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Mente, Cáracter y Personalidad 2 - Contents
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    Capítulo 53—Controversia: positiva y negativa

    Si somos uno con Dios, habrá unidad—Dios es la personificación de la benevolencia, la misericordia y el amor. Los que están verdaderamente relacionados con él, no pueden estar en conflicto unos con otros. Si su Espíritu domina el corazón, producirá armonía, amor y unidad. Lo opuesto a esto se ve en los hijos de Satanás. Su obra consiste en suscitar envidia, contienda y celos. En el nombre de mi Maestro les pregunto a los seguidores de Cristo: ¿Qué frutos dan ustedes?—Testimonies for the Church 5:28 (1882).2MCP89 515.1

    Siembra y cosecha de disensiones—El que esparce semillas de disensión y discordia cosecha en su propia alma los frutos mortíferos. El mismo hecho de buscar algo malo en otros desarrolla el mal en los que lo buscan.—El Ministerio de Curación, 392, 393 (1905).2MCP89 515.2

    Satanás se deleita en las contiendas—Satanás está tratando constantemente de sembrar desconfianza, enajenamiento y malicia entre el pueblo de Dios. Con frecuencia estaremos tentados a sentir que nuestros derechos han sido invadidos, sin que haya verdadera causa para tener esos sentimientos... Las contensiones, disensiones y pleitos entre hermanos deshonran la causa de la verdad. Los que siguen tal conducta exponen a la iglesia al ridículo de sus enemigos, y hacen triunfar las potestades de las tinieblas. Están abriendo de nuevo las heridas de Cristo y exponiéndolo al oprobio.—Joyas de los Testimonios 2:83, 84 (1882).2MCP89 515.3

    La controversia conduce a la lucha—La obra especial y engañosa de Satanás ha tenido por propósito provocar controversia, para que hubiera luchas acerca de palabras que no aprovechan. Bien sabe él que esto ocupará la mente y el tiempo. Despierta un espíritu combativo y mata el espíritu de convicción en la mente de muchas personas, conduciéndolas a diversidad de opiniones, acusaciones y prejuicios que cierran la puerta de la verdad.—El Evangelismo, 117 (1888).2MCP89 516.1

    Las contiendas entre los hermanos demoran la segunda venida—Durante cuarenta años, la incredulidad, la murmuración y la rebelión impidieron la entrada del antiguo Israel en la tierra de Canaán... La incredulidad, la mundanalidad, la falta de consagración y las contiendas entre el profeso pueblo de Dios nos han mantenido en este mundo de pecado y tristeza tantos años.—El Evangelismo, 505 (1883).2MCP89 516.2

    No tenemos tiempo para contiendas y luchas—Hay hombres y mujeres que pretenden servir al Señor y que se conforman con ocupar su tiempo y su atención en asuntos de poca importancia. Están satisfechos cuando se encuentran distanciados unos de otros. Si estuvieran consagrados a la obra del Maestro, no estarían luchando y combatiendo como una familia de niños mal educados. Cada mano estaría dedicada al servicio. Cada cual estaría en su puesto del deber, trabajando con el corazón y el alma como misioneros de la cruz de Cristo... Los obreros deberían llevar a su servicio las oraciones y la simpatía de una iglesia reavivada. Recibirían sus órdenes de Cristo, y no tendrían tiempo para contiendas y luchas.—The Review and Herald, 10 de septiembre de 1903.2MCP89 516.3

    No permitamos que se produzcan controversias por causas triviales. El espíritu del amor y la gracia de nuestro Señor Jesucristo unirán corazón con corazón, si cada cual abre las ventanas de su corazón en la dirección del cielo, y las cierra a las cosas de la tierra.—Carta 183, 1899.2MCP89 517.1

    Dejemos a un lado las controversias—El poder de la gracia de Dios hará más en favor del alma que lo que podría hacer el conflicto de una vida entera. Cuántas cosas podrían ajustarse con el poder de la verdad, y cuántos viejos conflictos podrían pacificarse si se practicaran mejores modales. El grandioso principio: “Paz en la tierra para los hombres de buena voluntad”, sería practicado mejor si los que creen en Cristo fueran colaboradores de Dios. Entonces no se magnificarían las pequeñeces, acerca de las cuales tanto hablan algunos, que no se basan en la autoridad de la Palabra de Dios, como si fueran cosas importantes.—Carta 183, 1899.2MCP89 517.2

