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Cuando Jesús envió a los doce en su primera misión de misericordia, les encargó que fueran “a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos”. Lucas 9:2. “Y yendo—les dijo—predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:7, 8. Y mientras ellos iban “por todas las aldeas, anunciando el Evangelio y sanando por todas partes” (Lucas 9:6), las bendiciones del cielo descansaban sobre sus labores. El cumplimiento de la misión del Salvador por parte de sus discípulos, hizo de su mensaje un poder de Dios para salvación, y por sus esfuerzos muchos fueron llevados al conocimiento del Mesías.
Los setenta, enviados un poco más tarde, fueron también comisionados a sanar “los enfermos” (Lucas 10:9), y a proclamar el advenimiento del Redentor prometido. En su obra de enseñar y sanar, los discípulos siguieron el ejemplo de su Maestro, quien ministraba tanto al alma como al cuerpo. Su Evangelio era un mensaje de vida espiritual y restauración física. Se vinculaban la liberación del pecado y la curación de la enfermedad.
Y al final de su ministerio terrenal, cuando encargó a sus discípulos la solemne comisión de ir “por todo el mundo” para predicar “el Evangelio a toda criatura”, declaró que su ministerio se investiría de autoridad por la