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    Capítulo 25

    El año declarado para la venida del Señor – Vendo mi lugar de residencia – Voy con el mensaje a los Estados con esclavos – Reuniones en la isla Kent – Reuniones en Centerville, costa oriental de Maryland – Juez Hopper – Reuniones adventistas en la costa oriental de Maryland – Reuniones en Centerville – En Chester – Amenazas de cárcel – Sentimiento entre los esclavos – El poder del Señor en la reunión – Convicción de la gente

    Como el Sr. Miller siempre mencionaba que el tiempo de la venida del Señor era alrededor del año 1843, ahora lo presionaban para que indicara el asunto del tiempo más definidamente. Él dijo que el Señor vendría “en algún momento entre el 21 de marzo de 1843, y el 21 de marzo de 1844”. Antes del final de ese memorable año, se designaron Conferencias a cargo de los Hnos. Miller, Himes, y otros, en las ciudades de Nueva York, Filadelfia, Baltimore y Washington, para revivir y dar la última advertencia, y si era posible, despertar y amonestar a la casa del César. Fue una época de interés emocionante para todos los que realmente amaban la doctrina de la Segunda Venida.AJB 213.1

    Por ese tiempo vendí mi lugar de residencia, incluyendo la mayor parte de mi propiedad, pagué todas mis deudas de modo que pudiera decir una vez más que no debía “nada a nadie”. Por algún tiempo había estado buscando y esperando una forma de ir con el mensaje al sur a los Estados que tenían esclavos. Me daba cuenta de que los dueños de esclavos en el Sur estaban rechazando la doctrina del segundo advenimiento, y solo unos pocos meses antes habían echado a los Hnos. Storrs y Brown de Norfolk, Virginia, y se me dijo que si iba al sur los dueños de esclavos me matarían por ser abolicionista. Vi que había algún peligro, pero el imperativo del deber y un deseo de beneficiarlos y aliviar mi propia alma, pesaban más que tales obstáculos.AJB 213.2

    El Hno. H. S. Gurney, que ahora vivía en Memphis, Michigan, dijo que me acompañaría hasta Filadelfia. El vapor en que tomamos pasaje desde Massachusetts, tuvo mucha dificultad en atravesar la capa de hielo en la parte final de su viaje, a través del canal de Long Island y Hurl Gate, a la ciudad de Nueva York. En Filadelfia asistimos a algunas de las reuniones atestadas del Hno. Miller y otros. Era realmente maravilloso ver a las multitudes de personas reunidas para escucharlo predicar acerca de la venida del Señor. El Hno. G. ahora decidió acompañarme al sur. Llegamos a la ciudad de Annapolis, Maryland, vía Washington, y cruzamos la Bahía de Chesapeake en medio del hielo, a la parte central de la isla Kent, sobre la cual yo había sido arrojado 27 inviernos antes. En la taberna encontramos a la gente participando del consejo municipal. Los dirigentes de dos capillas que estaban presentes, no estaban dispuestos a abrirnos las puertas, e insinuaron el peligro de predicar la doctrina de la venida de Cristo entre los esclavos. Solicitamos al dueño de la taberna que nos prestara su casa; él contestó que podíamos tenerla tan pronto como concluyera la reunión del consejo municipal.AJB 213.3

    Hicimos un compromiso ante ellos, de que predicar sobre el segundo advenimiento comenzaría en la taberna la tarde siguiente a cierta hora. Dijo el encargado de la taberna: “¿Se llama usted Joseph Bates?” Yo respondí: “Sí”. Dijo que recordaba que yo visité la casa de su padre cuando era un niño, y me informó que su madre y su familia estaban en otra habitación, y que estarían contentos de verme. Su madre dijo que ella creía que me conocía cuando entré por primera vez a la casa.AJB 214.1

    La noticia de nuestra reunión rápidamente se difundió por la isla, y la gente vino para escuchar, y pronto estuvieron profundamente interesados sobre la venida del Señor. Nuestras reuniones continuaron por cinco tardes consecutivas. El lodo era tan profundo por causa del repentino derretimiento, que no realizamos reuniones nocturnas. La taberna era una casa de temperancia, y nos acomodaba mejor que cualquier otro lugar que pudiéramos haber encontrado en el vecindario.AJB 214.2

