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    El bautismo

    Cuando llegó el tiempo en que Jesús debía comenzar su ministerio público, lo primero que hizo fué ir al Jordán para ser bautizado por Juan el Bautista.CNS 34.1

    Juan había sido enviado para preparar el camino del Salvador, y había predicado en el desierto diciendo: “Se ha cumplido el tiempo, y se ha acercado el reino de Dios: arrepentíos, y creed el evangelio.” Marcos 1:15.CNS 34.2

    Acudían multitudes para oírle. Muchos eran convencidos de pecado, y él los bautizaba en el Jordán.CNS 34.3

    Dios había hecho saber a Juan que un día el Mesías vendría a él para ser bautizado. También le había prometido que le daría señal por la cual habría de reconocerle.CNS 34.4

    Cuando Jesús vino, el Bautista observó en su rostro evidencias tales de su vida santa que se resistió, diciendo: “¡Yo he menester ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?CNS 34.5

    “Mas Jesús respondiendo, le dijo: Consiente ahora; porque así nos conviene cumplir toda justicia.” Mateo 3:14, 15.CNS 34.6

    Mientras decía esto vióse en su rostro la misma luz celestial que Simón había visto en el templo el día de la dedicación.CNS 34.7

    Entonces Juan condujo al Salvador a las aguas del hermoso río Jordán, y entrando con él en ellas le bautizó a la vista de toda la gente que estaba en la orilla.CNS 35.1

    Jesús no fué bautizado en señal de arrepentimiento por sus propios pecados, puesto que nunca había pecado. Lo fué para darnos el ejemplo.CNS 35.2

    Cuando salió del agua, se arrodilló en la orilla del río y oró fervientemente a Dios. Su Padre le oyó: los cielos se abrieron, y rayos de luz gloriosa resplandecieron, y Juan “vió al Espíritu de Dios que bajaba como paloma y venía sobre él.”CNS 35.3

    Su rostro y todo su cuerpo resplandecían como la luz de la gloria de Dios. Y desde el cielo se oyó la voz de Dios que decía: “Este es mi amado Hijo, en quien tengo mi complacencia.” Mateo 3:16, 17.CNS 35.4

    La gloria que descansó sobre Cristo fué una garantía del amor de Dios para con nosotros. El Salvador vino para ser nuestro ejemplo; y tan seguramente como Dios oyó su oración, oirá la nuestra también.CNS 35.5

    El más menesteroso, el más pecaminoso, el más despreciado, puede hallar acceso al Padre. Cuando nos acercamos a él en nombre de Jesús la misma voz que habló a Jesús en aquella ocasión nos habla también a nosotros, y nos dice: Este es mi hijo amado, en quien tengo mi complacencia.CNS 35.6

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