Capítulo 18—El cielo puede comenzar ahora
- Prefacio
- Capítulo 1—El camino al cielo
- Capítulo 2—El cumplimiento de la promesa
- Capítulo 3—La promesa de la segunda venida a través de la historia
- Capítulo 4—La liberación del pueblo de Dios
- Capítulo 5—La segunda venida de Cristo
- Capítulo 6—Nuestra herencia eterna
- Capítulo 7—Una atmósfera celestial
- Capítulo 8—Al fin cara a cara
- Capítulo 9—El Edén restaurado
- Capítulo 10—¿Quiénes estarán allí?
- Capítulo 11—Algunos ya están en el cielo
- Capítulo 12—Algunos que no estarán allí
- Capítulo 13—Mil años en el cielo
- Capítulo 14—El fin de la maldad
- Capítulo 15—La tierra renovada
- Capítulo 16—La escuela celestial
- Capítulo 17—El día se acerca
- Capítulo 18—El cielo puede comenzar ahora
- Capítulo 19—La música del cielo
- Capítulo 20—Llamados a estar allí
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Capítulo 18—El cielo puede comenzar ahora
El cielo en el corazón y en el hogar—Nuestro Salvador desea que confiemos en él, que creamos tan plenamente sus palabras que traigamos el cielo a nuestras vidas aquí en la tierra. Si nuestra vida está escondida con Cristo en Dios podemos tener el cielo en nuestro corazón y en nuestro hogar. De esa manera podemos brindar gozo y solaz en la vida de otros. El gozo de Cristo permanecerá en nosotros y nuestro gozo será cumplido.—St 2:147.SVC 159.1
El reino de la gracia aquí y ahora—El reino de la gracia de Dios se está estableciendo, a medida que ahora, día tras día, los corazones que estaban llenos de pecado y rebelión se someten a la soberanía de su amor. Pero el establecimiento completo del reino de su gloria no se producirá hasta la segunda venida de Cristo a este mundo. “El reino y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo” serán dados “al pueblo de los santos del Altísimo”. Heredarán el reino preparado para ellos “desde la fundación del mundo”. Cristo asumirá entonces su gran poder y reinará.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 93.SVC 159.2
El cielo en el corazón—Cristo ha sido un compañnero diario y un amigo familiar para sus fieles seguidores. Éstos han vivido en contacto íntimo, en constante comunión con Dios. Sobre ellos ha nacido la gloria del Señor. En ellos se ha reflejado la luz del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Ahora se regocijan en los rayos no empañados de la refulgencia y gloria del Rey en su majestad. Están preparados para la comunión del cielo; pues tienen el cielo en sus corazones.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 347.SVC 159.3
El cielo en la tierra—Durante todo el día la gente se había apiñado en derredor de Jesús y sus discípulos, mientras él enseñaba a orillas del mar. Habían escuchado sus palabras de gracia, tan sencillas y claras que para sus almas eran como bálsamo de Galaad. El poder curativo de su divina mano había suministrado salud al enfermo y vida al moribundo. Aquel día les había parecido como el cielo en la tierra, y no se daban cuenta del tiempo transcurrido desde que comieran.—El Ministerio de Curación, 29.SVC 160.1
El símbolo más dulce del cielo—El hogar debe ser hecho todo lo que la palabra implica. Debe ser un pequeño cielo en la tierra, un lugar donde los afectos son cultivados en vez de ser estudiosamente reprimidos. Nuestra felicidad depende de que se cultive así el amor, la simpatía y la verdadera cortesía mutua.SVC 160.2
El símbolo más dulce del cielo es un hogar presidido por el Espíritu del Señor. Si se cumple la voluntad de Dios, los esposos se respetarán mutuamente y cultivarán el amor y la confianza.—El Hogar Cristiano, 11, 12.SVC 160.3
Un hogar placentero y feliz puede ser un cielo en la tierra—Padres, haced de vuestro hogar un pequeño cielo en la tierra. Podéis lograrlo si elegís hacerlo. Podéis hacer el hogar tan placentero y feliz que será el lugar más atractivo sobre la tierra para vuestros hijos. Que ellos reciban todas las bendiciones de un hogar. Podéis hacerlo si os acercáis de tal manera a Dios, que su Espíritu morará en vuestro hogar. Acercaos al lado sangrante del Hombre del Calvario; al participar en sus sufrimientos, al fin participaréis con él de su gloria.—Peter’s Counsel to Parents.SVC 160.4
