un chelín, y ni siquiera medio chelín, para mi propia gratificación, mientras la casa de Dios esté hipotecada o soporte la presión de las deudas? CMC 274.1

¿No debería recibir Cristo nuestra primera y más elevada consideración? ¿No debería él exigir esta señal de nuestro respeto y lealtad? Estas son las cosas que revelan nuestro amor tanto en el hogar como en la iglesia. Si entregamos enteramente a Dios el corazón, el alma, la fuerza y la vida, y si le sometemos plenamente nuestros afectos, entonces daremos el lugar supremo a Dios en todo nuestro servicio. El resultado será que sabremos lo que significa ser socios con Jesucristo en la firma sagrada. El edificio levantado para rendir culto a Dios no quedará baldado por la deuda. Permitir que esto suceda casi parecería una negación de nuestra fe.—Carta 52, 1897. CMC 274.2