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Cristo está presente por la fe, 8 de enero RJ 14

Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Juan 16:7. RJ 14.1

Cristo dijo: “Os conviene que yo me vaya”. Ninguno podría sentir entonces que tiene ventajas debido a su ubicación o a su contacto personal con Cristo. El Salvador habría de ser accesible a todos por igual, espiritualmente, y en ese sentido estaría más cercano a nosotros que si no hubiera ascendido a lo alto. Ahora todos son igualmente favorecidos al contemplarlo y reflejar su carácter. El ojo de la fe lo ve siempre presente, en toda su bondad, su gracia, su paciencia, su cortesía y su amor, esos atributos espirituales y divinos. Y al contemplarlo, somos transformados a su semejanza. RJ 14.2

Cristo pronto ha de venir en las nubes de los cielos, y debemos prepararnos para salir a su encuentro, sin mancha ni arruga ni cosa semejante. Hemos de aceptar ahora la invitación de Cristo. El dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”Mateo 11:28, 29. Las palabras de Cristo a Nicodemo son de valor práctico para nosotros hoy: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”Juan 3:5-8. RJ 14.3

El poder transformador de Dios debe estar en nuestros corazones. Debemos estudiar la vida de Cristo e imitar el Modelo divino. Debemos contemplar la perfección de su carácter y ser transformados a su imagen. Nadie entrará en el reino de los cielos a menos que su voluntad sea llevada cautiva a la voluntad de Cristo. RJ 14.4

El cielo está libre de todo pecado, de toda contaminación e impureza; y si hemos de vivir en su atmósfera, si hemos de contemplar la gloria de Cristo, debemos ser puros de corazón, perfectos en carácter por medio de su gracia y justicia. No debemos ser absorbidos por el placer y las diversiones, sino preparamos para las gloriosas mansiones que Cristo ha ido a preparar para nosotros. Si somos fieles, buscando bendecir a otros, si somos pacientes en el bien hacer, Cristo nos coronará en su venida con gloria, honor e inmortalidad.—The Review and Herald, 5 de diciembre de 1912. RJ 14.5