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    Capítulo 7—Una atmósfera celestial

    El verano del cristiano—Esta tierra es el lugar de preparación para el cielo. El tiempo que se pasa aquí es el invierno del cristiano. Aquí los helados vientos de la aflicción soplan sobre nosotros y nos asaltan las olas de la angustia; pero en el cercano futuro, cuando Cristo venga, la tristeza y el gemido habrán terminado para siempre. Entonces será el verano del cristiano. Todas las pruebas terminarán y no habrá más enfermedad ni muerte. “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”.—Comentario Bíblico Adventista 7:999.SVC 60.1

    De las pruebas no habrá memoria—Procuramos recordar las pruebas más graves por las que habíamos pasado, pero resultaban tan insignificantes frente al incomparable y eterno peso de gloria que nos rodeaba, que no pudimos referirlas y todos exclamamos: “¡Aleluya! Muy poco nos ha costado el cielo”. Pulsamos entonces nuestras áureas arpas cuyos ecos resonaron en las bóvedas del cielo.—Primeros Escritos, 17.SVC 60.2

    Una familia feliz—Las naciones de los salvos no conocerán otra ley que la del cielo. Todos constituirán una familia feliz y unida, ataviada con las vestiduras de alabanza y agradecimiento. Al presenciar la escena, las estrellas de la mañana cantarán juntas, y los hijos de los hombres aclamarán de gozo, mientras Dios y Cristo se unirán para proclamar: No habrá más pecado ni muerte.—La Historia de Profetas y Reyes, 541.SVC 60.3

    La realidad, infinitamente mayor de lo esperado—Cristo aceptó la humanidad y vivió en esta tierra una vida pura y santificada. Por esta razón ha recibido la designación de Juez. El que ocupa la posición de juez es Dios manifestado en la carne. Qué gozo será reconocer en él a nuestro Maestro y Redentor, llevando aún las marcas de la crucifixión, de las que salen rayos de gloria, lo que dará un valor adicional a las coronas que los redimidos recibirán de sus manos, las mismas manos que se extendieron para bendecir a sus discípulos cuando él ascendió. La misma voz que dijo: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20), da la bienvenida a los redimidos.SVC 61.1

    El mismo que dio su preciosa vida por ellos, quien por su gracia movió sus corazones al arrepentimiento, quien los despertó a su necesidad de arrepentimiento, los recibe ahora en su gozo. ¡Oh, cuánto lo aman! La realización de su esperanza es infinitamente mayor que su expectativa. Su gozo es completo, y ellos toman sus refulgentes coronas y las arrojan a los pies de su Redentor.—Consejos Sobre Mayordomía Cristiana, 364.SVC 61.2

    No todo ha sido revelado—El Señor ha provisto todo para nuestra felicidad en la vida futura, pero no ha hecho revelaciones acerca de esos planes y no hemos de conjeturar en cuanto a ellos. Tampoco hemos de medir las condiciones de la vida futura por las condiciones de esta vida.SVC 61.3

    Los asuntos de vital importancia han sido revelados claramente en la Palabra de Dios. Estos temas son dignos de nuestro pensamiento más profundo. Pero no hemos de investigar en asuntos en los cuales Dios se ha callado. Algunos han aventurado la especulación de que los redimidos no tendrán cabellos canos. Se han presentado otras necias suposiciones como si fueran asuntos de importancia. Dios ayude a su pueblo a pensar razonablemente. Cuando se levanten preguntas en las cuales estamos en la incertidumbre, debiéramos preguntar: “¿Qué dice la Escritura?”—Mensajes Selectos 1:204.SVC 61.4

    Jesús explicará sus providencias—Durante mucho tiempo hemos esperado el regreso de nuestro Salvador. Pero no por eso la promesa es menos segura. Pronto nos encontraremos en nuestro hogar prometido. Allá Jesús nos guiará junto a las aguas vivas que fluyen del trono de Dios, y nos explicará las enigmáticas disposiciones a través de las cuales nos guió a fin de perfeccionar nuestros caracteres. Allí veremos en todas partes los hermosos árboles del paraíso, y en medio de ellos contemplaremos el árbol de la vida. Allí veremos con una visión perfecta las hermosuras del Edén restaurado. Allí arrojaremos a los pies de nuestro Redentor las coronas que él había colocado en nuestras cabezas, y, pulsando nuestras arpas doradas, ofreceremos alabanza y agradecimiento a Aquel que está sentado sobre el trono.— Consejos Sobre Mayordomía Cristiana, 364, 365.SVC 62.1

    Un lugar lleno de gozo—...El cielo está lleno de gozo. Resuena con las alabanzas que se le rinden a Aquel que realizó un sacrificio tan maravilloso en favor de la redención de la raza humana. ¿No debería también llenarse de alabanza la iglesia de esta tierra? ¿Acaso no deberían los cristianos publicar por todo el mundo la felicidad de servir a Cristo? Los que hayan de unirse con el coro angelical en sus himnos de alabanza deben aprender aquí en la tierra el cántico del cielo, cuya nota tónica es la acción de gracias.—Testimonios para la Iglesia 7:232.SVC 62.2

