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    9. El Proceso De Curación

    1. Una enfermedad nunca viene sin causa. La enfermedad no so-breviene nunca sin causa. Descuidando las leyes de la salud se le prepara el camino y se la invita a venir. Muchos sufren las consecuencias de las transgresiones de sus padres. Si bien no son responsables de lo que hicieron estos, es, sin embargo, su deber averiguar lo que son o no son las violaciones de las leyes de la salud. Deberían evitar los hábitos malos de sus padres y, por medio de una vida correcta, ponerse en mejores condiciones.CMM 111.1

    Los más, sin embargo, sufren las consecuencias de su mal compor-tamiento. En su modo de comer, beber, vestir y trabajar, no hacen caso de los principios que rigen la salud. Su transgresión de las leyes de la naturaleza produce resultados infalibles, y cuando la enfermedad les sobreviene muchos no la achacan a la verdadera causa, sino que mur-muran contra Dios. Pero Dios no es responsable de los padecimientos consiguientes al desprecio de la ley natural... (Consejos sobre el régimen alimenticio, p. 145).CMM 111.2

    Dios nos ha dotado de cierto caudal de fuerza vital. Nos ha for-mado, también, con órganos adecuados para el cumplimiento de las diferentes funciones de la vida, y tiene dispuesto que estos órganos funcionen armónicamente. Si conservamos con cuidado la fuerza vital, y mantenemos en buen orden el delicado mecanismo del cuerpo, el resultado será la salud; pero, si la fuerza vital se agota demasiado pronto, el sistema nervioso extrae de sus reservas la fuerza que necesita, y cuando un órgano sufre perjuicio todos los demás quedan afectados. La naturaleza soporta gran número de abusos sin protesta aparente; pero, después reacciona y procura eliminar los efectos del maltrato que ha sufrido. El esfuerzo que hace para corregir estas condiciones produce a menudo fiebre y varias otras formas de enfermedad (El ministerio de curación, pp. 179,180).CMM 111.3

    2. La cooperación del paciente. Cuando el abuso de la salud se lleva a tal extremo que remata en enfermedad, el paciente puede muchas veces hacer por sí mismo lo que nadie puede hacer por él. Lo primero es determinar el verdadero carácter de la enfermedad, y después proceder con inteligencia a suprimir la causa. Si el armónico funcionamiento del organismo se ha perturbado por exceso de trabajo, de alimento, o por otras irregularidades, no hay que pensar en remediar el desarreglo con la añadidura de una carga de drogas venenosas.CMM 112.1

    La intemperancia en el comer es a menudo causa de enfermedad, y lo que más necesita la naturaleza es ser aliviada de la carga inoportuna que se le impuso. En muchos casos de enfermedad, el mejor remedio para el paciente es un corto ayuno, que omita una o dos comidas, para que descansen los órganos rendidos por el trabajo de la digestión. Muchas veces el seguir durante algunos días una dieta de frutas ha proporcionado gran alivio a personas que trabajaban intelectualmente; y un corto período de completa abstinencia, seguido de un régimen alimenticio sencillo y moderado, ha restablecido al enfermo por el solo esfuerzo de la naturaleza. Un régimen de abstinencia por uno o dos meses convencerá a muchos pacientes de que la sobriedad favorece la salud.CMM 112.2

    3. El reposo como remedio. Algunos enferman por exceso de trabajo. Para los tales, el descanso, la tranquilidad y una dieta sobria son esenciales para la restauración de la salud. Los de cerebro cansado y de nervios deprimidos a consecuencia de un trabajo sedentario continuo se verán muy beneficiados por una temporada en el campo, donde lleven una vida sencilla y libre de cuidados, cerca de la naturaleza. El vagar por los campos y los bosques juntando flores y oyendo los cantos de las aves resultará más eficaz para su restablecimiento que cualquier otra cosa.CMM 112.3

    Estando sanos o enfermos, el agua pura es para nosotros una de las más exquisitas bendiciones del Cielo. Su empleo conveniente favorece la salud. Es la bebida que Dios proveyó para apagar la sed de los ani-males y del hombre. Ingerida en cantidades suficientes, el agua suple las necesidades del organismo y ayuda a la naturaleza a resistir a la en-fermedad. Aplicada externamente, es uno de los medios más sencillos y eficaces para regularizar la circulación de la sangre. Un baño frío o siquiera fresco es excelente tónico. Los baños calientes abren los poros, y ayudan a eliminar las impurezas. Los baños calientes y templados calman los nervios, y regulan la circulación.CMM 113.1

    Pero son muchos los que no han experimentado nunca los bené-ficos efectos del uso adecuado del agua, y le tienen miedo. Los trata-mientos por el agua no son tan apreciados como debieran serlo, y su acertada aplicación requiere cierto trabajo que muchos no están dis-puestos a hacer. Sin embargo, nadie debería disculpar su ignorancia o su indiferencia en este asunto. Hay muchos modos de aplicar el agua para aliviar el dolor y acortar la enfermedad. Todos debieran hacerse entendidos en esa aplicación, para dar sencillos tratamientos caseros. Las madres, principalmente, deberían saber cuidar a sus familias en tiempos de salud y en tiempos de enfermedad.CMM 113.2

    La acción constituye una ley de nuestro ser. Cada órgano del cuer-po tiene su función señalada, de cuyo desempeño depende el desarrollo y la fuerza de aquel. El funcionamiento normal de todos los órganos da fuerza y vigor, mientras que la tendencia a la inacción conduce al decaimiento y a la muerte. Inmovilícese un brazo, siquiera por algunas semanas, suélteselo después, y se verá cuánto más débil resulta que el otro que siguió trabajando con moderación durante el mismo tiempo. Igual efecto produce la inacción en todo el sistema muscular.CMM 113.3

    La inacción es causa fecunda de enfermedades. El ejercicio aviva y regula la circulación de la sangre; pero, en la ociosidad la sangre no circula con libertad, ni se efectúa su renovación, tan necesaria para la vida y la salud. La piel también se vuelve inactiva. Las impurezas no son eliminadas como podrían serlo si un ejercicio activo estimulara la circulación, mantuviera la piel en condición de salud, y llenara los pulmones con aire puro y fresco. Tal estado del organismo impone una doble carga a los órganos excretorios y acaba en enfermedad.CMM 113.4

    No se debe alentar a los inválidos a que permanezcan inactivos. Cuando ha habido mucho exceso de alguna actividad, el descanso completo por algún tiempo prevendrá a veces una grave enfermedad; pero al tratarse de inválidos crónicos, raras veces se impone la suspen-sión de toda actividad.CMM 114.1

    Los que han quedado quebrantados por el trabajo mental deberían desechar todo pensamiento fatigoso; pero no se los debe inducir a creer que todo empleo de las facultades intelectuales sea peligroso. Muchos se inclinan a considerar su estado peor de lo que es. Esta idea dificulta el restablecimiento, y no debería favorecerse.CMM 114.2

    Hay pastores, maestros, estudiantes y otros que hacen trabajo men-tal que enferman a consecuencia del intenso esfuerzo intelectual, sin ejercicio físico compensatorio. Estas personas necesitan una vida más activa. Los hábitos estrictamente templados, combinados con ejercicio adecuado, darían vigor mental y físico a todos los intelectuales, y los harían más resistentes.CMM 114.3

    A los que han sobrecargado sus fuerzas físicas no se les debe acon-sejar que desistan por completo del trabajo manual. Para que este sea lo más provechoso posible, debe ser ordenado y agradable. El ejercicio al aire libre es el mejor; pero debe hacerse gustosamente y de modo que fortalezca los órganos débiles, sin que nunca degenere en penosa faena.CMM 114.4

    Cuando los inválidos no tienen nada en que invertir su tiempo y su atención, concentran sus pensamientos en sí mismos y se vuelven mor-bosos e irritables. Muchas veces se espacian en lo mal que se sienten, hasta figurarse que están mucho peor de lo que están y creer que no pueden hacer absolutamente nada.CMM 114.5

    En todos estos casos, un ejercicio físico bien dirigido resultaría un remedio eficaz. En algunos casos, es indispensable para la recuperación de la salud. La voluntad acompaña al trabajo manual; y lo que necesitan esos inválidos es que se les despierte la voluntad. Cuando la voluntad duerme, la imaginación se vuelve anormal y se hace imposible resistir a la enfermedad.CMM 114.6

    La inacción es la mayor desdicha que pueda caer sobre la mayoría de los inválidos. Una leve ocupación en trabajo provechoso, que no recargue la mente ni el cuerpo, influye favorablemente en ambos. Fortalece los músculos, mejora la circulación y le da al inválido la satisfacción de saber que no es del todo inútil en este mundo tan atareado. Poca cosa podrá hacer al principio; pero pronto sentirá crecer sus fuerzas, y aumentará la cantidad de trabajo que produzca.CMM 114.7

    El ejercicio es provechoso al dispéptico, pues vigoriza los órganos de la digestión. El entregarse a un estudio concentrado o a un ejercicio físi-co violento inmediatamente después de comer entorpece el trabajo de la digestión; pero un corto paseo después de la comida, andando con la cabeza erguida y los hombros echados para atrás, es muy provechoso.CMM 115.1

    No obstante todo cuanto se ha dicho y escrito respecto de la im-portancia del ejercicio físico, son todavía muchos los que lo descuidan. Unos engordan porque su organismo está recargado; otros adelgazan y se debilitan porque sus fuerzas vitales se agotan en la tarea de eliminar los excesos de comida. El hígado queda recargado de trabajo en su esfuerzo por limpiar la sangre de impurezas, lo cual da por resultado la enfermedad.CMM 115.2

    Los de hábitos sedentarios deberían, siempre que el tiempo lo per-mitiera, hacer ejercicio cada día al aire libre, tanto en verano como en invierno. La marcha a pie es preferible a montar a caballo o pasear en coche, pues pone en ejercicio mayor número de músculos. Los pul-mones entran así en acción saludable, puesto que es imposible andar aprisa sin llenarlos de aire.CMM 115.3