Nuestras instituciones pueden ser un cielo en la tierra—Como hijos e hijas de Dios y miembros de la familia real, debemos aprender de él a hacer diariamente su voluntad y representar su carácter. El amor de Dios recibido en el corazón es un poder activo para el bien. Despierta las facultades de la mente y los poderes del alma. Amplía la capacidad de sentir y de amar. Aquel que ama a Dios de todo su corazón, amará a todos los hijos de Dios y se aproximará a ellos con una conducta respetuosa, no importa cual sea su propia posición o responsabilidad. Su cortesía y consideración le ganarán respeto y confianza.SVC 161.1
Si ese espíritu prevalece en nuestras instituciones, y cada uno manifiesta un amor sincero hacia sus compañeros de trabajo, nuestras instituciones serán una representación del cielo en la tierra. Serán para el mundo un testimonio perpetuo de lo que la verdad santificante puede hacer en aquel que la recibe. Todos deseamos que esa clase de amor se exprese hacia nosotros, y Dios nos llama a revelar ese mismo espíritu hacia los demás.—The Ellen G. White 1888 Materials, 1356.SVC 161.2
El cielo comienza aquí—A medida que entramos por Jesús en el descanso, empezamos aquí a disfrutar del cielo. Respondemos a su invitación: “Venid... aprended de mí”, y al venir así comenzamos la vida eterna. El cielo consiste en acercarse incesantemente a Dios por Cristo. Cuanto más tiempo estemos en el cielo de la felicidad, tanto más de la gloria se abrirá ante nosotros; y cuanto más conozcamos a Dios, tanto más intensa será nuestra felicidad. A medida que andamos con Jesús en esta vida, podemos estar llenos de su amor, satisfechos con su presencia. Podemos recibir aquí todo lo que la naturaleza humana puede soportar.—El Deseado de Todas las Gentes, 299.SVC 161.3
Cuando el pueblo de Dios esté lleno de mansedumbre y ternura, comprenderá que su bandera sobre él es amor, y su fruto será dulce al paladar. Hará aquí un cielo en el cual se preparará para el cielo de arriba.—Hijos e Hijas de Dios 114.SVC 162.1
El cielo ha de comenzar en esta tierra—Aquel que recibe a Cristo mediante una fe viviente, tiene una relación viviente con Dios... Lleva consigo la atmósfera del cielo, que es la gracia de Dios, un tesoro que el mundo no puede comprar.—Carta 18, 1891.SVC 162.2
“Sus siervos le servirán”. Apocalipsis 22:3. La vida en la tierra es el comienzo de la vida en el cielo; la educación en la tierra es una iniciación en los principios del cielo; la obra de la vida aquí es una preparación para la obra de la vida allá. Lo que somos ahora en carácter y servicio santo es el símbolo seguro de lo que seremos entonces.SVC 162.3
“El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir”. La obra de Cristo en la tierra es su obra en el cielo, y la recompensa que recibiremos por trabajar para él en este mundo será el mayor poder y el más amplio privilegio de trabajar con él en el mundo venidero.SVC 162.4
“Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios”. Esto también seremos en la eternidad.—La Educación, 297.SVC 162.5
La felicidad del cielo se hallará poniéndose en conformidad con la voluntad de Dios, y si los hombres llegan a ser miembros de la familia real en el cielo es porque éste ha comenzado con ellos en la tierra. Han albergado el espíritu de Cristo... El justo se apropiará de cada gracia, de toda facultad preciosa y santificada de las cortes del cielo, y cambiará la tierra por el cielo.—Hijos e Hijas de Dios, 363.SVC 163.1
El cielo comienza en el alma—El cielo comienza en el alma, y cuando la mente se llena de las cosas del cielo, Cristo es más y más apreciado y llega a ser el más amado entre diez mil... Si queremos ver el cielo allá, debemos tener el cielo aquí. Debemos tener el cielo en nuestros hogares, con nuestras familias acercándose a Dios por medio de Cristo. Cristo es el gran centro de atracción, y el hijo de Dios que se esconde en Cristo, se esconde en la vida de Dios. La oración es la vida del alma; es alimentarse en Cristo; es volver nuestros rostros hacia el Sol de justicia. Cuando volvemos nuestros rostros hacia él, él vuelve su rostro sobre nosotros. Anhela darnos su divina gracia, y cuando nos acercamos a Dios con fe se avivan nuestros poderes espirituales. No caminamos a ciegas ni nos quejamos de nuestra aridez espiritual. Al investigar diligentemente y con oración la palabra de Dios, podemos aplicar sus ricas promesas a nuestras almas, los ángeles se acercan a nuestro lado y el enemigo con sus muchos engaños tiene que retirarse.—The Signs of the Times, julio 31, 1893.SVC 163.2
