El progreso de la reforma depende de un claro reconocimiento de la verdad fundamental. Mientras que, por una parte, hay peligro en una filosofía estrecha y una ortodoxia dura y fría, por otra, un liberalismo descuidado encierra gran peligro. El fundamento de toda reforma duradera es la ley de Dios. Tenemos que presentar en líneas claras y bien definidas la necesidad de obedecer a esta ley. Sus principios deben recordarse continuamente a la gente. Son tan eternos e inexorables como Dios mismo.—El Ministerio de Curación, 91 (1905). 1MCP 62.2