    En muchos casos este ejercicio es más eficaz para la salud que los medicamentos. Los médicos recetan muchas veces un viaje por mar, o alguna excursión a fuentes minerales, o un cambio de clima, cuando en los más de los casos si los pacientes comieran con moderación, y con buen ánimo hicieran ejercicio sano, recuperarían la salud y ahorrarían tiempo y dinero (Ibíd., pp. 180-184).CMM 115.4

    4. Tratamiento médico, vida ordenada y oración. Vi que la razón por la cual Dios no contestaba más plenamente las oraciones que sus siervos elevaban por los enfermos que hay entre nosotros era que no podía ser glorificado haciéndolo mientras violaran las leyes de la salud. También vi que él se proponía que la reforma pro salud y el Instituto de Salud prepararan el camino para que la oración de fe fuera plenamente contestada. La fe y las buenas obras debieran ir de la mano en la obra de aliviar a los afligidos que viven entre nosotros, y de prepararlos para que glorifiquen a Dios aquí y sean salvados en la venida de Cristo. Dios prohíbe que esas personas afligidas se chasqueen y apesadumbren al encontrar que los administradores del Instituto trabajan solamente desde un punto de vista mundanal, en lugar de añadir a la práctica mé-dica las bendiciones y las virtudes del personal médico, que deben ser como padres y madres en Israel.CMM 115.5

    Que nadie se forme la idea de que el Instituto es el lugar al que se puede ir para ser restaurado por la oración de fe. Este es el lugar donde se puede encontrar alivio de la enfermedad por medio de los tratamientos y de los hábitos correctos de vida, y donde se puede aprender a evitar la enfermedad. Pero, si hay un lugar bajo el cielo más que otro donde debieran ofrecerse oraciones calmantes y compasivas, por hombres y mujeres de devoción y fe, es en esta institución. Los que tratan a los enfermos debieran avanzar en su importante obra confiando firmemente en Dios para tener su bendición a fin de obtener los recursos que él ha provisto en su gracia, y a los cuales en su misericordia ha llamado nuestra atención como pueblo, tales como el aire puro, la higiene, el régimen de alimentación saludable, los períodos debidos de trabajo y descanso, y el empleo del agua. No debieran tener ningún interés egoísta fuera de esta obra importante y solemne (Consejos sobre la salud, pp. 244, 245).CMM 116.1

    5. La relación entre la mente y el cuerpo. Muy íntima es la re-lación entre la mente y el cuerpo. Cuando una está afectada, el otro simpatiza con ella. La condición de la mente influye en la salud mucho más de lo que generalmente se cree. Muchas enfermedades son el re-sultado de la depresión mental. Las penas, la ansiedad, el descontento, el remordimiento, el sentimiento de culpabilidad y la desconfianza me-noscaban las fuerzas vitales, y llevar al decaimiento y a la muerte.CMM 116.2

    Algunas veces la imaginación produce la enfermedad, y es frecuente que la agrave. Muchos hay que llevan vida de inválidos cuando podrían estar sanos si pensaran que lo están. Muchos se imaginan que la menor exposición del cuerpo les causará alguna enfermedad, y efectivamente el mal sobreviene porque se lo espera. Muchos mueren de enfermeda-des cuya causa es puramente imaginaria.CMM 116.3

    El valor, la esperanza, la fe, la simpatía y el amor fomentan la salud y alargan la vida. Un espíritu satisfecho y alegre es como salud para el cuerpo y fuerza para el alma. “El corazón alegre constituye buen remedio” (Prov. 17:22).CMM 117.1

    En el tratamiento de los enfermos, no debe pasarse por alto el efec-to de la influencia ejercida por la mente. Aprovechada debidamente, esta influencia resulta uno de los agentes más eficaces para combatir la enfermedad.CMM 117.2

    6. El dominio de la mente. Sin embargo, hay una forma de cura-ción mental que es uno de los agentes más eficaces para el mal. Por medio de esta supuesta ciencia, una mente se sujeta a la influencia directiva de otra, de tal manera que la individualidad de la más débil queda sumergida en la de la más fuerte. Una persona pone en acción la voluntad de otra. Se sostiene que así el curso de los pensamientos pue-de modificarse, que se pueden transmitir impulsos saludables, y que es posible capacitar a los pacientes para resistir y vencer la enfermedad.CMM 117.3

    Este método de curación ha sido empleado por personas que des-conocían sus verdaderas naturaleza y tendencia, y que lo creían útil al enfermo. Pero la así llamada ciencia está fundada en principios falsos. Es ajena a la naturaleza y al espíritu de Cristo. No conduce hacia aquel que es vida y salvación. El que atrae a las mentes hacia sí las induce a separarse de la verdadera Fuente de su fuerza.CMM 117.4

    No es propósito de Dios que ser humano alguno someta su mente y su voluntad al gobierno de otro para llegar a ser instrumento pasivo en sus manos. Nadie debe sumergir su individualidad en la de otro. Nadie debe considerar a ser humano alguno como fuente de curación. Solo debe depender de Dios. En su dignidad varonil, concedida por Dios, debe dejarse dirigir por Dios mismo, y no por entidad humana alguna.CMM 117.5

    Dios quiere poner a los hombres en relación directa consigo mismo. En todo su trato con los seres humanos, reconoce el principio de la res-ponsabilidad personal. Procura fomentar el sentimiento de dependencia personal, y hacer sentir la necesidad de la dirección personal. Desea asociar lo humano con lo divino, para que los hombres se transformen a la imagen divina. Satanás procura frustrar este propósito, y se esfuerza en alentar a los hombres a que dependan de los hombres. Cuando las mentes se desvían de Dios, el tentador puede someterlas a su gobierno, y dominar a la humanidad.CMM 117.6

    La teoría del gobierno de una mente por otra fue ideada por Sata-nás, para intervenir como artífice principal y colocar la filosofía humana en el lugar que debería ocupar la filosofía divina. De todos los errores aceptados entre los profesos cristianos, ninguno constituye un engaño más peligroso ni más eficaz para apartar al hombre de Dios. Por muy inofensivo que parezca, si se aplica a los pacientes, tiende a destruirlos y no a restaurarlos. Abre una puerta por donde Satanás entrará a tomar posesión tanto de la mente sometida a la dirección de otra mente como de la que se arroga esta dirección.CMM 118.1

    Temible es el poder que así se da a hombres y mujeres mal inten-cionados. ¡Cuántas oportunidades proporciona a los que viven explo-tando la flaqueza o las locuras ajenas! ¡Cuántos hay que, merced al do-minio que ejercen sobre sus mentes débiles o enfermizas, encuentran medios para satisfacer sus pasiones licenciosas o su avaricia!CMM 118.2

    En algo mejor podemos ocupamos que en dominar a la humanidad por la humanidad. El médico debe educar a la gente para que desvíe sus miradas de lo humano y las dirija hacia lo divino. En vez de enseñar a los enfermos a depender de seres humanos para la curación del alma y el cuerpo, debe encaminarlos hacia aquel que puede salvar eternamente a cuantos acudan a él. El que creó la mente del hombre sabe lo que esta mente necesita. Dios es el único que puede sanar. Aquellos cuyas men-tes y cuyos cuerpos están enfermos han de ver en Cristo al Restaurador. “Porque yo vivo -dice-, vosotros también viviréis” (Juan 14:19). Esta es la vida que debemos ofrecer a los enfermos, diciéndoles que si creen en Cristo como el Restaurador, si cooperan con él, obedeciendo las leyes de él, les impartirá su vida. Al presentarles así al Cristo, les comunicamos un poder, una fuerza valiosa, procedente de lo Alto. Esta es la verdadera ciencia de curar el cuerpo y el alma (Ibid., pp. 341-343).CMM 118.3

    7. Simpatía. Se necesita mucha sabiduría para tratar las enfermedades causadas por la mente. Un corazón dolorido y enfermo, un espíritu desalentado, necesitan un tratamiento benigno. A veces, una honda pena doméstica roe como un cáncer hasta el alma y debilita la fuerza vital. En otros casos, el remordimiento por el pecado mina la constitución y desequilibra la mente. La tierna simpatía puede aliviar a esta clase de enfermos. El médico debe primero ganarse su confianza, y después inducirlos a mirar hacia el gran Médico. Si se puede encauzar la fe de estos enfermos hacia el verdadero Médico, y ellos pueden confiar en que él se encargó de su caso, esto les aliviará la mente y muchas veces dará salud al cuerpo.CMM 119.1

    La simpatía y el tacto serán muchas veces de mayor beneficio para el enfermo que el tratamiento más hábil administrado con frialdad e indiferencia. Positivo daño hace el médico al enfermo cuando se le acerca con indiferencia, y lo mira con poco interés, manifestando con palabras u obras que el caso no requiere mucha atención, y después lo deja entregado a sus cavilaciones. La duda y el desaliento ocasionados por su indiferencia contrarrestarán muchas veces el buen efecto de las medicinas que haya recetado.CMM 119.2

    Si los médicos pudieran ponerse en el lugar de quien tiene el espíritu deprimido y la voluntad debilitada por el padecimiento, y de quien anhela oír palabras de simpatía y confianza, estarían mejor preparados para comprender los sentimientos del enfermo. Cuando el amor y la simpatía que Cristo manifestó por los enfermos se combinen con la ciencia del médico, la sola presencia de este será una bendición.CMM 119.3