Al conducirnos nuestro Redentor al umbral de lo infinito, inundado con la gloria de Dios, podremos comprender los temas de alabanza y acción de gracias del coro celestial que rodea el trono, y al despertarse el eco del canto de los ángeles en nuestros hogares terrenales, los corazones serán acercados más a los cantores celestiales. La comunión con el cielo empieza en la tierra. Aquí aprendemos la clave de su alabanza.—La Educación, 164.SVC 163.3
Podemos comer aquí del árbol que da vida—El fruto del árbol de la vida en el jardín del Edén poseía virtudes sobrenaturales. Comer de él equivalía a vivir para siempre. Su fruto era el antídoto de la muerte. Sus hojas servían para mantener la vida y la inmortalidad. Pero debido a la desobediencia del hombre, la muerte entró en el mundo. Adán comió del árbol del conocimiento del bien y del mal, cuyo fruto aun le había sido prohibido que tocara. Su transgresión abrió las compuertas de la maldición sobre la raza humana.SVC 164.1
El Agricultor celestial trasplantó el árbol de la vida al paraíso del cielo después de la entrada del pecado; pero sus ramas cuelgan sobre la muralla hacia el mundo que está más abajo. Por medio de la redención comprada por la sangre de Cristo, aún podemos comer de su vivificante fruto.SVC 164.2
De Cristo está escrito: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Él es la fuente de vida. Obedecerle es el poder vivificante que alegra el alma.SVC 164.3
Cristo declara: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”.—Comentario Bíblico Adventista 7:999, 1000.SVC 164.4
El estudio de la Biblia acerca el cielo a la iglesia—Cristo y su Palabra están en perfecta armonía. Recibidos y obedecidos, abren una senda segura para los pies de todos los que están dispuestos a andar en la luz como Cristo es la luz. Si el pueblo de Dios apreciase su Palabra, tendríamos un cielo en la iglesia aquí en la tierra. Los cristianos tendrían avidez y hambre por escudriñar la Palabra. Anhelarían tener tiempo para comparar pasaje con pasaje, y para meditar en la Palabra. Anhelarían más la luz de la Palabra que el diario de la mañana, las revistas o las novelas. Su mayor deseo sería comer la carne y beber la sangre del Hijo de Dios. Y como resultado, su vida se conformaría a los principios y las promesas de la Palabra. Sus instrucciones serían para ellos como las hojas del árbol de vida. Sería en ellos una fuente de aguas, que brotaría para vida eterna. Los raudales refrigerantes de la gracia renovarían la vida del alma, haciéndole olvidar todo afán y cansancio. Se sentirían fortalecidos y animados por las palabras de la inspiración.SVC 164.5
Los ministros serían inspirados por una fe divina. Sus oraciones se caracterizarían por el fervor, estarían henchidos de la seguridad de la verdad. Olvidarían el cansancio en la luz del cielo. La verdad se entretejería con su vida y sus principios celestiales serían como una corriente fresca capaz de satisfacer constantemente el alma.—Joyas de los Testimonios 3:237, 238.SVC 165.1
Por la fe podemos estar en el umbral de la ciudad eterna—¿Qué sostuvo al Hijo de Dios en su vida de pruebas y sacrificios? Vio los resultados del trabajo de su alma y fue saciado. Mirando hacia la eternidad, contempló la felicidad de los que por su humillación obtuvieron el perdón y la vida eterna. Su oído captó la aclamación de los redimidos. Oyó a los rescatados cantar el himno de Moisés y del Cordero.SVC 165.2