    La controversia induce a la defensa propia—En el trato que concedió a Tomás, Jesús dio una lección para sus seguidores. Su ejemplo demuestra cómo debemos tratar a aquellos cuya fe es débil y que dan realce a sus dudas. Jesús no abrumó a Tomás con reproches ni entró en controversia con él. Se reveló al que dudaba. Tomás había sido irrazonable al dictar las condiciones de su fe, pero Jesús, por su amor y consideración generosa, quebrantó todas las barreras. La incredulidad queda rara vez vencida por la controversia. Se pone más bien en guardia y halla nuevo apoyo y excusa. Pero revélese a Jesús en su amor y misericordia como el Salvador crucificado, y de muchos labios antes indiferentes se oirá el reconocimiento de Tomás: “¡Señor mío, y Dios mío!”—El Deseado de Todas las Gentes, 748 (1898).2MCP89 517.3

    No pronunciemos palabras de controversia ante un enfermo—A la cabecera del enfermo, evítese toda palabra acerca de dogmas o controversias. Diríjase la atención del enfermo hacia Aquel que quiere salvar a todos los que a él acuden con fe. Con fervor y ternura, procúrese ayudar al alma pendiente entre la vida y la muerte.—El Ministerio de Curación, 83 (1905).2MCP89 517.4

    La controversia no es provechosa—No debemos entrar en controversia con quienes sustentan teorías falsas. La controversia es inútil. Cristo nunca entró en discusiones. El arma empleada por el Redentor del mundo fue: “Escrito está”. Adhirámonos a la Palabra. Dejemos que el Señor Jesús y sus mensajeros den testimonio. Sabemos que su testimonio es verdadero.—Notas Biográficas de Elena G. de White, 101 (1915).2MCP89 518.1

    La controversia muy pocas veces suaviza las cosas—Los muchos sermones argumentativos predicados, raramente suavizan y subyugan el alma.—El Evangelismo, 130 (1892).2MCP89 518.2

    El enfoque positivo es más poderoso—No tengáis un espíritu de controversia. Los discursos denunciatorios hacen muy poco bien. El método más seguro para destruir las falsas doctrinas consiste en predicar la verdad. Mantened una actitud positiva. Dejad que las preciosas verdades del Evangelio maten la fuerza del mal. Manifestad un espíritu tierno y misericordioso hacia los que yerran. Acercaos a los corazones.—El Evangelismo, 224 (1902).2MCP89 518.3

    No obstante, hay una controversia que despierta las mentes—En todos los tiempos los mensajeros elegidos por Dios fueron víctimas de insultos y persecuciones; no obstante, el conocimiento de Dios se difundió por medio de sus aflicciones. Cada discípulo de Cristo debe ocupar un lugar en las filas para adelantar la misma obra, sabiendo que todo cuanto hagan los enemigos redundará en favor de la verdad. El propósito de Dios es que la verdad se ponga al frente para que llegue a ser tema de examen y discusión, a pesar del desprecio que se le haga. Tiene que agitarse el espíritu del pueblo; todo conflicto, todo vituperio, todo esfuerzo por limitar la libertad de conciencia son instrumentos de Dios para despertar las mentes que de otra manera dormirían.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 31, 32 (1896).2MCP89 518.4

    Las disensiones de los padres influyen sobre los hijos—Los padres crean en extenso grado la atmósfera que reina en el círculo del hogar, y donde hay desacuerdo entre el padre y la madre, los niños participan del mismo espíritu. Impregnad la atmósfera de vuestro hogar con la fragancia de un espíritu tierno y servicial. Si os habéis convertido en extraños y no habéis sido cristianos de acuerdo con la Biblia, convertíos, porque el carácter que adquiráis durante el tiempo de gracia será el carácter que tendréis cuando venga Cristo.—El hogar adventista, 12 (1894).2MCP89 519.1

    Las contiendas crean problemas—Como familia, podemos ser felices o desgraciados. Eso depende de nosotros. Nuestra propia conducta determinará el futuro. Ambos cónyuges necesitan suavizar las aristas de sus caracteres, y pronunciar sólo palabras de las que no tengan que avergonzarse en el día de Dios... Pueden llegar a discutir acerca de cosas que no valen la pena, y como resultado de ello obtendrán problemas. La senda de los rectos es de paz. Es tan llana que el hombre humilde, temeroso de Dios, puede caminar por ella sin tropezar y sin desviarse. Es estrecha; pero hombres de diferentes temperamentos pueden caminar lado a lado por ella, si sólo siguen al Capitán de su salvación.—Testimonies for the Church 4:502, 503 (1880).2MCP89 519.2