    La llaneza con que se trate a un paciente le inspira confianza y le es de mucha ayuda para restablecerse. Hay médicos que creen prudente ocultarle al paciente la naturaleza y la causa de su enfermedad. Muchos, temiendo agitarlo o desalentarlo diciéndole la verdad, le ofrecen falsas esperanzas de curación, y hasta lo dejarán descender al sepulcro sin avisarle del peligro. Todo esto es imprudente. Tal vez no sea siempre conveniente ni tampoco lo mejor exponer al paciente toda la gravedad del peligro que lo amenaza. Esto podría alarmarlo y atrasar o impedir su restablecimiento. Tampoco se les puede decir siempre toda la verdad a aquellos cuyas dolencias son en buena parte imaginarias. Muchas de estas personas no tienen juicio y no se han acostumbrado a dominarse. Tienen antojos y se imaginan muchas cosas falsas respecto de sí mismas y de los demás. Para ellas, estas cosas son reales, y quienes las cuiden necesitan manifestar continua bondad, así como paciencia y tacto incansables. Si a estos pacientes se les dijera la verdad respecto de sí mismos, algunos se darían por ofendidos y otros se desalentarían. Cristo dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis sobrellevar” (Juan 16:12). Pero, si bien la verdad no puede decirse en toda ocasión, nunca es necesario ni lícito engañar. Nunca debe el médico o el enfermero rebajarse al punto de mentir. El que así obre se coloca donde Dios no puede cooperar con él; y, al defraudar la confianza de sus pacientes, se priva de una de las ayudas humanas más eficaces para el restablecimiento del enfermo.CMM 119.4

    El poder de la voluntad no se aprecia debidamente. Mantengan despierta la voluntad y encamínenla con acierto, y comunicará energía a todo el ser y constituirá un auxilio admirable para la conservación de la salud. La voluntad es también poderosa en el tratamiento de las enfermedades. Si se la emplea debidamente, podrá gobernar la imagi-nación, y contribuirá a resistir y vencer la enfermedad de la mente y del cuerpo. Ejercitando la fuerza de voluntad para ponerse en armonía con las leyes de la vida, los pacientes pueden cooperar en gran manera con los esfuerzos del médico para su restablecimiento. Son miles los que pueden recuperar la salud, si quieren. El Señor no desea que estén enfermos, sino que estén sanos y sean felices, y ellos mismos deberían decidirse a estar bien. Muchas veces los enfermizos pueden resistir a la enfermedad, negándose sencillamente a rendirse al dolor y a perma-necer inactivos. Sobrepónganse a sus dolencias y emprendan alguna ocupación provechosa adecuada a su fuerza. Mediante esta ocupación y el libre uso de aire y sol, muchos enfermos demacrados podrían recu-perar salud y fuerza.CMM 120.1

    8. Principios bíblicos de curación. Para los que quieran recuperar o conservar la salud, hay una lección en las palabras de la Escritura: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos de Espíritu” (Efe. 5:18). No es por medio de la excitación o del olvido producidos por estimulantes malsanos y contrarios a la natura-leza, ni por ceder a los apetitos y las pasiones viles como se obtendrá verdadera curación o alivio para el cuerpo o el alma. Entre los enfermos hay muchos que están sin Dios y sin esperanza. Sufren de deseos no satisfechos y pasiones desordenadas, así como por la condenación de su propia conciencia; van perdiendo esta vida actual, y no tienen es-peranza para la venidera. Los que cuidan a estos enfermos no pueden serles útiles ofreciéndoles satisfacciones frívolas y excitantes, porque estas cosas fueron la maldición de su vida. El alma hambrienta y se-dienta seguirá siéndolo mientras trate de encontrar satisfacción en este mundo. Se engañan los que beben de la fuente del placer egoísta. Con-funden las risas con la fuerza; y pasada la excitación concluye también su inspiración, y se quedan descontentos y desalentados.CMM 120.2

    La paz permanente, el verdadero descanso del espíritu, no tiene más que una Fuente. De ella hablaba Cristo cuando decía: “Venid a mí to-dos los que estáis trabajados y cargados; y yo os haré descansar” (Mat. 11:28). “La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27). Esta paz no es algo que él dé aparte de su persona. Está en Cristo, y no la podemos recibir sino recibiéndolo a él.CMM 121.1

    Cristo es el manantial de la vida. Lo que muchos necesitan es un co-nocimiento más claro de él; necesitan que se les enseñe con paciencia y bondad, pero también con fervor, a abrir de par en par todo su ser a las influencias curativas del Cielo. Cuando el sol del amor de Dios ilumina los oscuros rincones del alma, el cansancio y el descontento pasan, y satisfacciones gratas vigorizan la mente, al par que dan salud y energía al cuerpo.CMM 121.2

    Estamos en un mundo donde impera el sufrimiento. Dificultades, pruebas y tristezas nos esperan a cada paso mientras vamos hacia la patria celestial. Pero muchos agravan el peso de la vida al cargarse con-tinuamente de antemano con aflicciones. Si encuentran adversidad o desengaño en su camino, se figuran que todo marcha hacia la ruina, que su suerte es la más dura de todas y que se hunden seguramente en la miseria. Así se atraen la desdicha y arrojan sombras sobre cuanto los rodea. La vida se vuelve una carga para ellos. Pero no es necesario que así sea. Tendrán que hacer un esfuerzo resuelto para cambiar el curso de sus pensamientos. Pero el cambio es realizable. Su felicidad, para esta vida y para la venidera, depende de que fijen su atención en cosas alegres. Dejen ya de contemplar los cuadros lóbregos de su ima-ginación; consideren, más bien, los beneficios que Dios esparció en su senda y, más allá de estos, los invisibles y eternos.CMM 121.3

    Para toda prueba, Dios tiene deparado algún auxilio. Cuando, en el desierto, Israel llegó a las aguas amargas de Mara, Moisés clamó al Se-ñor, quien no proporcionó ningún remedio nuevo, sino que dirigió la atención del pueblo a lo que tenía a mano. Para que el agua se volviera pura y dulce, había que echar en la fuente un arbusto que Dios había creado. Hecho esto, el pueblo pudo beber y refrescarse. En toda prueba, si recurrimos a él, Cristo nos dará su ayuda. Nuestros ojos se abrirán para discernir las promesas de curación consignadas en su Palabra. El Espíritu Santo nos enseñará cómo aprovechar cada bendición como antídoto contra el pesar. Encontraremos alguna rama con que purificar las bebidas amargas puestas ante nuestros labios.CMM 122.1

    No hemos de consentir en que lo futuro, con sus dificultosos pro-blemas, sus perspectivas nada halagüeñas, nos debilite el corazón, haga flaquear nuestras rodillas y nos corte las manos. “¿Se acogerá alguien a mi amparo? ¡Que haga conmigo paz!, ¡sí, que haga la paz conmigo!” (Isa. 27:5). Los que dedican su vida a ser dirigidos por Dios y a servirlo no se verán jamás en situación para la cual él no haya provisto el remedio. Cualquiera que sea nuestra condición, si somos hacedores de su Palabra, tenemos un Guía que nos señala el camino; cualquiera que sea nuestra perplejidad, tenemos un buen Consejero; cualquiera que sea nuestro pesar, luto o soledad, tenemos un Amigo que simpatiza con nosotros.CMM 122.2

    Si en nuestra ignorancia damos pasos equivocados, el Salvador no nos abandona. No tenemos nunca por qué sentimos solos. Los ángeles son nuestros compañeros. El Consolador que Cristo prometió enviar en su nombre mora con nosotros. En el camino que conduce a la ciudad de Dios, no hay dificultades que no puedan vencer quienes en él confían. No hay peligros de los que no puedan verse libres. No hay tristeza, ni dolor ni flaqueza humana para la cual él no haya preparado remedio.CMM 122.3

    Nadie tiene por qué entregarse al desaliento ni a la desesperación. Puede Satanás presentarse a ti, insinuándote desapiadadamente: “Tu caso es desesperado. No tienes redención”. Hay, sin embargo, esperanza en Cristo para ti. Dios no nos exige que venzamos con nuestras propias fuerzas. Nos invita a que nos pongamos muy junto a él. Cualesquiera que sean las dificultades que nos abrumen, y que opriman alma y cuer-po, Dios aguarda para libertarnos.CMM 122.4

    El que se humanó sabe simpatizar con los padecimientos de la hu-manidad. No solo conoce Cristo a cada alma, así como sus necesidades y pruebas particulares, sino también conoce todas las circunstancias que irritan el espíritu y lo dejan perplejo. Tiende su mano con tierna compasión a todo hijo de Dios que sufre. Los que más padecen reciben mayor medida de su simpatía y compasión. Le conmueven nuestros achaques, y desea que depongamos a sus pies nuestras congojas y nues-tros dolores, y que allí los dejemos.CMM 123.1

    No es prudente que nos miremos a nosotros mismos y que estudie-mos nuestras emociones. Si lo hacemos, el enemigo nos presentará difi-cultades y tentaciones que debiliten la fe y aniquilen el valor. El fijamos por demás en nuestras emociones y ceder a nuestros sentimientos es exponernos a la duda y enredarnos en perplejidades. En vez de mirarnos a nosotros mismos, miremos a Jesús.CMM 123.2

    Cuando las tentaciones los asalten, cuando los cuidados, las perple-jidades y las tinieblas parezcan envolver su alma, miren hacia el punto en que vieron la luz por última vez. Descansen en el amor de Cristo y bajo su cuidado protector. Cuando el pecado lucha por dominar en el corazón, cuando la culpa oprime al alma y carga la conciencia, cuando la incredulidad anubla el espíritu, acuérdense de que la gracia de Cristo basta para vencer al pecado y desvanecer las tinieblas. Al entrar en co-munión con el Salvador, entramos en la región de la paz.CMM 123.3

    9. Las promesas de restauración. “Jehová redime el alma de sus siervos; y no serán condenados cuantos en él confían” (Sal. 34:22).CMM 123.4

    “En el temor de Jehová está la fuerte confianza: y esperanza tendrán sus hijos” (Prov. 14:26).CMM 123.5

    “Pero Sion dijo: Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí. ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros” (Isa. 49:14-16).CMM 123.6