    Jesús os recibirá, tan contaminados como estáis, y os lavará con su sangre, y limpiará de vosotros toda contaminación, y os hará idóneos para participar de la compañía de los ángeles celestiales, en un cielo puro y armonioso. No hay contiendas ni discordias allí. Todo es salud, felicidad y gozo.—Maranata: El Senor Viene, 55.SVC 63.1

    No existirá el dolor—El dolor no puede existir en el ambiente del cielo. Allí no habrá más lágrimas, ni cortejos fúnebres, ni manifestaciones de duelo. “Y la muerte no será más; ni habrá más gemido ni clamor, ni dolor; porque las cosas de antes han pasado ya”. “No dirá más el habitante: Estoy enfermo; al pueblo que mora en ella le habrá sido perdonada su iniquidad”. Apocalipsis 21:4; Isaías 33:24 (VM).—El Conflicto de los Siglos, 734.SVC 63.2

    La santidad reina suprema—En el cielo, Dios es todo en todos. Allí reina suprema la santidad; allí no hay nada que estropee la perfecta armonía con Dios. Si estamos a la verdad en viaje hacia allá, el espíritu del cielo morará en nuestro corazón aquí. Pero si no hallamos placer ahora en la contemplación de las cosas celestiales; si no tenemos interés en tratar de conocer a Dios, ningún deleite en contemplar el carácter de Cristo; si la santidad no tiene atractivos para nosotros, podemos estar seguros de que nuestra esperanza del cielo es vana. La perfecta conformidad a la voluntad de Dios es el alto blanco que debe estar constantemente delante del cristiano. Él se deleitará en hablar de Dios, de Jesús, del hogar de felicidad y pureza que Cristo ha preparado para los que le aman. La contemplación de estos temas, cuando el alma se regocija en las bienaventuradas seguridades de Dios, es comparada por el apóstol al goce de “las virtudes del siglo venidero”.—Joyas de los Testimonios 2:342, 343.SVC 63.3

    Perfecto orden—Dios es un Dios de orden. Todo lo que se relaciona con el cielo está en orden perfecto; la sumisión y una disciplina cabal distinguen los movimientos de la hueste angélica. El éxito sólo puede acompañar al orden y a la acción armónica. Dios exige orden y sistema en su obra en nuestros días tanto como los exigía en los días de Israel. Todos los que trabajan para él han de actuar con inteligencia, no en forma negligente o al azar. Él quiere que su obra se haga con fe y exactitud, para que pueda poner sobre ella el sello de su aprobación.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 393.SVC 64.1

    Igualdad completa—Los principios egoístas ejercidos en la tierra no son los principios que prevalecerán en el cielo. Todos los hombres están en un plano de igualdad en el cielo.—Consejos Sobre Mayordomía Cristiana, 139.SVC 64.2

    Se promete descanso—Dios quiere que todos trabajen. La atareada bestia de carga responde mejor a los propósitos de su creación que el hombre indolente. Dios trabaja constantemente. Los ángeles trabajan; son ministros de Dios para los hijos de los hombres. Los que esperan un cielo de inactividad quedarán chasqueados; porque en la economía del cielo no hay lugar para la satisfacción de la indolencia. Pero se promete descanso a los cansados y cargados. El siervo fiel es el que recibirá la bienvenida al pasar de sus labores al gozo de su Señor. Depondrá su armadura con regocijo, y olvidará el fragor de la batalla en el glorioso descanso preparado para los que venzan por la cruz del Calvario.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 267.SVC 64.3

    Reina un espíritu de amor puro. El hombre, en su estado de inocencia, gozaba de completa comunión con Aquel “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”. Colosenses 2:3. Mas después de su caída, no pudo encontrar gozo en la santidad y procuró ocultarse de la presencia de Dios. Y tal es aún la condición del corazón no renovado. No está en armonía con Dios, ni encuentra gozo en la comunión con él. El pecador no podría ser feliz en la presencia de Dios; le desagradaría la compañía de los seres santos. Y si se le pudiese permitir entrar en el cielo, no hallaría alegría en aquel lugar. El espíritu de amor puro que reina allí donde responde cada corazón al corazón del Amor Infinito, no haría vibrar en su alma cuerda alguna de simpatía. Sus pensamientos, sus intereses, sus móviles, serían distintos de los que mueven a los moradores celestiales. Sería una nota discordante en la melodía del cielo. El cielo sería para él un lugar de tortura. Ansiaría ocultarse de la presencia de Aquel que es su luz y el centro de su gozo. No es un decreto arbitrario de parte de Dios el que excluye del cielo a los malvados: ellos mismos se han cerrado las puertas por su propia ineptitud para aquella compañía. La gloria de Dios sería para ellos un fuego consumidor. Desearían ser destruidos para esconderse del rostro de Aquel que murió por salvarlos.—El Camino a Cristo, 17, 18.SVC 65.1

    Vida social armoniosa. Allí los redimidos conocerán como son conocidos. Los sentimientos de amor y simpatía que el mismo Dios implantó en el alma, se desahogarán del modo más completo y más dulce. El trato puro con seres santos, la vida social y armoniosa con los ángeles bienaventurados y con los fieles de todas las edades que lavaron sus vestiduras y las emblanquecieron en la sangre del Cordero, los lazos sagrados que unen a “toda la familia en los cielos, y en la tierra”—todo eso constituye la dicha de los redimidos.—El Hogar Cristiano, 492, 493.SVC 65.2

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