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Manuscritos Inéditos Tomo 2 (Contiene los manuscritos 97-161) - Contents
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    Manuscrito 111—El encanto de la cortesía

    Los que trabajan para Cristo han de ser puros, justos y confiables; también deben ser tiernos de corazón, compasivos y corteses. Hay un encanto en el trato de los que son corteses de verdad. Las palabras bondadosas, las miradas agradables y la cortesía son de inestimable valor. Los cristianos que son descorteses demuestran que no están unidos a Cristo, porque no se preocupan por los demás. No es posible estar en comunión con Cristo y ser descortés.2MI 103.1

    Todo cristiano ha de ser lo que Cristo fue en su vida terrenal. Él es nuestro ejemplo no solamente en su inmaculada pureza, sino en su paciencia, caballerosidad y amabilidad. Respecto a la verdad y al deber, él fue firme como una roca, pero al mismo tiempo fue amable y cortés. Su vida constituye un perfecto ejemplo de genuina cortesía. Siempre tenía una mirada bondadosa y una palabra de consuelo para los necesitados y oprimidos.2MI 103.2

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    Solicitado para su publicación en la Review and Herald.

    Su presencia en el hogar transmitía una atmósfera de pureza, y su vida era como una levadura que transformaba los elementos de la sociedad. Manso e impoluto, caminó entre los desalmados, los rudos y los descorteses; entre los injustos publicanos, entre los impíos sa maritanos, entre los soldados paganos, los toscos agricultores y entre las complejas multitudes. En la medida en que se encontraba con los cansados y cargados, él iba pronunciando palabras de consuelo por aquí y por allá. Él compartió las cargas de ellos y les repitió las enseñanzas que él había aprendido de la naturaleza respecto al amor, la bondad y la misericordia de Dios.2MI 104.1

    Él impartió esperanza a los más toscos y poco prometedores, colocando ante ellos la seguridad de que podrían convertirse en justos y pacíficos si adquirían el carácter que los haría parecer como hijos de Dios.2MI 104.2

    Aunque era judío, Cristo se relacionó con los samaritanos y puso en entredicho las costumbres farisaicas de los judíos. A pesar de los prejuicios de los samaritanos, él aceptó la hospitalidad de aquel despreciado pueblo. Durmió debajo de sus techos, comió en sus mesas, participó de la comida preparada y servida por sus manos, enseñó en sus calles y los trató con mucha bondad y cortesía. Jesús se sentó a la mesa de los publicanos como un invitado de honor, y mediante su empatía y trato social demostró que reconocía la nobleza de todo ser humano, haciendo que la gente anhelara ganarse la confianza de él. Con poder vivificante sus palabras cayeron en las sedientas almas de las personas. Se suscitaron nuevas inclinaciones y la oportunidad de una nueva vida se abrió ante aquellos parias de la sociedad.2MI 104.3

    El amor de Cristo enternece el corazón y lima toda aspereza de carácter. De él hemos de aprender a combinar la pureza e integridad con un temperamento radiante. Un cristiano amable y cortés es el argumento más poderoso que puede ser esgrimido en favor del evangelio.2MI 104.4

    La conducta de algunos profesos cristianos carece tanto de bondad y cortesía que sus obras de bien son consideradas como malas. Su sinceridad quizá no sea puesta en tela de juicio; su rectitud tal vez no sea cuestionada; pero, la sinceridad y la rectitud no justificarán la falta de bondad y de cortesía. Esas personas necesitan reconocer que el plan de redención es un plan de misericordia, puesto en marcha para pulir todo la brusquedad y dureza de la naturaleza humana. Ellos necesitan cultivar esa increíble cortesía cristiana que hace a la gente bondadosas y consideradas con todos. El cristiano debe ser solidario y auténtico, compasivo y cortés, al mismo tiempo que es recto y honrado.2MI 104.5

    Los mundanos estudian para ser corteses, para ser tan amables como les sea posible. Ellos se preparan para que sus discursos y modales tengan el mayor impacto sobre aquellos con quienes se asocian. Con el fin de lograr sus propósitos, utilizan sus conocimientos y destrezas de la mejor manera posible. «Los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz” [Luc. 16: 8].2MI 105.1