    “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo: siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isa. 41:10).CMM 124.1

    “Oídme [...] los que sois traídos por mí desde el vientre, los que sois llevados desde la matriz. Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré” (Isa. 46:3,4).CMM 124.2

    Nada tiende más a fomentar la salud del cuerpo y del alma que un espíritu de agradecimiento y alabanza. Resistir a la melancolía, a los pensamientos y los sentimientos de descontento es un deber tan positivo como el de orar. Si somos destinados para el cielo, ¿cómo podemos portarnos como un séquito de plañideras, gimiendo y lamentándonos a lo largo de todo el camino que conduce a la casa de nuestro Padre?CMM 124.3

    Los profesos cristianos que están siempre lamentándose, y parecen creer que la alegría y la felicidad fueran pecado, desconocen la religión verdadera. Los que solo se complacen en lo melancólico del mundo na-tural, que prefieren mirar hojas muertas a cortar hermosas flores vivas, que no ven belleza alguna en los altos montes ni en los valles cubiertos de verde césped, que cierran sus sentidos para no oír la alegre voz que les habla en la naturaleza, música siempre dulce para todo oído atento, los tales no están en Cristo. Se están preparando tristezas y tinieblas, cuando bien podrían gozar de dicha, y la luz del Sol de justicia podría despuntar en sus corazones llevándoles salud en sus rayos.CMM 124.4

    Puede suceder, a menudo, que el espíritu de ustedes se anuble de dolor. No traten entonces de pensar. Saben que Jesús los ama. Com-prende su debilidad. Pueden hacer su voluntad descansando sencilla-mente en sus brazos.CMM 124.5

    Es una ley de la naturaleza que nuestros pensamientos y nuestros sentimientos resultan alentados y fortalecidos al darles expresión. Aun-que las palabras expresan los pensamientos, estos a su vez siguen a las palabras. Si diéramos más expresión a nuestra fe, si nos alegrásemos más en las bendiciones que sabemos que tenemos: la gran misericordia y el gran amor de Dios, tendríamos más fe y gozo. Ninguna len-gua puede expresar, ninguna mente finita puede concebir la bendición resultante de la debida apreciación de la bondad y el amor de Dios. Aun en la tierra, puede ser nuestro gozo como una fuente inagotable, alimentada por las corrientes que manan del Trono de Dios.CMM 124.6

    Enseñemos, pues, a nuestros corazones y a nuestros labios a alabar a Dios por su incomparable amor. Enseñemos a nuestras almas a tener esperanza y a vivir en la luz que irradia de la cruz del Calvario. Nunca debemos olvidar que somos hijos del Rey celestial, del Señor de los ejércitos. Es nuestro privilegio confiar reposadamente en Dios.CMM 125.1

    “La paz de Dios gobierne en vuestros corazones [...] y sed agradeci-dos” (Col. 3:15). Olvidando nuestras propias dificultades y molestias, alabemos a Dios por la oportunidad de vivir para la gloria de su nom-bre. Despierten las frescas bendiciones de cada nuevo día la alabanza en nuestro corazón por estos indicios de su cuidado amoroso. Al abrir sus ojos por la mañana, den gracias a Dios por haberlos guardado du-rante la noche. Denle gracias por la paz con que llena su corazón. Por la mañana, al mediodía y por la noche, suba el agradecimiento de ustedes hasta el cielo cual dulce perfume.CMM 125.2

    Cuando se les pregunte cómo se sienten, no se pongan a pensar en cosas tristes que puedan decir para captar simpatías. No mencionen su falta de fe ni sus pesares y padecimientos. El tentador se deleita al oír tales cosas. Cuando hablan de temas lóbregos, glorifican al maligno. No debemos espaciarnos en el gran poder que tiene Satanás para vencer-nos. Muchas veces nos entregamos en sus manos con solo referirnos a su poder. Conversemos, más bien, del gran poder de Dios para unir todos nuestros intereses con los suyos. Contemos lo relativo al incom-parable poder de Cristo, y hablemos de su gloria. El cielo entero se in-teresa por nuestra salvación. Los ángeles de Dios, que son millares de millares y millones de millones, tienen la misión de atender a los que han de ser herederos de la salvación. Nos guardan del mal y repelen las fuerzas de las tinieblas que procuran destruirnos. ¿No tenemos motivos de continuo agradecimiento, aun cuando haya aparentes dificultades en nuestro camino? (El ministerio de curación, pp. 187-196).CMM 125.3

    10. Cantar alabanzas. Tributemos alabanza y acción de gracias por medio del canto. Cuando nos veamos tentados, en vez de dar expresión a nuestros sentimientos, entonemos con fe un himno de acción de gracias a Dios.CMM 126.1

    El canto es un arma que siempre podemos esgrimir contra el des-aliento. Abriendo así nuestro corazón a los rayos de luz de la presencia del Salvador, encontraremos salud y recibiremos su bendición.CMM 126.2

    “Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia. Díganlo los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo” (Sal. 107: 1, 2).CMM 126.3

    “Cantadle, cantadle salmos; hablad de todas sus maravillas. Glo-riaos en su santo nombre; alégrese el corazón de los que buscan a Jeho-vá” (Sal. 105:2, 3).CMM 126.4

    “Porque sacia al alma menesterosa, y llena de bien al alma hambrienta. Algunos moraban en tinieblas y sombra de muerte, aprisionados en aflicción y en hierros[...] Luego que clamaron a Jehová en su angustia, los libró de sus aflicciones; los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte, y rompió sus prisiones. Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Sal. 107:9-15).CMM 126.5

    “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te conturbas en mí? Espera a Dios; porque aún le tengo de alabar; es él salvamento delante de mí, y el Dios mío” (Sal. 42:11).CMM 126.6

    “Dad gracias en todo; porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18). Este mandato es una seguridad de que aun las cosas que parecen opuestas a nuestro bien redundarán en beneficio nuestro. Dios no nos mandaría que fuéramos agradecidos por lo que nos perjudicara.CMM 126.7

    “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?[...] Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reser-vado de su morada[...] y yo sacrificaré en su tabernáculo sacrificios de júbilo: Cantaré y entonaré alabanzas a Jehová” (Sal. 27:1, 5, 6).CMM 126.8

    “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios” (Sal. 40:1-3).CMM 126.9

    “Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón, y fui ayudado; por lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré” (Sal. 28:7).CMM 127.1

    Uno de los mayores obstáculos para el restablecimiento de los en-fermos es la concentración de su atención en sí mismos. Muchos invá-lidos se figuran que todos deben otorgarles simpatía y ayuda, cuando lo que necesitan es que su atención se distraiga de sí mismos, para inte-resarse en los demás.CMM 127.2

    Muchas veces se solicitan oraciones por los afligidos, los tristes y los desalentados, y esto es correcto. Debemos orar para que Dios derrame luz en la mente entenebrecida y consuele al corazón entristecido. Pero Dios responde la oración hecha en favor de quienes se colocan en el canal de sus bendiciones. Al par que rogamos por estos afligidos, de-bemos animarlos a que hagan algo en auxilio de otros más necesitados que ellos. Las tinieblas se desvanecerán de sus corazones al procurar ayudar a otros. Al tratar de consolar a los demás con el consuelo que hemos recibido, la bendición refluye sobre nosotros.CMM 127.3

    El capítulo 58 de Isaías es una receta para las enfermedades del cuerpo y el alma. Si deseamos tener salud y el verdadero gozo de la vida, debemos practicar las reglas dadas en este pasaje. Acerca del servicio que agrada a Dios y acerca de las bendiciones que nos reporta, dice el Señor:CMM 127.4

    “El ayuno que yo escogí[...] ¿no es que partas tu pan con el ham-briento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando vieres al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se dejará ver presto; e irá tu justicia de-lante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan” (Isa. 58:6-11).CMM 127.5

    Las buenas acciones son una doble bendición, pues aprovechan al que las hace y al que recibe sus beneficios. La conciencia de haber hecho el bien es una de las mejores medicinas para las mentes y los cuerpos enfermos. Cuando el espíritu goza de libertad y dicha por el sentimiento del deber cumplido y por haber proporcionado felicidad a otros, la influencia alegre y reconstituyente que de ello resulta infunde vida nueva al ser entero.CMM 128.1

    Procure el desvalido manifestar simpatía, en vez de requerirla siem-pre. Echen sobre el compasivo Salvador la carga de sus propias flaque-za, tristeza y dolor. Abran su corazón a su amor, y hagan que rebose sobre los demás. Recuerden que todos tienen que arrostrar duras pruebas y resistir rudas tentaciones, y que algo pueden hacer para aliviar estas cargas. Expresen su gratitud por las bendiciones que gozan: demuestren el aprecio que les merecen las atenciones de las que son objeto. Conserven su corazón lleno de las preciosas promesas de Dios, a fin de que puedan extraer de ese tesoro palabras de consuelo y aliento para el prójimo. Esto los envolverá en una atmósfera provechosa y enaltecedora. Propónganse ser motivo de bendición para los que los rodean, y verán cómo encontrarán el modo de ayudar a su familia y también a otros.CMM 128.2

    Si los que padecen enfermedad se olvidaran de sí mismos en be-neficio de otros; si cumplieran el mandamiento del Señor de atender a los más necesitados que ellos, se percatarían de cuánta verdad hay en la promesa del profeta: “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto” (Ibid., pp. 196-200).CMM 128.3

    11. Los puntos de vista confesionales no deben ser impuestos a los pacientes. La religión de Cristo no se debe relegar a un segundo plano ni sus principios sagrados deben rebajarse para satisfacer la apro-bación de ninguna clase, por muy popular que sea. Si se rebaja la norma de verdad y santidad, entonces el designio de Dios no se llevará a cabo en la institución que lo hace.CMM 128.4