    Al comienzo de nuestra última reunión de la tarde, un hermano que había llegado a estar profundamente interesado en la causa, llamó a un lado al Hno. G. y a mí para informarnos que había un grupo a unos tres kilómetros [dos millas], junto a un negocio de ron preparándose para venir y tomarnos. Le aseguramos de que no nos preocupaba tal cosa, y le rogamos que entrara a la reunión con nosotros y dejara el asunto en manos de ellos. La gente pareció tan ansiosa de oír, que mi inquietud aumentó por hacer que el tema fuera tan claro como podía para ellos, de modo que la idea de ser apresado en la reunión, se me había pasado totalmente. Pero antes de que tuviera tiempo de sentarme, un hombre que estaba en la reunión por primera vez, de quien yo sabía que era un líder de una clase metodista y uno de los dirigentes que nos rehusaron el uso de sus casas de reuniones se levantó, y comenzó a denunciar la doctrina del advenimiento de una manera violenta, diciendo que él podría destruirla o derribarla en diez minutos. Me quedé de pie, y contesté: “Lo escucharé”. En pocos momentos él pareció perderse en sus argumentos, y comenzó a hablar acerca de hacernos cabalgar sobre un riel. Le dije. “Estamos listos para eso, señor. Si le pone una montura, preferimos cabalgar en vez de caminar”. Esto produjo tal sensación en la reunión, que el hombre no sabía dónde buscar a sus amigos.AJB 214.3

    Luego le dije: “Usted no creerá que viajamos novecientos cincuenta kilómetros [seiscientas millas] a través del hielo y la nieve, a nuestra costa, para darles el Clamor de Medianoche, sin primero sentarnos a contar el costo. Y ahora, si el Señor no tiene nada para que hagamos, de buena gana estaríamos en el fondo de la bahía de Chesapeake o en cualquier otro lugar hasta que el Señor venga. Pero si él tiene algo más de trabajo para nosotros, ¡usted no podrá tocarnos!”AJB 215.1

    Un Dr. Harper se puso de pie y dijo: “Kent, ¡tú sabes que no es así! Este hombre nos ha dado la verdad, y la leyó de la Biblia, ¡y yo la creo! En pocos minutos más, el Sr. Kent me dio la mano gustosamente y dijo: “Bates, ¡venga a vernos!” Le agradecí, y dije que mi trabajo era tan apremiante que pensaba que no tendría tiempo; pero que iría si lo tuviera. Pero no teníamos tiempo más que para visitar a los que habían quedado profundamente interesados y deseaban que nos encontráramos con ellos en sus círculos de oración Al final de nuestra reunión declaramos que teníamos los medios, y que estábamos preparados para pagar alegremente todos los gastos de la reunión, a menos que algunos de ellos desearan compartirlos con nosotros. Ellos decidieron que pagarían los gastos de la reunión, y que no permitirían que pagáramos ni un centavo.AJB 215.2

    Al salir de la isla Kent pasamos al lado oriental de la Bahía de Chesapeake, la costa oriental de Maryland, a la ciudad de Centerville, a unos cincuenta kilómetros [treinta millas] de distancia, donde habíamos fijado un compromiso de celebrar reuniones. Elegimos caminar, para tener una mejor oportunidad de conversar con los esclavos y con otros, de proveerles de folletos que teníamos con nosotros. Al llegar a Centerville preguntamos por un Sr Harper. Al llegar a su comercio, presentamos nuestra carta de presentación, y fuimos presentados al Juez Hopper, que se ocupaba de escribir. Una cantidad de hombres y muchachos vinieron y llenaron el comercio, aparentemente llenos de expectativa, cuando uno de ellos comenzó a preguntarnos respecto a nuestras ideas, y pronto llegaron al punto de que Cristo no vendría ahora porque el evangelio no había sido predicado a todo el mundo. Le contesté que había sido predicado a toda criatura. Cuando mostró que no estaba dispuesto a creer, le pedí una Biblia, y leí lo siguiente: “Si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo”, etc. Colosenses 1:23.AJB 215.3

    Dijo el hombre: “¿Dónde predicará?” El Juez Hopper dijo: “En su salón de reuniones nuevo”. “Bien”, dijo él, “vendré y lo escucharé”. El Sr. Harper nos invitó a nosotros y al Juez para tomar el té, y a pasar la velada. El Juez tenía muchas preguntas para hacernos respecto a nuestra fe, y a eso de las diez de la noche insistimos en ir a casa con él y pasar la noche. Antes de llegar a su casa, que estaba como a un kilómetro y medio [una milla] fuera de la ciudad, él dijo: “Sr. Bates, yo entiendo que usted es un abolicionista, y ha venido aquí para sacarnos nuestros esclavos”. Le dije: “Sí, Juez, soy un abolicionista, ¡y usted también! En cuanto a que le quitemos sus esclavos, no tenemos tal intención; porque si usted nos da todos los que usted tiene (y me había informado que tenía bastantes), no sabríamos qué hacer con ellos. Enseñamos que Cristo viene, y que queremos que todos ustedes sean salvos.AJB 216.1

