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    Capítulo 10

    Un niño malcriado – Pasaje a casa desde las Indias Occidentales – Falsa alarma – Llegada a casa – Viaje en barco a Nueva Jersey – Rompiente cerca de Bermuda – Posición peligrosa en una tormenta violenta – Isla de Turcos – Pilas de sal – Carga de sal de roca – Retorno a Alexandria, D. C. – Viaje en el barco Talbot a Liverpool – Tormenta en la Corriente del Golfo – Fenómeno singular en los Bancos de Terranova – Un viejo compañero

    Mientras reparaban el barco en St. Thomas, el capitán Hitch fue a visitar a un conocido suyo el domingo, y yo me propuse pasar unas horas en tierra para ver el lugar. Me dijo: “George quiere ir a tierra firme; deseo que lo lleve, pero no lo deje salir fuera de su vista”. Mientras estaba conversando con un conocido, George desapareció. Cuando volví al barco en compañía del maestre con quien el capitán Hitch había conversado, vimos a George acostado en el bote, ¡ebrio! Cuando llegamos al barco donde estaba su padre, éste quedó sumamente exasperado, y procuró de varias maneras despertarlo de su estupor e inducirlo a tomar el remo, porque su padre había arreglado que solo nosotros tres manejaríamos el bote, dejando los otros marineros a bordo. George fue incapaz de hacer nada sino contestar a su padre de una manera muy irrespetuosa, de modo que su padre tuvo que usar el remo para llegar al barco.AJB 93.1

    Después que George se hubo recuperado un tanto de su borrachera, apareció en el puente de mando, donde su padre comenzó a reprenderlo y amenazarlo con castigo, por degradarse a sí mismo y deshonrar a su padre entre extraños como había hecho. Dijo algunas otras palabras, y George agarró a su padre y lo arrastró cierta distancia hacia la popa antes de que el padre pudiera controlarlo y echarlo al suelo, con su rodilla sobre él. El padre se dio vuelta hacia mí, diciendo: “Sr. Bates, ¿qué haré con el muchacho?” Yo contesté: “¡Péguele, señor!” Dijo él: “¡Lo haré!” y lo golpeó con la mano abierta varias veces por la espalda diciendo: “¡Toma esto!” etc.AJB 93.2

    George estaba tan irritado y excitado porque su padre le había pegado, que corrió hacia la cabina para matarse. En unos pocos momentos, el cocinero vino corriendo desde allí diciendo: “¡Capitán Hitch! ¡George dice que saltará por la ventanilla de la cabina para ahogarse!” “¡Déjelo saltar!” dije yo. Para este instante, ya se encontraba suficientemente sobrio como para saber lo que hacía, porque era un gran cobarde.AJB 93.3

    George Hitch tenía unos trece años de edad en este momento, y cuando estaba libre de la influencia de las bebidas fuertes era un muchacho generoso y de buen corazón, y con la dirección correcta habría llegado a ser una bendición en vez de una vergüenza y maldición como estaba siendo para sus padres y amigos. Su padre descargó su corazón conmigo acerca de esto, y dijo: “Cuando era pequeño, su madre y yo temíamos que no fuera suficientemente vivo para ser un hombre inteligente, así que lo consentimos en sus picardías infantiles, y pronto aprendió a escapar de la escuela y asociarse con muchachos malos, y otra gentuza, lo que molestaba tanto a su madre tanto que no podía tenerlo más en casa. Por esto lo traje conmigo”.AJB 94.1

    Su padre sabía que George bebía licor cada vez que podía, y no obstante mantenía licor en la garrafa que estaba en su ropero, donde George podía obtenerlo libremente en nuestra ausencia. A veces su padre le preguntaba al cocinero qué había pasado con el licor en la garrafa. Él sabía que ni el segundo maestre ni yo lo habíamos tomado, porque ninguno de nosotros tomábamos bebidas fuertes; por ello debía haber sabido que George lo había tomado.AJB 94.2