    En su paso por la vida ustedes se encontrarán con personas cuya suerte no ha sido nada fácil. Su carga se hace más pesada por las luchas y las precariedades, no tienen esperanzas de un futuro mejor. Cuando se le añaden el dolor y la enfermedad, la carga es prácticamente mayor de lo que pueden soportar. Oprimidos y agobiados por las penas no saben adónde ir en busca de alivio. Cuando se encuentren con personas así, pongan todo su empeño en ayudarlas. No es la voluntad de Dios que sus hijos se encierren en sí mismos. Recuerden que Jesús murió por ellos y por ustedes. En su trato con ellos, sean sensibles y corteses. Eso abrirá la puerta para que puedan ayudarles, para ganar su confianza, para impartirles esperanzas y ánimo.2MI 105.2

    El apóstol nos exhorta: «Así como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque escrito está: “Sed santos, porque yo soy santo”» [1 Ped. 1: 15, 16]. La gracia de Cristo transforma completamente al ser humano; hace que el rudo se convierta en civilizado, el descortés en amable, el egoísta en generoso. [La gracia] subyuga el carácter y la lengua. Se hace visible a través de la amabilidad y el tierno cuidado mostrado a los hermanos, mediante palabras bondadosas y reconfortantes y acciones altruistas. La presencia de un ángel se manifestará en el hogar. La vida expele una dulce fragancia que asciende a Dios como un santo incienso. El amor se revelará por la bondad, la gentileza, la paciencia y la tolerancia. La expresión del rostro cambiará. La paz del cielo será revelada. Se verá una habitual amabilidad y un amor más que humano. Lo humano se hará partícipe de lo divino. Cristo es honrado por la perfección del carácter. En la medida en que estos cambios se van perfeccionando, los ángeles prorrumpen en un celestial cántico, mientras que Dios y Cristo se gozan por las almas transformadas según el modelo divino.2MI 105.3

    Deberíamos acostumbrarnos a hablar en tonos agradables, a utilizar un vocabulario impecable y correcto, así como palabras que sean bondadosas y corteses. Las palabras bondadosas son para el alma como un rocío, como una lluvia suave. Las Escrituras dicen de Cristo que la gracia fue vertida en sus labios «para saber hablar palabras al cansado” [Isa. 50: 4]. El Señor nos ordena: «Sea vuestra palabra siempre con gracia”; «a fin de dar gracia a los oyentes” [Col. 4: 6; Efe. 4: 29].2MI 106.1

    Algunos con quienes ustedes tendrán contacto serán groseros y descorteses; pero, por eso no dejen de ser corteses. El que quiera mantener su respeto propio debe ser cuidadoso para no herir innece sariamente la autoestima de los demás. En cuanto a los más necios o insensibles, esta regla debe ser observada sagradamente. Ustedes no saben lo que Dios pretende lograr con esos que aparentan ser poco prometedores. En el pasado él ha aceptado a personas de poca capacidad, que no eran atractivas, para que lleven a cabo una gran obra para él. Su Espíritu, obrando en el corazón, ha despertado el talento y lo ha preparado para que realicen una gran obra. El Señor vio en esas piedras ásperas y sin labrar un material precioso que soportaría las pruebas de las tormentas y las presiones. Dios ve lo que nosotros no podemos ver. Él no juzga según las apariencias; él escudriña el corazón y juzga con rectitud.2MI 106.2

    Seamos generosos, estemos siempre dispuestos a dar ánimo a los demás, a aligerar sus cargas mediante actos de bondad y acciones misericordiosas y desinteresadas. Esos actos de cortesía, que comienzan en el hogar y se extienden más allá del círculo familiar, llegan lejos y se suman para compensar la felicidad de la vida; por otro lado, descuidarlos añade mucho a las miserias de la vida. — Manuscrito 69, 1902 (todo el manuscrito «The Grace of Courtesy» [El don de la cortesía], copiado el 26 de mayo de 1902. Review and Herald, 20 de agosto de 1959).2MI 106.3

    Patrimonio White,

    Agosto de 1959

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