    Él pareció satisfecho y contento con nuestra respuesta, y en pocos momentos nos presentó su familia. El Juez y el Sr. Harper eran los principales dueños de una nueva sala de reuniones (según yo entendí), que recién se había levantado para una nueva secta llamada “Los Nuevos Bandos”, que se había separado de la Iglesia Metodista Episcopal, llamada “Los Viejos Bandos”. Estos dos amigos declararon que su nueva sala de reuniones estaba libre para que la ocupáramos nosotros. Comenzamos allí a la siguiente mañana con una gran congregación. El Juez Hopper nos invitó para hacer de su casa nuestro hogar durante nuestra serie de reuniones.AJB 216.2

    Nuestras reuniones en Centerville, Maryland, continuaron unos tres días con mucho interés; muchos llegaron a estar profundamente interesados al escuchar por primera vez acerca de la venida del Señor. El Juez Hopper estaba muy atento, y admitió que él estaba casi persuadido de lo correcto de nuestra posición. Se nos dijo que uno de sus esclavos estaba profundamente convicto, y profesaba haberse convertido durante nuestras reuniones.AJB 216.3

    El segundo día de nuestras labores el Juez llegó a su casa antes que nosotros, y estaba ocupado leyendo su diario, llegado en el último envío postal. Era el “Baltimore Patriot”. Cuando nosotros entramos, él dijo: “¿Saben quiénes eran éstos?” y comenzó a leer lo que decía, en síntesis: “Dos hombres que vinieron en un navío de Kent Island, estuvieron en nuestra oficina, y relataron una circunstancia respecto a dos milleritas que estuvieron recientemente allí, predicando acerca de la segunda venida de Cristo, y el fin del mundo Cuando fueron amenazados con hacerlos cabalgar el riel, ellos contestaron que estaban listos, y que si le ponían una montura sobre el riel, sería mejor cabalgar que caminar!” El editor añadió que “aplastar la materia y destruir los mundos no sería nada para tales hombres”. Contestamos que tal incidente ocurrió cuando estuvimos en la isla poco tiempo antes, y que probablemente nosotros éramos las personas aludidas. Él se rió con ganas y nos presionó para que relatáramos las circunstancias mientras su familia se reunía alrededor de la cena.AJB 216.4

    Luego nos preguntó en qué dirección seguiríamos; declaró que deseábamos ir a la cabeza del condado que estaba al noreste. Nos dio una carta de presentación para un amigo de él, un abogado, que tenía a su cargo el edificio de los tribunales en su ausencia, diciéndole que abriera la casa para que tengamos reuniones mientras estuviéramos allí. Hicimos los arreglos para comprometernos por cinco reuniones, y lo enviamos al abogado para que las publicara, pues era el editor del periódico de la ciudad.AJB 217.1

    El nombre de este pueblo era Chester, si mal no recuerdo, distante unos cuarenta kilómetros [veinticinco millas]. Uno de nuestros oyentes interesados envió su carruaje privado para llevarnos en el viaje. Estábamos caminando justo antes de llegar al pueblo, y nos encontramos con un hombre a pie, aparentemente muy apurado, que se detuvo y preguntó ¡si nosotros éramos los milleritas que iban a predicar en ese lugar! Respondimos en la afirmativa. “Bueno”, dijo él, “¿he viajado unos veinte kilómetros [trece millas] esta mañana para verlos?” Se quedó parado para mirarnos y yo dije: “¿Cómo nos vemos?” Él dijo: “Lucen como otros hombres”. Habiendo satisfecho su curiosidad, seguimos y no lo vimos más. Al llegar a la taberna para comer, el encargado pasó el diario del pueblo al Hno. Gurney, para que él leyera la noticia de las reuniones milleritas, suponiendo que éramos los extraños esperados. La noticia concluía deseando que “las ancianas no se asustaran de la predicación de estos hombres acerca del fin del mundo”.AJB 217.2

    Después de comer fuimos a ver al abogado en su escritorio, donde estuvimos entretenidos durante horas escuchando sus conceptos escépticos acerca del segundo advenimiento, y respondiendo a sus numerosas preguntas. Asistió muy puntualmente a todas nuestras reuniones, y quedó tan profundamente convencido de la verdad de que resultó tan alarmado acerca de su preparación para la venida del Señor, o aún más, que las ancianas por las que estaba tan preocupado. La gente vino para oír, y escuchó muy atentamente, en especial los esclavos, que tenían que estar parados detrás de la congregación blanca, y esperar hasta que hubieran salido todos del lugar. Esto nos dio una buena oportunidad de hablar con ellos. Así que les preguntamos si habían oído lo que dijimos. ”Sí, zeñur, cada palabra”. “¿Creen ustedes? “Sí zeñur, creo todo”. “¿quieren algunos folletos?” “Sí, zeñur”. “¿Saben leer?” “No, zeñur; pero joben siiñurita o hiju del zeñur lo leerá para nosotro”.AJB 217.3