Podemos tener una visión del futuro, de la bienaventuranza en el cielo. En la Biblia se revelan visiones de la gloria futura, escenas bosquejadas por la mano de Dios, las cuales son muy estimadas por su iglesia. Por la fe podemos estar en el umbral de la ciudad eterna, y oír la bondadosa bienvenida dada a los que en esta vida cooperaron con Cristo, considerándose honrados al sufrir por su causa. Cuando se expresen las palabras: “Venid, benditos de mi Padre” pondrán sus coronas a los pies del Redentor, exclamando: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder y riquezas y sabiduría, y fortaleza y honra y gloria y alabanza... Al que está sentado en el trono, y al Cordero sea la bendición y la honra y la gloria, y el poder, para siempre jamás”.—Los Hechos de los Apóstoles, 480, 481.SVC 165.3
Dios no se agrada de que su pueblo cuelgue en los pasillos de su memoria cuadros oscuros y dolorosos. Él quiere que cada alma recoja las rosas, los lirios y los claveles, adornando los pasillos de su memoria con las preciosas promesas de Dios que florecen por todo su jardín. Él quiere que nos espaciemos en ellas, con nuestros sentidos agudos y claros, tomándolas con toda su plena riqueza, hablando del gozo que tenemos delante de nosotros. Él desea que vivamos en el mundo, pero que no seamos del mundo, que nuestros afectos se fijen en las cosas eternas. Él anhela que hablemos de las cosas que él ha preparado para los que le aman. Estas atraerán nuestras mentes, despertarán nuestras esperanzas y expectativas, y fortalecerán nuestras almas para soportar los conflictos y las pruebas de la vida. Cuando nos detengamos en estas escenas, el Señor animará nuestra fe y nuestra confianza. Él apartará el velo y nos dará vislumbres de la herencia de los santos.—Mensajes Selectos 3:185.SVC 166.1
Cristo se hizo carne con nosotros, a fin de que pudiésemos ser espíritu con él. En virtud de esta unión hemos de salir de la tumba, no simplemente como manifestación del poder de Cristo, sino porque, por la fe, su vida ha llegado a ser nuestra. Los que ven a Cristo en su verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna.—El Deseado de Todas las Gentes, 352.SVC 166.2
Un anticipo del cielo para los humildes—Necesitamos que Jesús more en nuestro corazón, y sea en él un manantial constante y vivificador. Entonces, las corrientes que fluyan de ese manantial serán puras, dulces, celestiales y anticiparán el cielo a los que son humildes de corazón.—EOP, 81.SVC 167.1
Cristo en el alma, un anticipo del cielo—“Dulce será mi meditación en él; yo me regocijaré en Jehová”. Salmos 104:34.SVC 167.2
Descanse plenamente en los brazos de Jesús. Contemple su gran amor, y mientras medite en su abnegación, su sacrificio infinito hecho en nuestro favor para que creyésemos en él, su corazón se llenará de gozo santo, paz serena, y amor indescriptible. Mientras hablemos de Jesús y lo busquemos en oración, se fortalecerá nuestra confianza de que él es nuestro Salvador personal y amante, y su carácter aparecerá más y más hermoso... Debemos gozarnos con ricos festines de amor, y mientras más plenamente creamos que somos suyos por adopción, tendremos un goce anticipado del cielo.SVC 167.3
Esperemos con fe en el Señor. Él impulsa al alma a la oración, y nos imparte el sentimiento de su precioso amor. Nos sentimos cerca de él, y podemos mantener una dulce comunión a su lado. Obtenemos un pano—rama claro de su ternura y compasión, y nuestro corazón se abre y enternece al considerar el amor que se nos concede. Sentimos en verdad morar a Cristo en el alma...SVC 167.4
Nuestra paz es como un río, ola tras ola de gloria ruedan hacia el interior del corazón, y verdaderamente cenamos con Jesús y él con nosotros. Sentimos que comprendemos el amor de Dios, y descansamos en su amor. Ningún lenguaje puede describirlo; está más allá del entendimiento. Somos uno con Jesús; nuestra vida se esconde con Cristo en Dios. Tenemos la seguridad de que cuando él, que es nuestra vida, aparezca, entonces, también apareceremos con él en gloria. Con toda confianza podemos decir que Dios es nuestro Padre. Ya sea que vivamos o muramos, pertenecemos al Señor. Su Espíritu nos hace semejantes a Cristo Jesús en temperamento y disposición, y representamos a Cristo ante los demás. Cuando él mora en el alma, no es posible ocultar este hecho, porque es como una fuente de aguas que mana vida eterna.—Hijos e Hijas de Dios, 313.SVC 167.5