    Nuestro comerciante en Gotemburgo había puesto en manos del capitán Hitch una caja de cordial [un licor] muy fino como regalo para la Sra. Hitch. Después de haberse terminado nuestras pequeñas reservas y licores durante nuestra larga travesía, yo vi a George con sus brazos alrededor del cuello de su padre una noche en la cabina. El capitán Hitch me dijo: “¿Qué piensa que quiere este muchacho?” “No sé, señor”, contesté. “Él quiere que yo abra la caja de cordial de su madre, y le dé un poco”. El indulgente padre cedió, y muy pronto la caja de cordial se vació. Esta sed de licor, no controlada por sus padres, maduró al hacerse hombre, y lo llevó a apartarlo de toda sociedad decente, y finalmente a la tumba de un borracho a la mitad de la vida. Su madre lloró y lo lamentó, y murió afligida por su muchacho arruinado, antes que él. Su padre vivió atormentado y amenazado con la muerte [por su hijo] si no le daba dinero para gratificar la insaciable sed que lo estaba llevando apresuradamente a su fin prematuro, y bajó al sepulcro entristecido de haber sido el padre de un niño tan rebelde. Otra advertencia a padres y niños supervivientes que dejan de seguir la Biblia, en obediencia a la regla infalible de Dios. Proverbios 22:6.AJB 94.3

    En nuestro viaje de St. Thomas a New Bedford, Massachusetts, nos encontramos con una tormenta muy tempestuosa en la corriente del golfo, frente a Cabo Hatteras. Durante la guardia de la medianoche, George vino corriendo a la cabina, gritando: “¡Padre, padre! ¡El barco se está hundiendo!” El segundo maestre, que estaba a cargo de la guardia, lo siguió, declarando que el barco se estaba hundiendo. Mientras toda la tripulación corría a cubierta, le pregunté al Sr. Nye cómo sabía que el barco se estaba hundiendo. “Porque”, dijo él, “se ha hundido dos o tres pies [sesenta a noventa centímetros]. Levantamos la escotilla de popa para ver cuánta agua había en ese agujero, y encontramos que era solo la usual. Los casi continuos truenos y relámpagos vívidos en la rugiente tormenta, lo alarmaron y engañaron, aunque toda la guardia en cubierta también creía que el barco se hundía.AJB 95.1

    Unas tres semanas desde la salida de St. Thomas vimos la Isla Block. En la mañana estábamos a unos 45 kilómetros [25 millas] de New Bedford, cuando el viento vino del frente, del norte, en un fuerte vendaval, amenazando con empujarnos fuera de nuestra ruta. Atamos nuestros cables alrededor del mástil, y bajamos nuestras anclas, decididos a hacer un esfuerzo desesperado, y probar la fuerza de nuestros cables en agua profunda antes que ser soplados lejos de la costa. Entonces, con las velas que el barco podía soportar comenzamos a dirigir su cabeza hacia el lado del viento buscando un puerto en el Canal de Vineyard. Según las olas y las salpicaduras pasaban sobre nosotros se congelaban en las velas y aparejos, así que antes de virar, lo que era frecuente, teníamos que quitar el hielo de nuestras velas, aparejos y escotillas con garfios de mano. De este modo ganamos unos dieciocho kilómetros [diez millas] hacia el viento, y anclamos en la Caleta Tarpaulin, a unos 27 kilómetros [quince millas] de New Bedford. Desde el observatorio de New Bedford vieron nuestra señal justo cuando entrábamos a la caleta. Cuando nuestra ancla llegó al fondo, la pobre tripulación, medio congelada, estaba tan feliz que dieron tres hurras por estar en un lugar seguro. Después de dos días, la tormenta se abatió, y nos hicimos a la vela y anclamos en el puerto de New Bedford, el 20 de febrero de 1819, casi seis meses desde la salida de Gotemburgo. Hasta donde tengo conocimiento de la navegación, esta fue una de las travesías más providenciales y singulares de Europa a América, en su naturaleza y duración, que se haya registrado.AJB 95.2

    Este viaje, incluyendo nuestro viaje a las Indias Occidentales, podría haberlo hecho nuestro barco, con buenas condiciones del velamen, en menos de sesenta días. Nuestros amigos estuvieron casi tan felices de vernos como nosotros de llegar con seguridad a casa. El contraste entre el continuo golpetear de las bombas para mantener nuestro barco a flote, y las ululantes tormentas de invierno con las que tuvimos que luchar, y un buen fuego crepitante en la sala de la casa, rodeados por las esposas, hijos y amigos, era realmente algo grande, y nos alegraba sobremanera. Pensamos que estábamos agradecidos a Dios por preservar nuestras vidas. Esta era la tercera vez que había regresado a casa en diez años.AJB 95.3

    “El Viejo Frances”, como llamábamos al barco, aparentemente listo para deslizarse a su tumba líquida, pronto fue totalmente reparado y preparado para la tarea de cazar ballenas, que siguió con éxito en los océanos Pacífico e Índico por muchos años. El capitán L. C. Tripp y yo somos ahora los únicos sobrevivientes.AJB 96.1

