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Reflejemos a Jesús - Contents
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    Cristo trajo sanidad espiritual y restauración física, 11 de enero

    Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias. Salmos 103:2, 3.RJ 17.1

    Cristo ordenó al paralítico que se levantase y anduviese, “para que sepáis—dijo—que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados”.RJ 17.2

    El paralítico halló en Cristo curación, tanto para el alma como para el cuerpo. La curación espiritual fué seguida por la restauración física. Esta lección no debe ser pasada por alto. Hay hoy día miles que están sufriendo de enfermedad física y que, como el paralítico, están anhelando el mensaje: “Tus pecados te son perdonados”. La carga de pecado, con su intranquilidad y deseos no satisfechos es el fundamento de sus enfermedades. No pueden hallar alivio hasta que vengan al Médico del alma. La paz que El solo puede dar, impartiría vigor a la mente y salud al cuerpo.RJ 17.3

    Jesús vino para “deshacer las obras del diablo”. “En él estaba la vida”, y El dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. El es un “espíritu vivificante” 1 Juan 3:8;Juan 1:4; 10:10; 1 Corintios 15:45. Y tiene todavía el mismo poder vivificante que, mientras estaba en la tierra, sanaba a los enfermos y perdonaba al pecador. El “perdona todas tus iniquidades”, El “sana todas tus dolencias”.RJ 17.4

    El efecto producido sobre el pueblo por la curación del paralítico fue como si el cielo, después de abrirse, hubiese revelado las glorias de un mundo mejor. Mientras que el hombre curado pasaba por entre la multitud, bendiciendo a Dios a cada paso, y llevando su carga como si hubiese sido una pluma, la gente retrocedía para darle paso, y con temerosa reverencia le miraban los circunstantes, murmurando entre sí: “Hemos visto maravillas hoy”...RJ 17.5

    En la casa del paralítico sanado, hubo gran regocijo... Estaba delante de ellos, en el pleno vigor de la virilidad. Aquellos brazos que ellos habían visto sin vida, obedecían prestamente a su voluntad. La carne que se había encogido, adquiriendo un color plomizo, era ahora fresca y rosada. El hombre andaba con pasos firmes y libres. En cada rasgo de su rostro estaban escritos el gozo y la esperanza; y una expresión de pureza y paz había reemplazado los rastros del pecado y del sufrimiento. De aquel hogar subieron alegres palabras de agradecimiento, y Dios quedó glorificado por medio de su Hijo, que había devuelto la esperanza al desesperado, y fuerza al abatido. Este hombre y su familia estaban listos para poner sus vidas por Jesús. Ninguna duda enturbiaba su fe, ninguna incredulidad manchaba su lealtad hacia Aquel que había impartido luz a su oscurecido hogar.—El Deseado de Todas las Gentes, 235-237.RJ 17.6

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