    Pero, nuestras creencias características no debieran analizarse con los pacientes. Sus mentes no debieran estimularse innecesariamente con temas en los que no estamos de acuerdo con ellos, a menos que ellos mismos lo deseen; y, en ese caso, debiera ejercerse mucho cuidado para no agitar la mente hablándoles insistentemente de nuestras creencias características. El Instituto de Salud no es el lugar donde uno puede entrar apresuradamente en discusiones acerca de diversos pun-tos de nuestra fe en los que diferimos con el mundo religioso en general. En el Instituto se realizan reuniones de adoración en las que todos pueden participar si así lo desean; pero hay muchísimos temas bíblicos en los cuales podemos espaciarnos sin entrar en puntos objetables que difieren con las ideas de los demás. La influencia silenciosa hará más que una discusión abierta.CMM 128.5

    Algunos observadores del sábado creen que en las reuniones de oración deben presentar el sábado y el mensaje del tercer ángel, porque en caso contrario se sentirían culpables. Esto es característico de las mentes estrechas. Los pacientes que no están familiarizados con nuestra fe no saben cuál es el significado del mensaje del tercer ángel. La introducción de estos términos, sin una clara explicación, tan solo causa daño. Debemos encontrar a la gente en su propio lugar; y, sin em-bargo, no debemos sacrificar un solo principio de la verdad. La reunión de oración será una bendición para los pacientes, los auxiliares y los médicos. Los momentos de oración deben ser interesantes y el culto en común aumentará la confianza de los pacientes en sus médicos y en sus auxiliares. Los auxiliares no deberían ser privados de estas reunio-nes debido al trabajo, a menos que sea indispensable. Las necesitan y debieran disfrutar de ellas.CMM 129.1

    Al establecer de este modo las reuniones regulares, los pacientes obtienen confianza en el Instituto y se sienten más en casa. Y de esta forma se prepara el camino para que la semilla de la verdad arraigue en algunos corazones. Estas reuniones interesan especialmente a algunos que profesan ser cristianos y causan una impresión favorable en quienes no lo son. Aumenta la confianza mutua y el prejuicio se de-bilita, y en muchos casos desaparece completamente. Luego surge el deseo de asistir a las reuniones del sábado. Allí, en la casa de Dios, es el lugar donde podemos expresar nuestros sentimientos confesionales. En ella el ministro puede explayarse claramente acerca de los puntos esenciales de la verdad presente y, con el Espíritu de Cristo, con amor y ternura, puede presentar a todos la necesidad de obedecer todos los requerimientos de Dios y dejar que la verdad convenza los corazones (Consejos sobre la salud, pp. 242, 243).CMM 129.2

    12. Atención a las leyes de la salud. Los que cuidan a los enfermos deben comprender la importancia de una debida atención a las leyes de la salud. En ninguna parte es la obediencia a dichas leyes tan importante como en el cuarto del enfermo. En ninguna otra circunstancia depende tanto de la fidelidad en las cosas pequeñas como al atender a los enfermos. En casos de enfermedad grave, un pequeño descuido, una leve negligencia en el modo de considerar las necesidades o los peligros especiales del paciente, una señal de temor, de agitación o de impaciencia, y hasta una falta de simpatía, pueden decidir entre la vida y la muerte, y hacer descender a la tumba a un paciente que, de haberse procedido de otro modo, hubiera podido reponerse.CMM 130.1

    La eficiencia de quien cuida a los enfermos depende, en buena par-te, de su vigor físico. Cuanto mejor sea su salud, mejor podrá aguantar la tensión requerida para atender a los enfermos y mejor podrá desem-peñar sus deberes. Los que cuidan a los enfermos deben prestar aten-ción especial al régimen alimenticio, al aseo, al aire puro y al ejercicio. Un cuidado semejante por parte de la familia la habilitará también para soportar la carga suplementaria que le es impuesta y la ayudará a guar-darse de contraer enfermedad.CMM 130.2

    En casos de grave enfermedad que requiera el cuidado de una en-fermera día y noche, la tarea debe ser compartida por dos buenas en-fermeras cuando menos, para que cada una de ellas pueda descansar lo suficiente y hacer ejercicio al aire libre. Esto es particularmente im-portante cuando resulta difícil asegurar abundancia de aire puro en el cuarto del enfermo. Por desconocerse la importancia del aire puro, se restringe a veces la ventilación, y corren peligro la vida del paciente y la de quien lo cuida.CMM 130.3

    Con la debida precaución, no hay temor de contraer enfermedades no contagiosas. Síganse buenos hábitos y, por medio del aseo y la buena ventilación, consérvese el cuarto del enfermo libre de elementos venenosos. Observando estos requisitos, el enfermo tendrá muchas más probabilidades de sanar, y en la mayoría de los casos ni los que lo cuidan ni los miembros de la familia contraerán la enfermedad.CMM 130.4

    13. Luz solar, ventilación y temperatura. A fin de asegurar al pa-ciente las condiciones más favorables para su restablecimiento, el cuarto que ocupe debe ser espacioso, claro y alegre, con facilidades para ventilarse cabalmente. El cuarto que en la casa reúna mejor estos requisitos es el que debe escogerse para el enfermo. Muchas casas carecen de facilidades para la debida ventilación, y resulta difícil conseguirla; pero hay que arreglárselas de modo que día y noche fluya el aire puro por la habitación.CMM 131.1

    En cuanto sea posible, hay que conservar, en el cuarto del enfermo, una temperatura uniforme. Hay que consultar el termómetro. Como los que cuidan al enfermo tienen muchas veces que velar o despertarse de noche para atender al paciente, están expuestos a sentir frío y, por tanto, no son buenos jueces en asunto de temperatura saludable.CMM 131.2

    14. Dieta. Una parte importante del deber de la enfermera consiste en atender la alimentación del paciente. Este no debe sufrir o debilitarse por falta de alimento, ni tampoco deben recargarse sus débiles fuerzas digestivas. Téngase cuidado especial de que la comida sea preparada y servida de modo que resulte apetitosa. Debe, sin embargo, ejercerse buen juicio para adaptarla a las necesidades del paciente, tanto en lo que respecta a la cantidad como a la calidad. Durante la convalecencia, cuando el apetito se despierta antes de que los órganos de la digestión se hayan fortalecido, es especialmente cuando los errores en la dieta entrañan grave peligro.CMM 131.3

    15. Deberes de los asistentes. Las enfermeras, y todos los que tie-nen que hacer en el cuarto del enfermo, deben manifestarse animosos, tranquilos y serenos. Todo apuro, toda agitación y toda confusión de-ben evitarse. Las puertas se han de abrir y cerrar con cuidado, y toda la familia debe conservar la calma. En casos de fiebre, se necesita especial cuidado cuando llega la crisis y la fiebre está por disminuir. Entonces hay que velar constantemente. La ignorancia, el olvido y la negligencia han causado la muerte de muchos que habrían vivido si hubiesen reci-bido el debido cuidado por parte de enfermeras juiciosas y atentas.CMM 131.4

    16. Las visitas a los enfermos. Es una bondad mal encauzada, y una idea errónea de lo que debe ser la cortesía, lo que mueve a visitar mucho a los enfermos. Los enfermos de gravedad no deben recibir visi-tas, pues estas acarrean una agitación que fatiga al paciente cuando más necesita de tranquilidad y descanso no interrumpido.CMM 132.1

    A un convaleciente oaun enfermo crónico lo consuela saber que no se lo olvida; pero esta seguridad, llevada al enfermo por medio de un mensaje de simpatía o de algún obsequio, da muchas veces mejor resul-tado que una visita personal, y no entraña peligro para el enfermo.CMM 132.2

    17. El cuerpo de enfermeros en las instituciones. En los sana-torios y los hospitales, donde los enfermeros tratan de continuo con numerosos enfermos, se requieren esfuerzos decididos para guardar siempre un continente agradable y alegre, y dar prueba de cuidadosa consideración en palabras y actos. En dichos establecimientos, es de la mayor importancia que los enfermeros procuren desempeñar su trabajo juiciosamente y a la perfección. Es preciso que recuerden siempre que, al desempeñar sus tareas diarias, están sirviendo al Señor.CMM 132.3

    Los enfermos necesitan que se les hable con sabiduría y prudencia. Los enfermeros deberán estudiar la BibÜa cada día, para poder decir palabras que iluminen y ayuden al enfermo. Hay ángeles de Dios en las habitaciones en las que son atendidos estos enfermos, y la atmósfera que rodea a quienes los tratan debe ser pura y fragante. Médicos y en-fermeros deben estimar y practicar los principios de Cristo. En su con-ducta deben manifestarse las virtudes cristianas, y así, con sus palabras y sus hechos, atraerán a los enfermos al Salvador.CMM 132.4

    El enfermero cristiano, al par que aplica el tratamiento para la res-tauración de la salud, dirigirá con gusto y con éxito la mente del pa-ciente hacia Cristo, quien cura el alma tanto como el cuerpo. Las ideas que el enfermero presente ejercerán poco a poco su influencia. Los en-fermeros de más edad no deben desperdiciar ninguna oportunidad de llamar la atención de los enfermos hacia Cristo. Deben estar siempre dispuestos a combinar la curación espiritual con la física.CMM 132.5

    Los enfermeros deben enseñar con la mayor bondad y ternura que quien quiera restablecerse debe dejar de quebrantar la Ley de Dios. Debe repudiar la vida de pecado. Dios no puede bendecir a quien siga acarreándose la enfermedad y el dolor, violando a sabiendas las leyes del Cielo. Pero Cristo, por medio del Espíritu Santo, es poder sanador para quienes dejan de hacer el mal y aprenden a hacer el bien.CMM 132.6