    Los castigos y los enojos producen rebelión—Las palabras ásperas y enojadas no son de origen celestial. Renegar y regañar nunca ayudan. Por el contrario despiertan los peores sentimientos en el corazón humano. Cuando vuestros niños proceden mal y están llenos de rebeldía y os sentís tentados a hablar y actuar ásperamente, esperad antes de corregirlos. Dadles una oportunidad de pensar y serenad vuestro ánimo.2MCP89 519.3

    Al tratar bondadosa y tiernamente a vuestros niños, recibiréis la bendición del Señor. ¿Pensáis que en el día del juicio de Dios habrá alguien que se lamente de haber sido paciente y bondadoso con sus niños?—Conducción del Niño, 230 (1903).2MCP89 519.4

    La proximidad de Cristo produce unidad—Lo que causa división y discordia en las familias y en la iglesia es la separación de Cristo. Acercarse a Cristo es acercarse unos a otros. El secreto de la verdadera unidad en la iglesia y en la familia no estriba en la diplomacia ni en la administración, ni en un esfuerzo sobrehumano para vencer las dificultades—aunque habrá que hacer mucho de esto—sino en la unión con Cristo.2MCP89 520.1

    Representémonos un círculo grande desde el cual parten muchas rayas hacia el centro. Cuanto más se acercan estas rayas al centro, tanto más cerca están una de la otra.2MCP89 520.2

    Así sucede en la vida cristiana. Cuanto más nos acerquemos a Cristo tanto más cerca estaremos uno del otro. Dios queda glorificado cuando su pueblo se une en una acción armónica.—El hogar adventista, 158 (1894).2MCP89 520.3

    La armonía entre los padres es esencial—Debe haber completa confianza entre los esposos. Ambos deben hacer frente a sus responsabilidades. Juntos deben trabajar por el mayor bien de sus hijos. Jamás deben, en presencia de éstos, criticar uno los planes del otro ni poner en tela de juicio el criterio del otro. Procure cuidadosamente la esposa no dificultarle al marido la obra que hace por los hijos. Sostenga el marido, por su parte, las manos de su esposa, dándole prudente consejo y amoroso aliento.—El Ministerio de Curación, 305 (1905).2MCP89 520.4

    Sin diferencias—Si ambos padres están en desacuerdo, y uno de ellos procura contrarrestar la influencia del otro, la familia se desmoralizará, y ni el padre ni la madre serán objeto del respeto y la confianza que son esenciales para una familia bien gobernada... Los niños disciernen prestamente cualquier cosa que inspire desprecio por los reglamentos de una casa, especialmente los que restriñen sus acciones.—El hogar adventista, 281 (1894).2MCP89 520.5

    Conducción positiva del hogar—No tenéis derecho a ensombrecer la felicidad de vuestros hijos mediante la crítica o una severa censura por faltas insignificantes. Los verdaderos errores debieran ser presentados tan pecaminosos como realmente son, y debiera seguirse una conducta firme y decidida para evitar que reaparezcan. Sin embargo, no debe dejarse a los hijos en un estado falto de esperanza, sino con cierto grado de ánimo para que puedan mejorar y ganar vuestra confianza y aprobación. Los hijos quizá deseen hacer lo correcto, quizá se propongan en su corazón ser obedientes, pero necesitan ayuda y ánimo.—Conducción del Niño, 261 (1884).2MCP89 521.1

    Paz en la iglesia—Haya paz en el hogar, y habrá paz en la iglesia. Esta preciosa experiencia llevada a la iglesia será el medio para crear un bondadoso afecto mutuo. Cesarán las rencillas. La verdadera cortesía cristiana se verá entre los miembros de iglesia. El mundo tomará nota de que ellos han estado con Jesús y han aprendido de él. ¡Qué impresión haría la iglesia en el mundo si todos los miembros vivieran vidas cristianas!—Conducción del Niño, 521 (1903).2MCP89 521.2

