La verdadera educación incluye todo el ser. Nos enseña el uso correcto de nuestro ser. Nos capacita para hacer el mejor uso del cerebro, de los huesos y de los músculos, del cuerpo, de la inteligencia y del corazón. Las facultades de la mente, por ser las superiores, deben gobernar el reino del cuerpo. Los apetitos y las pasiones naturales deben someterse al dominio de la conciencia y de los afectos espirituales. Cristo está a la cabeza de la humanidad, y es su propósito guiarnos en su servicio, por las altas y santas sendas de la pureza. Por la maravillosa operación de su gracia, hemos de llegar a ser perfectos en él.—El Ministerio de Curación, 310 (1905). 1MCP 64.3