    Los que no aman a Dios obrarán siempre contra los intereses vitales del alma y del cuerpo; pero los que reconocen la importancia de vivir obedeciendo a Dios en este mundo perverso consentirán en despren-derse de todo hábito culpable. La gratitud y el amor llenarán su corazón. Saben que Cristo es su amigo. En muchos casos, el reconocimiento de que tienen semejante Amigo significa más que el mejor tratamiento para el restablecimiento de los que sufren. Pero, ambos aspectos del ministerio son esenciales y están estrechamente unidos (El ministerio de curación, pp. 167-170). .CMM 133.1

    18. La oración y la curación. La Escritura dice que es necesario “orar siempre, y no desmayar” (Luc. 18:1); y si hay momento alguno en que los hombres sientan necesidad de orar es cuando la fuerza decae y la vida parece escapárseles. Muchas veces los sanos olvidan los favores maravillosos que reciben pródigamente, día tras día, año tras año, y no tributan alabanzas a Dios por sus beneficios. Pero, cuando sobreviene la enfermedad, entonces se acuerdan de Dios. Cuando falta la fuerza humana, el hombre siente necesidad de la ayuda divina. Y nunca se aparta nuestro Dios misericordioso del alma que con sinceridad le pide auxilio. Él es nuestro refugio en la enfermedad y en la salud.CMM 133.2

    “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Sal. 103:13,14).CMM 133.3

    “A causa del camino de su rebelión y a causa de sus maldades”, los hombres “fueron afligidos[...] Su alma abominó todo alimento, y llega-ron hasta las puertas de la muerte.CMM 133.4

    “Pero clamaron a Jehová en su angustia, y los libró de sus aflicciones. Envió su palabra, y los sanó, y los libró de su ruina” (Sal. 107:17-20).CMM 133.5

    Dios está tan dispuesto hoy a sanar a los enfermos como cuando el Espíritu Santo pronunció aquellas palabras por medio del salmista. Cristo es el mismo médico compasivo que cuando desempeñaba su ministerio terrenal. En él hay bálsamo curativo para toda enfermedad, poder restaurador para toda dolencia. Sus discípulos de hoy deben rogar por los enfermos con tanto empeño como los discípulos de antaño. Y se realizarán curaciones, pues “la oración de fe salvará al enfermo” (Sant. 5:15). Tenemos el poder del Espíritu Santo y la tranquila seguridad de la fe para aferramos a las promesas de Dios. La promesa del Señor: “Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Mar. 16:18) es tan digna de crédito hoy como en tiempos de los apóstoles, pues denota el privilegio de los hijos de Dios, y nuestra fe debe apoyarse en todo lo que ella envuelve. Los siervos de Cristo son canales de su virtud, y por medio de ellos quiere ejercitar su poder sanador. Tarea nuestra es llevar a Dios en brazos de la fe a los enfermos y dolientes. Debemos enseñarles a creer en el gran Médico.CMM 133.6

    El Salvador quiere que alentemos a los enfermos, a los desesperados y a los afligidos para que confíen firmemente en su fuerza. Mediante la oración y la fe, la estancia del enfermo puede convertirse en un Bet-el. Por palabras y obras, los médicos y los enfermeros pueden decir, tan claramente que no haya lugar a falsa interpretación: “Jehová está en este lugar” para salvar y no para destruir. Cristo desea manifestar su presencia en el cuarto del enfermo, llenando el corazón de médicos y enfermeros con la dulzura de su amor. Si la vida de los que asisten al enfermo es tal que Cristo pueda acompañarlos junto a la cama del paciente, este llegará a la convicción de que el compasivo Salvador está presente, y de por sí esta convicción contribuirá mucho a la curación del alma y del cuerpo.CMM 134.1

    Dios oye la oración. Cristo dijo: “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”. También dijo: “Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará” (S. Juan 14:14; 12:26). Si vivimos conforme a su Palabra, se cumplirán en nuestro favor todas sus promesas. Somos indignos de su gracia; pero, cuando nos entregamos a él, nos recibe. Obrará en favor de los que lo siguen y por medio de ellos.CMM 134.2

    Solo cuando vivimos obedientes a su Palabra podemos reclamar el cumplimiento de sus promesas. Dice el salmista: “Si en mi corazón hu-biese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (Sal. 66:18). Si solo le obedecemos parcial y tibiamente, sus promesas no se cumplirán en nosotros.CMM 134.3

    En la Palabra de Dios encontramos instrucción con respecto a la ora-ción especial para el restablecimiento de los enfermos. Pero, el acto de elevar tal oración es un acto solemnísimo, y no se debe participar en él sin la debida consideración. En muchos casos en que se ora por la curación de algún enfermo, lo que llamamos fe no es más que presunción.CMM 135.1

    Muchas personas se acarrean la enfermedad por sus excesos. No han vivido conforme a la ley natural o a los principios de estricta pure-za. Otros han despreciado las leyes de la salud en su modo de comer y beber, de vestir o de trabajar. Muchas veces uno u otro vicio ha causado debilidad de la mente o del cuerpo. Si las tales personas consiguieran la bendición de la salud, muchas de ellas reanudarían su vida de descuido y transgresión de las leyes naturales y espirituales de Dios, arguyendo que si Dios las sana en respuesta a la oración pueden con toda libertad seguir sus prácticas malsanas y entregarse sin freno a sus apetitos. Si Dios hiciera un milagro devolviendo la salud a estas personas, daría alas al pecado.CMM 135.2

    Trabajo perdido es enseñar a la gente a considerar a Dios como sa-nador de sus enfermedades si no se le enseña también a desechar las prácticas malsanas. Para recibir las bendiciones de Dios en respuesta a la oración, se debe dejar de hacer el mal y aprender a hacer el bien. Las condiciones en que se vive deben ser saludables y los hábitos de vida correctos. Se debe vivir en armonía con la ley natural y espiritual de Dios (Ibid., pp. 171-174).CMM 135.3

    19. Una de las experiencias más solemnes. La oración por los en-fermos es algo muy solemne, y no debiéramos ocupamos de esta obra en forma descuidada ni apresurada. Debiéramos averiguar si los que serán bendecidos con salud se han dedicado a hablar mal de otros, si han tenido desavenencias con los demás y si han participado en disensiones. ¿Han manifestado espíritu de discordia entre los hermanos y las hermanas de la iglesia? Si han llevado a cabo estas cosas, debieran confesarlas delante de Dios y la iglesia. Después de haber confesado lo que han hecho mal, estas personas que buscan oración pueden ser presentadas delante de Dios con fervor y fe, siguiendo la inspiración del Espíritu Santo.CMM 135.4

    Pero no siempre es seguro pedir sanación incondicional. Las oraciones que se hacen debieran incluir el siguiente pensamiento: “Señor, tú conoces todo secreto del alma. Tú estás familiarizado con estas per-sonas; por Jesús, su abogado, concédeles su vida. Él las ama más de lo que nosotros podemos. Por lo tanto, si ha de ser para tu gloria y para el bien de estas personas afligidas concederles la salud, te rogamos en el nombre de Jesús que les proporciones salud en esta ocasión”. En una petición de esta naturaleza no se manifiesta falta de fe.CMM 135.5

    El Señor “no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres” (Lam. 3:33). “Como el Padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra con-dición; se acuerda de que somos polvo” (Sal. 103:13, 14). Él conoce nuestro corazón porque lee todo secreto del alma. Él sabe si las personas por quienes se ora podrán soportar las pruebas que les sobrevendrán si sobreviven. Él conoce el fin desde el principio. Se permitirá que muchos duerman en el sueño de la muerte antes de las terribles pruebas que afligirán al mundo en el tiempo de angustia. Esta es otra razón por la cual debiéramos decir, después de nuestra ferviente petición: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22:42). Tal petición nunca quedará registrada en el cielo como una oración sin fe (Consejos sobre la salud, pp. 371, 372).CMM 136.1

    20. No tratar los remedios con negligencia. Los que buscan la salud por medio de la oración no deben dejar de hacer uso de los re-medios puestos a su alcance. Hacer uso de los agentes curativos que Dios ha suministrado para aliviar el dolor y para ayudar a la naturaleza en su obra restauradora no es negar nuestra fe. No lo es tampoco el cooperar con Dios y ponernos en la condición más favorable para recu-perar la salud. Dios nos ha facultado para que conozcamos las leyes de la vida. Este conocimiento ha sido puesto a nuestro alcance para que lo usemos. Debemos aprovechar toda facilidad para la restauración de la salud, sacando todas las ventajas posibles y trabajando en armonía con las leyes naturales. Cuando hemos orado por la curación del enfermo, podemos trabajar con energía tanto mayor, dando gracias a Dios por el privilegio de cooperar con él y pidiéndole que bendiga los medios de curación que él mismo dispuso.CMM 136.2

    Tenemos la sanción de la Palabra de Dios para el uso de los agentes curativos. Ezequías, rey de Israel, cayó enfermo, y un profeta de Dios le trajo el mensaje de que iba a morir. El rey clamó al Señor, y este oyó a su siervo y le comunicó que se le añadirían quince años de vida. Aho-ra bien; el rey Ezequías hubiera podido sanar al instante con una sola palabra de Dios; pero se le dieron recetas especiales: “Tomen masa de higos, y pónganla en la llaga, y sanará” (Isa. 38:21).CMM 137.1

    En una ocasión Cristo untó los ojos de un ciego con barro y le dijo: “Ve a lavarte en el estanque de Siloé[...] Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo” (Juan 9:7). La curación hubiera podido realizarse mediante el solo poder del gran Médico; sin embargo, Cristo hizo uso de simples agentes naturales. Aunque no favorecía la medicación por drogas, sancionaba el uso de remedios sencillos y naturales.CMM 137.2

    Cuando hayamos orado por el restablecimiento del enfermo, no perdamos la fe en Dios, cualquiera que sea el desenlace del caso. Si te-nemos que presenciar el fallecimiento, apuremos el amargo cáliz, re-cordando que la mano de un Padre nos lo acerca a los labios. Pero, si el enfermo recobra la salud, no debe olvidar que, al ser objeto de la gracia curativa, contrajo nueva obligación para con el Creador. Cuando los diez leprosos fueron limpiados, solo uno volvió a dar gracias a Jesús y glorificar su nombre. No seamos nosotros como los nueve irreflexivos, cuyos corazones fueron insensibles a la misericordia de Dios. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Sant. 1:17) (El ministerio de curación, pp. 177, 178).CMM 137.3

