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No soltemos la mano de Dios Or 89

Pregunté al ángel por qué no había más fe y poder en Israel. Me respondió: “Soltáis demasiado pronto el brazo del Señor. Asediad el trono con peticiones, y persistid en ellas con firme fe. Las promesas son seguras. Creed que vais a recibir lo que pidáis y lo recibiréis”. Se me presentó entonces el caso de Elías, quien estaba sujeto a las mismas pasiones que nosotros y oraba fervorosamente. Su fe soportó la prueba. Siete veces oró al Señor y por fin vio la nubecilla. Vi que habíamos dudado de las promesas seguras y ofendido al Salvador con nuestra falta de fe. El ángel dijo: “Cíñete la armadura, y, sobre todo, toma el escudo de la fe que guardará tu corazón, tu misma vida, de los dardos de fuego que lancen los malvados”. Si el enemigo logra que los abatidos aparten sus ojos de Jesús, se miren a sí mismos y fijen sus pensamientos en su indignidad en vez de fijarlos en los méritos, el amor y la compasión de Jesús, los despojará del escudo de la fe, logrará su objeto, y ellos quedarán expuestos a violentas tentaciones. Por lo tanto, los débiles han de volver los ojos hacia Jesús y creer en él. Entonces ejercitarán la fe.—Primeros Escritos, 73. Or 89.2