    La muerte disipa las diferencias—Cuando la muerte cierra los ojos de una persona, y sus manos quedan cruzadas sobre el pecho inmóvil, ¡cuán pronto cambian las divergencias! Ya no hay amarguras ni resentimientos; los desprecios y yerros se olvidan y perdonan. ¡Cuántas palabras de cariño se dicen acerca de los muertos y cuántas cosas buenas de su vida se recuerdan! Se expresan alabanzas y encomios; pero caen en oídos que no oyen, sobre corazones que no sienten. Si esas palabras hubiesen sido dichas cuando el espíritu cansado las necesitaba, cuando el oído podía oírlas y el corazón sentirlas... ¡Cuántos, mientras están de pie, embargados por la reverencia frente al silencio de la muerte, recuerdan con vergüenza y con pesar las palabras y los actos que infundieron tristeza al corazón que ahora está paralizado para siempre!2MCP89 521.3

    ¡Infundamos ahora en nuestra vida toda la riqueza, el amor y la bondad que podamos infundirle! Seamos serviciales, agradecidos, pacientes y tolerantes en nuestro trato unos con otros. Mientras viven aún nuestros hermanos, expresémosles en nuestro trato diario los sentimientos que suelen expresarse al lado de los moribundos y los muertos.—Joyas de los Testimonios 2:192 (1889).2MCP89 522.1

    En el cielo no hay contiendas—Que nadie crea, aunque esté teóricamente firme en la verdad presente, que no comete errores. Pero si se cometen errores, que haya disposición para corregirlos. Y evitemos todo lo que pueda producir disensión y contienda; porque tenemos un cielo por delante, y entre sus habitantes no hay contienda.—The Review and Herald, 8 de agosto de 1907; Counsels on Health, 244.2MCP89 522.2

    Se necesita más amor y menos crítica—Siempre habrá diferencias de opinión, porque cada mente está constituida de diferente manera. Hay que tener cuidado con las tendencias heredadas y cultivadas, no sea que produzcan contiendas acerca de cosas de menor importancia. Los obreros de Cristo deben unirse en tierna simpatía y amor. Que nadie crea que es una virtud mantener sus propios conceptos, y suponer que es el único a quien el Señor le ha dado discernimiento e intuición. La caridad cristiana cubre multitud de cosas que alguien podría considerar que son defectos en los demás. Se necesita mucho amor, y mucho menos crítica. Cuando el Espíritu Santo esté obrando evidentemente en los corazones de los ministros y sus ayudantes, manifestarán la ternura y el amor de Cristo.—Carta 183, 1899.2MCP89 522.3

    No hay que atacar a las personas—Algunos de nuestros hermanos han dicho y han escrito muchas cosas que han sido interpretadas como que expresan antagonismo hacia el gobierno y la ley. Es un error exponernos así a malentendidos. No es prudente tratar de descubrir continuamente fallas en lo que hacen los dirigentes del gobierno. No es nuestra tarea atacar a individuos o instituciones. Debemos tener mucho cuidado, no sea que se intérprete que nos estamos oponiendo a las autoridades civiles. Es verdad que nuestra lucha es agresiva, pero nuestras armas están en un sencillo “Así dice Jehová”. Nuestra obra consiste en preparar a un pueblo para que pueda estar en pie en el gran día de Dios. No debemos permitir que se nos desvíe a un terreno que promueva conflictos o despierte antagonismos entre los que no son de nuestra fe.—Testimonies for the Church 6:394 (1900).2MCP89 522.4

    Cómo hacer frente a la incredulidad y a las enseñanzas cismáticas—Se me mostró que malos ángeles, bajo la forma de creyentes, obrarán en nuestras filas para introducir un fuerte espíritu de incredulidad. Que ni siquiera esto los desanime; en cambio, ofrezcan un corazón leal para ayudarle al Señor contra los poderes de los instrumentos satánicos. Esos poderes malignos aparecerán en nuestras reuniones, no para recibir una bendición, sino para contrarrestar las influencias del Espíritu de Dios. No tomen en cuenta las declaraciones que hagan; en cambio, repitan las ricas promesas de Dios, que son sí y amén en Cristo Jesús. Nunca debemos aceptar las palabras que puedan pronunciar los labios humanos para confirmar a los malos ángeles en su obra, sino que debemos repetir las palabras de Cristo.—Carta 46, 1909.2MCP89 523.1

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