    21. La religión y la salud. Algunos sostienen el punto de vista de que la espiritualidad obra en detrimento de la salud. Esto es un engaño de Satanás. La religión de la Biblia no causa detrimento de la salud del cuerpo ni de la mente. La influencia del Espíritu de Dios es la mejor medicina para la enfermedad. El cielo es todo salud; y mientras más profundamente se experimenten las influencias celestiales, más segura será la recuperación del inválido creyente. Los verdaderos principios del cristianismo se abren delante de todos como una fuente de felici-dad inestimable. La religión es un manantial inagotable, en el cual el cristiano puede beber cuanto desee sin que jamás se termine.CMM 137.4

    Existe una relación muy íntima entre la mente y el cuerpo. Cuando este se ve afectado, aquella simpatiza con él. La condición de la mente afecta la salud del sistema físico. Si la mente es libre y feliz, como resultado de una conducta correcta y por la sensación de satisfacción que se deriva de hacer felices a otros, engendra una alegría que producirá un efecto positivo sobre todo el sistema, hará que la sangre circule más libremente y tonificará todo el cuerpo. La bendición de Dios es un poder sanador, y los que son amplios en beneficiar a otros experimentarán esa bendición maravillosa tanto en el corazón como en la vida entera.CMM 138.1

    Cuando las personas que han gratificado sus malos hábitos y prácticas pecaminosas se someten al poder de la verdad divina, la aplicación de dichas verdades al corazón aviva las facultades morales, que parecían haberse paralizado. El receptor posee una comprensión más enérgica y clara que antes de fundamentar su alma sobre la Roca eterna. Aun su salud física mejora al establecer su seguridad en Cristo. La bendición especial de Dios que descansa sobre el receptor es, en sí misma, salud y vigor (Consejos sobre la salud, pp. 27, 28).CMM 138.2

    22. La cooperación de lo divino con lo humano. En el ministerio de curación, el médico ha de ser colaborador de Cristo. El Salvador asistía tanto al alma como al cuerpo. El evangelio que enseñó fue un mensaje de vida espiritual y de restauración física. La salvación del pe-cado y la curación de la enfermedad iban enlazadas. El mismo ministe-rio está encomendado al médico cristiano. Debe unirse con Cristo en la tarea de aliviar las necesidades físicas y espirituales del prójimo. Debe ser mensajero de misericordia para el enfermo, llevándole el remedio para su cuerpo desgastado y para su alma enferma de pecado.CMM 138.3

    Cristo es el verdadero jefe de la profesión médica. El supremo Mé-dico se encuentra siempre al lado de todo aquel que ejerce esa profe-sión en el temor de Dios y trabaja por aliviar las dolencias humanas. Mientras emplea remedios naturales para aliviar la enfermedad física, el médico debe dirigir a sus pacientes hacia aquel que puede aliviar las dolencias del alma tanto como las del cuerpo. Lo que los médicos tan solo pueden ayudar a realizar, Cristo lo cumple. Aquellos procuran estimular la obra curativa de la naturaleza; Cristo sana. El médico procu-ra conservar la vida; Cristo la da.CMM 138.4

    23. La fuente de curación. En sus milagros, el Salvador manifes-taba el poder que actúa siempre en favor del hombre, para sostenerlo y sanarlo. Por medio de los agentes naturales, Dios obra día tras día, hora tras hora y en todo momento, para conservarnos la vida, fortalecernos y restauramos. Cuando alguna parte del cuerpo sufre perjuicio, empie-za el proceso de curación; los agentes naturales actúan para restablecer la salud. Pero, lo que obra por medio de estos agentes es el poder de Dios. Todo poder capaz de dar vida procede de él. Cuando alguien se repone de una enfermedad, es Dios quien lo sana.CMM 139.1

    La enfermedad, el padecimiento y la muerte son obra de un poder enemigo. Satanás es el que destruye; Dios, el que restaura.CMM 139.2

    Las palabras dirigidas a Israel se aplican hoy a los que recuperan la salud del cuerpo o la del alma: “Yo soy Jehová tu sanador”(Éxo. 15:26).CMM 139.3

    El deseo de Dios para todo ser humano está expresado en las pala-bras: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2).CMM 139.4

    “Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias” (Sal. 103:3, 4).CMM 139.5

    Al curar las enfermedades, Cristo decía muchas veces a los enfer-mos: “No peques más, para que no te venga alguna cosa peor” (Juan 5:14). Así les enseñaba que habían atraído su dolencia sobre sí al transgredir las leyes de Dios, y que la salud no puede conservarse sino por medio de la obediencia.CMM 139.6

    El médico debe enseñar a sus pacientes que han de cooperar con Dios en la obra de restauración. El médico echa cada vez más de ver que la enfermedad resulta del pecado. Sabe que las leyes de la natura-leza son tan ciertamente divinas como los preceptos del Decálogo, y que solo por la obediencia a ellas puede recuperarse o conservarse la salud. Él ve que muchos sufren los resultados de sus hábitos perjudicia-les cuando podrían recobrar la salud si hiciesen lo que está a su alcance para su restablecimiento. Es necesario enseñarles que todo hábito que destruye las energías físicas, mentales o espirituales es pecado, y que la salud se consigue por la obediencia a las leyes que Dios estableció para bien del género humano.CMM 139.7

    Cuando el médico ve sufrir al paciente de una enfermedad derivada de alimentos o brebajes impropios, o de otros hábitos erróneos, y no se lo dice, lo perjudica. Los beodos, los dementes, los disolutos, todos imponen al médico la declaración terminante de que los padecimientos son resultado del pecado. Los que entienden los principios de la vida deberían esforzarse por contrarrestar las causas de las enfermedades. Al ver el continuo conflicto con el dolor y tener que luchar constantemente por aliviar a los que padecen, ¿cómo puede el médico guardar silencio? ¿Puede decirse que es benévolo y compasivo si deja de enseñar la estricta templanza como remedio contra la enfermedad?CMM 140.1

    Indíquese claramente que el camino de los mandamientos de Dios es el camino de la vida. Dios estableció las leyes de la naturaleza, pero sus leyes no son exacciones arbitrarias. Toda prohibición incluida en una ley, sea física o moral, implica una promesa. Si la obedecemos, la bendición nos acompañará. Dios no nos obliga nunca a hacer el bien, pero procura guardarnos del mal y guiarnos al bien.CMM 140.2

    Recuérdense las leyes enseñadas a Israel. Dios dio a su pueblo instrucciones claras con respecto a sus hábitos de vida. Les dio a co-nocer las leyes relativas a su bienestar físico y espiritual; y, con tal de que ellos obedecieran, se les prometía: “Quitará Jehová de ti toda enfermedad” (Deut. 7:15).CMM 140.3

    “Aplicad vuestro corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy”. “Porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuer-po” (Deut. 32:46; Prov. 4:22).CMM 140.4

    Dios quiere que alcancemos el ideal de perfección hecho posible para nosotros por el don de Cristo. Nos invita a que escojamos el lado de la justicia, a ponernos en relación con los agentes celestiales, a adop-tar principios que restaurarán en nosotros la imagen divina. En su Pala-bra escrita y en el gran libro de la naturaleza, ha revelado los principios de la vida. Es tarea nuestra conocer estos principios y, por medio de la obediencia, cooperar con Dios en restaurar la salud del cuerpo tanto como la del alma.CMM 140.5

    Los hombres necesitan aprender que no pueden poseer en su ple-nitud las bendiciones de la obediencia sino cuando reciben la gracia de Cristo. Esta es la que capacita al hombre para obedecer las leyes de Dios y para libertarse de la esclavitud de los malos hábitos. Es el único poder que puede hacerlo firme en el buen camino y permanecer en él.CMM 141.1

    Cuando se recibe el evangelio en su pureza y con todo su poder, es un remedio para las enfermedades originadas por el pecado. Sale el Sol de justicia, “trayendo salud eterna en sus alas” (Mal. 4:2, VM). Todo lo que el mundo proporciona no puede sanar al corazón quebrantado, ni dar la paz al espíritu, ni disipar las inquietudes, ni desterrar la enfer-medad. La fama, el genio y el talento son impotentes para alegrar el corazón entristecido o restaurar la vida malgastada. La vida de Dios en el alma es la única esperanza del hombre.CMM 141.2

    El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivificante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio, las energías más potentes de nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra al alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y la congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida.CMM 141.3

    Las palabras de nuestro Salvador: “Venid a mí[...] y yo os haré descansar” (Mat. 11:28) son una receta para curar las enfermedades físicas, mentales y espirituales. A pesar de que por su mal proceder los hombres han atraído el dolor sobre sí mismos, Cristo se compadece de ellos. En él pueden encontrar ayuda. Hará cosas grandes en beneficio de quienes en él confíen.CMM 141.4

    Aunque el pecado ha venido reforzando durante siglos su asidero sobre la familia humana, no obstante que por medio de la mentira y el artificio Satanás ha echado la negra sombra de su interpretación sobre la Palabra de Dios, y ha inducido a los hombres a dudar de la bondad divina, a pesar de todo esto, el amor y la misericordia del Padre no han dejado de manar hacia la tierra en caudalosos ríos. Si los seres humanos abriesen hacia el cielo las ventanas del alma, para apreciar los dones divinos, un raudal de virtud curativa la inundaría.CMM 141.5