    De esta manera distribuimos un buen número de folletos o panfletos, de los que nos había provisto el Pr. Himes en Filadelfia. Parecían deleitarse con los himnos del advenimiento. Escucharon al Hno. Gurney cantar el himno: “Soy peregrino, soy extranjero”. Uno de los hombres de color vino a nuestro alojamiento para mendigar una de las copias impresas. El Hno. G. tenía solo una. Dijo él: “Le daré un cuarto de dólar por ella”; probablemente era todo el dinero que el pobre tenía. Se demoró como para indicar que no desistiría. El Hno. G. se lo copió, lo que le agradó mucho.AJB 218.1

    Había tres capillas denominacionales en el pueblo donde la gente se reunía para adorar. Por respeto a ellas avisamos que solo tendríamos una reunión el domingo, y que comenzaría a la luz de velas. A la mañana siguiente, mientras despachaba una carta, el jefe del correo dijo que los ministros del lugar estaban tan enfurecidos porque la gente iba a nuestras reuniones, que estaban hablando de hacer que nos apresaran antes de la noche. Le dije: “Por favor deles nuestras felicitaciones, y dígales que estamos listos; la cárcel está tan estrechamente conectada con nuestro lugar de reuniones que tendrán muy poca dificultad en llevarnos allá.” No oímos más nada de ellos. Nuestros temores no eran tanto si iríamos a la cárcel, sino que estos ministros influyeran sobre la gente para impedirles que les diéramos el mensaje del advenimiento. Pero el Señor, en respuesta a las oraciones no les permitió cerrar la puerta abierta delante de nosotros, pues nuestras reuniones siguieron sin interrupciones.AJB 218.2

    La última reunión fue sumamente interesante. El Señor nos ayudó maravillosamente. Nuestro tema eran los ayes y las trompetas de Apocalipsis 9, demostrando de acuerdo a los cálculos del Sr. Litch, que el sexto ángel que dejó de tocar y el segundo ay ocurrieron en agosto de 1840, con la caída del Imperio Otomano, y que el tercer ay vendría “pronto”, cuando grandes voces se oirían de los cielos diciendo: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo”. Cuando terminamos la reunión, la gente blanca permaneció quieta y silenciosa. Los pobres esclavos estaban de pie atrás mirando y esperando que sus superiores se movieran primero. Allí estaba sentado el abogado que tan fielmente había advertido a las ancianas que no se asustaran por causa de las predicaciones sobre el fin del mundo. Cantamos un himno del advenimiento, y los exhortamos a prepararse para la venida del Señor. Y los despedimos otra vez. Permanecieron en silencio e inmóviles. El Hno. G. los exhortó fielmente, pero permanecían en silencio, y parecía que no tuvieran el menor deseo de dejar el lugar. Nos sentimos completamente satisfechos de que Dios estaba operando con su Santo Espíritu. Entonces cantamos otro himno, y los despedimos, y comenzaron a retirarse lentamente y en silencio.AJB 218.3

    Esperamos para tener alguna conversación con la gente de color. Dijeron que entendieron, y parecían muy conmovidos. Cuando salimos del edificio de tribunales, la gente estaba parada en grupos casi silenciosos. Pasamos junto a ellos, saludándolos. El abogado y el director del colegio secundario nos estaban mirando, y caminaron con nosotros al hotel. Ambos estaban poderosamente convencidos, y aparentemente subyugados. El maestro había discutido con nosotros varias veces para mostrar que este movimiento era todo engaño; pero ahora comenzó a confesar. El abogado parecía hacer preguntas para su propio beneficio, y estaba tan interesado en el tema, que nos detuvo en conversación al lado del hotel, hasta que fuimos obligados a entrar al hotel por causa del frío. Los exhortamos a confesar todos sus pecados, y entregar su corazón al Señor. El director del colegio dijo: “Ahora, hermanos, quiero que vayan conmigo a mi habitación, donde tendremos un buen fuego. Quiero hablar más sobre esta obra”. Allí confesó cuán escéptico había sido, y la oposición que había manifestado, y cómo había asistido a las reuniones, tomando notas con el propósito de refutar la doctrina. “Pero”, dijo, “ahora creo todo. Creo, con ustedes que Cristo viene”. Trabajamos y oramos con él hasta después de la medianoche. A la mañana siguiente se nos dijo que algunos de los habitantes estaban tan fuertemente convencidos que no habían ido a la cama durante la noche. Dos hombres que paraban en el hotel, dijeron que habían venido cincuenta kilómetros [treinta millas] a caballo para asistir a las reuniones. Mientras estuvimos allí se abrió la posibilidad de dar una serie a veinte kilómetros [trece millas] hacia el norte, en un lugar llamado Las Tres Esquinas. Se nos dijo que mejor no fuéramos, porque el encargado de la taberna era un eminente universalista, y se opondría a nosotros.AJB 219.1

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