“Escudriñad las Escrituras,” fué el mandato del Maestro. Muchos han perdido gran beneficio por haber descuidado este deber. Cuando investigamos la Palabra de Dios, los ángeles están a nuestro lado, reflejando los claros rayos de la luz sobre sus sagradas páginas. Las Escrituras se dirigen al hombre como a alguien que tiene la facultad de elegir entre lo correcto y lo erróneo; le hablan por medio de amonestaciones, reproches, ruegos y expresiones de estímulo. La mente debe ejercitarse en las solemnes verdades de la Palabra de Dios, o de otra manera se debilitará. Tenemos la verdad presentada por medio de publicaciones, pero no es suficiente confiar en los pensamientos de otros hombres. Debemos examinar por nosotros mismos, y aprender las razones de nuestra fe, comparando un pasaje con otro. Tomad la Biblia, y sobre vuestras rodillas rogad a Dios que ilumine vuestra mente. Si estudiáramos diligentemente y con oración la Biblia día tras día, veríamos cotidianamente alguna hermosa verdad bajo una luz nueva, clara y vigorosa.—The Review and Herald, 4 de marzo de 1884. COES 23.2