    El médico que desee ser colaborador acepto con Cristo se esforzará por hacerse eficiente en todo ramo de su vocación. Estudiará con dili-gencia a fin de capacitarse para las responsabilidades de su profesión y, acoplando nuevos conocimientos, mayor sagacidad y maestría, procurará alcanzar un ideal superior. Todo médico debe darse cuenta de que si su obra es ineficaz, no solo perjudica a los enfermos, sino también a sus colegas en la profesión. El médico que se da por satisfecho con un grado mediano de habilidad y conocimientos no solo empequeñece la profesión médica, sino también deshonra a Cristo, el soberano Médico.CMM 141.6

    Los que se sienten ineptos para la obra médica deben escoger otra ocupación. Los que se sienten con disposiciones para cuidar enfermos, pero cuya educación y cuyas aptitudes médicas son limitadas, deberían resignarse a desempeñar los ramos más humildes de dicha obra y actuar como fieles enfermeros. Sirviendo con paciencia bajo la dirección de médicos hábiles podrán seguir aprendiendo y, si aprovechan toda oportunidad de adquirir conocimientos, podrán tal vez llegar con el tiempo a estar preparados para ejercer la medicina. Vosotros, jóvenes médicos, “como colaboradores suyos [del soberano Médico] [...] no recibáis en vano la gracia de Dios[...] no [dando] a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que [el] ministerio no sea vituperado; antes bien, [recomendándose] en todo como ministros de Dios” (2 Cor. 6:1-4).CMM 142.1

    El propósito de Dios con respecto a nosotros es que ascendamos siempre. El verdadero médico misionero será cada vez más diestro. Hay que buscar a médicos cristianos de talento y de superior habilidad profesional, y alentarlos a servir a Dios en lugares donde puedan educar y preparar a otros para ser misioneros médicos.CMM 142.2

    El médico debe acopiar en su alma la luz de la Palabra de Dios. Debe crecer continuamente en la gracia. Para él, la religión no ha de ser tan solo una de tantas influencias. Debe ser la influencia predominante. Debe inspirar todos sus actos en altos y santos móviles, que serán poderosos por proceder de aquel que dio su vida para revestirnos de poder para vencer el mal.CMM 142.3

    Si el médico se esfuerza con fidelidad y diligencia por hacerse efi-ciente en su profesión, si se consagra al servicio de Cristo y dedica tiem-po a escudriñar su corazón, comprenderá los misterios de su sagrada vocación. Logrará disciplinarse y educarse de tal modo que cuantos se encuentren dentro de la esfera de su influencia reconocerán la excelen-cia de la educación y de la sabiduría adquiridas por quien vive siempre en unión con el Dios de sabiduría y poder.CMM 142.4

    En ninguna otra circunstancia se necesita una comunión tan íntima con Cristo como en la obra del médico. El que quiera cumplir debida-mente los deberes de médico ha de llevar día tras día y hora por hora una vida cristiana. La vida del paciente está en manos del médico. Un diagnóstico superficial, una receta equivocada en un caso crítico, o un movimiento de la mano que en una operación desacierte por el espesor de un cabello, puede sacrificar una existencia y precipitar a un alma a la eternidad. ¡Cuán solemne resulta pensar en esto! ¡Cuánto importa, pues, que el médico esté siempre bajo la dirección del Médico divino!CMM 143.1

    El Salvador está dispuesto a auxiliar a cuantos le piden sabiduría y claridad de pensamiento. Y ¿quién necesita más sabiduría y lucidez que el médico, de cuyas resoluciones dependen tantas consecuencias? Todo aquel que procura prolongar una vida debe mirar con fe a Cristo para que dirija todos sus movimientos. El Salvador le dará tacto y habilidad cuando haya de habérselas con casos difíciles.CMM 143.2

    Admirables son las oportunidades dadas a quienes cuidan enfermos. En todo cuanto hacen por devolverles la salud, háganles comprender que el médico procura ayudarlos a cooperar con Dios para combatir la enfermedad. Indúzcanlos a sentir que a cada paso que den en armonía con las leyes de Dios pueden esperar la ayuda del poder divino.CMM 143.3

    Los enfermos tendrán mucha mayor confianza en el médico acerca del cual están seguros que ama y teme a Dios. Confían en sus palabras. Experimentan un sentimiento de seguridad en presencia de un médico tal y bajo su cuidado.CMM 143.4

    Por el hecho de conocer al Señor Jesús, el médico cristiano tiene el privilegio de invocar su presencia en la estancia del enfermo por medio de la oración. Antes de ejecutar una operación crítica, implore el cirujano la ayuda del gran Médico. Asegure al paciente que Dios puede hacerlo salir bien de la prueba, y que en todo momento angustioso él es el refugio seguro para los que en él confían. El médico que no puede obrar así pierde un caso tras otro que de otra manera hubieran podido salvarse. Si supiera decir palabras que inspirasen fe en el compasivo Salvador que percibe cada palpitación de angustia, y si supiera presentarle en oración las necesidades del alma, la crisis se vencería más a menudo sin peligro.CMM 143.5

    Solo aquel que lee en el corazón sabe con cuán tembloroso terror muchos pacientes consienten en entregarse en manos del cirujano. Se dan cuenta del peligro que corren. Al par que confían en la pericia del médico, saben que no es infalible. Pero, cuando le ven inclinarse en ora-ción para pedir a Dios su ayuda, se sienten alentados a confiar. El agra-decimiento y la confianza abren el corazón al poder sanador de Dios; las energías de todo el ser se vivifican y triunfan las fuerzas de la vida.CMM 144.1

    Para el médico también la presencia del Salvador es elemento de fuerza. Muchas veces lo amedrentan las responsabilidades y las contin-gencias de su obra. La incertidumbre y el temor podrían entorpecer su mano. Pero, la seguridad de que el divino Consejero está junto a él para guiarlo y sostenerlo le da calma y valor. El toque de Cristo en la mano del médico infunde vitalidad, tranquilidad, confianza y fuerza.CMM 144.2

    Salvada la crisis con felicidad y estando ya el éxito a la vista, pase el médico unos momentos en oración con el paciente. Dé expresión a su agradecimiento por la vida resguardada. Y, cuando el enfermo expresa su gratitud al médico, haga este que esa gratitud y la alabanza se tribu-ten a Dios. Diga también al paciente que salvó la vida porque estaba bajo la protección del Médico celestial.CMM 144.3

    El médico que obre así conduce a su paciente a aquel de quien de-pende su vida, al único que puede salvar eternamente a cuantos se alle-gan a él.CMM 144.4

    Quienes trabajen en la obra médica misionera deben sentir un pro-fundo anhelo por las almas. Al médico, como al ministro del evangelio, se ha confiado el mayor cargo que pueda encomendarse a los hombres. Sea que lo comprenda o no, todo médico está encargado del cuidado de las almas.CMM 144.5

    Con demasiada frecuencia, en su roce continuo con la enfermedad y la muerte, los médicos pierden de vista las solemnes realidades de la vida futura. En su afán por desviar el peligro del cuerpo, olvidan el peligro del alma. Puede ser que aquel a quien atienden esté perdiendo la vida y sus últimas oportunidades se estén desvaneciendo. Con esta alma volverá a encontrarse el médico en el tribunal de Cristo.CMM 144.6

    Muchas veces dejamos escapar las más preciosas bendiciones al no decir una palabra en el momento oportuno. Si no discernimos la áurea oportunidad, la perdemos. Ala cabecera del enfermo, evítese toda palabra acerca de dogmas o controversias. Diríjase la atención del enfermo hacia aquel que quiere salvar a todos los que a él acuden con fe. Con fervor y ternura, procúrese ayudar al alma pendiente entre la vida y la muerte.CMM 145.1

    El médico que sabe que Cristo es su Salvador personal, porque él mismo fue llevado al Refugio, sabe cómo tratar con las almas temblo-rosas, enfermas de pecado, que sienten su culpa y le piden ayuda. Sabe contestar a la pregunta: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hech. 16:30). Puede contar la historia del amor del que nos redime. Puede hablar por experiencia del poder del arrepentimiento y de la fe. Con palabras sencillas y sinceras, puede presentar a Dios en oración la necesidad del alma, y alentar al enfermo a pedir y aceptar la gracia del compasivo Salvador. Al desempeñar así su ministerio junto a la cabecera del enfermo, procurando dirigirle palabras que lo auxilien y consuelen, el Señor obra por medio de él y con él. Cuando el espíritu del paciente es conducido al Salvador, la paz de Cristo llena su corazón, y la salud espiritual que recibe es como mano auxiliadora de Dios, que restaura la salud del cuerpo.CMM 145.2

    Al atender al enfermo, el médico encuentra a menudo oportunidad para desempeñar su ministerio entre los amigos del afligido, quienes al velar cerca del lecho de dolor y verse incapaces de evitarle un solo tormento de angustia, sienten ablandarse sus corazones. Muchas veces confiesan al médico las penas que ocultan a los demás. Ha llegado entonces la oportunidad para dirigir la atención de los afligidos hacia aquel que invita a los cansados y cargados a acudir a él. A menudo se puede orar entonces por ellos y con ellos, para presentar sus necesidades al que sana todos los dolores y alivia todas las penas.CMM 145.3

    El médico tiene preciosas oportunidades para recordar a sus pacientes las promesas de la Palabra de Dios. Debe sacar del tesoro cosas nuevas y viejas, y pronunciar aquí y allí las anheladas palabras de consuelo y enseñanza. Haga el médico de modo que su mente sea un depósito de pensamientos refrigerantes. Estudie con diligencia la Palabra de Dios, para familiarizarse con sus promesas. Aprenda a repetir las palabras de consuelo que Cristo pronunció en el curso de su ministerio terrenal, cuando enseñaba a la gente y sanaba a los enfermos. Debería hablar de las curaciones realizadas por Cristo, así como de su ternura y su amor. No deje nunca de encaminar el pensamiento de sus pacientes hacia Cristo, el supremo Médico (El ministerio de curación, pp. 75-84).CMM 145.4

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