    Después de unos pocos meses placenteros en casa con mi familia, navegué otra vez a Alexandria, D. C., y me embarqué como maestre principal a bordo del barco New Jersey, de Alexandria, D. C., con D. Howland como comandante. Subimos por el río James cerca de Richmond, Virginia, para cargarlo hacia Europa. Desde allí a Norfolk, Virginia, donde finalmente completamos la carga y partimos hacia Bermuda.AJB 96.2

    Al llegar a Bermuda, nuestro barco tenía tanto calado que fue necesario que ancláramos en alta mar, y esperáramos un mar tranquilo y vientos suaves para entrar al puerto. El capitán y el piloto fueron a tierra esperando regresar, pero un violento vendaval y tempestad comenzó apenas llegaron a tierra, lo que nos puso en una situación difícil y peligrosa por casi dos días. No estábamos familiarizados con los peligrosos arrecifes rocosos que limitan los lados norte y este de la isla, pero con la ayuda del catalejo desde la cumbre del mástil, a muchas millas de distancia podía ver las olas furiosas rompiendo, hasta la altura del mástil, por sobre los arrecifes y rocas, al este y al norte; y hacia el oeste de nosotros, la Isla Bermuda recibía toda la fuerza del mar contra su costa bordeada de rocas, tanto como podíamos ver hacia el sur. Desde mi lugar de observación vi que había apenas una posibilidad para nuestras vidas, si durante el vendaval nuestro barco fuera arrancado de su anclaje, o se partiera el cable, de pasar por el sur, siempre que pudiéramos izar velas suficientes para pasar por las rompientes del extremo sur de la isla. Nuestras velas para tormentas estaban recogidas, y habíamos hecho toda la preparación por si los cables se rompían, para cortarlos en el molinete, y aferrarnos a las velas de tormenta que el buque podía soportar, para pasar, de ser posible, las rompientes de sotavento. A medida que el vendaval aumentaba habíamos soltado casi todo nuestro cable, reservando suficiente para evitar el roce en la proa, lo que era muy frecuente. Pero contra todos nuestros presentimientos temerosos, y los que estaban en tierra llenos de ansiedad por nuestra seguridad, especialmente nuestro capitán y piloto, nuestro barco abofeteado se vio al amanecer de la segunda mañana luchando todavía con su enemigo implacable, sosteniéndose de sus anclas bien arraigadas por los largos y tensos cables, que habían sido probados al máximo durante la violenta tormenta que ahora había comenzado a amainar. Al bajar las olas, el capitán y el piloto regresaron, y el barco siguió su camino y ancló con toda seguridad en el puerto, y bajamos nuestra carga.AJB 96.3

    Navegamos de Bermuda a la Isla de Turcos por una carga de sal. En la vecindad de esta isla hay un grupo de islas bajas, arenosas, donde los habitantes obtienen grandes cantidades de sal del agua de mar. Al pasar cerca de estas islas, los extraños pueden ver algo de la cantidad de mercadería que tienen, ya que está amontonada en pilas para su venta y exportación. Un poco más allá de estas pilas de sal y de las casas donde viven, se observa un paisaje muy parecido a las casitas en las praderas del oeste, con sus numerosas parvas de trigo que se encuentran alrededor de ellas después de la cosecha. La sal de la Isla de Turcos es lo que también se llama “sal de roca”. Aquí anclamos nuestro barco a unos cuatrocientos metros [como un cuarto de milla] de la orilla, nuestra ancla a unos setenta metros [doscientos cuarenta pies] de profundidad, listos para recoger nuestros cables y salir al mar en cualquier momento de peligro por el cambio de viento o el tiempo; y cuando el tiempo se calmara, volver y terminar de cargar. En unos pocos días recibimos de los nativos, por medio de sus esclavos, doce mil bushels [unos cuatrocientos veinte mil litros] de sal, que nos pasaban de sus botes en bolsas de medio bushel [casi 18 litros] cada una. El mar alrededor de esta isla abunda con pequeños caracoles de todos colores, muchos de los cuales eran obtenidos por expertos nadadores que se zambullen por ellos en aguas profundas. Volvimos a Alexandria, D. C., en el invierno de 1820, donde terminó nuestro viaje.AJB 97.1

    Antes de haber descargado la carga del New Jersey, me ofrecieron el mando del barco Talbot, de Salem, Massachusetts, que entonces estaba cargando en Alexandria con destino a Liverpool. En unas pocas semanas, estábamos saliendo otra vez de la Bahía de Chesapeake, desde Cabo Henry para atravesar el Océano Atlántico.AJB 97.2

    Poco después de dejar tierra, un violento vendaval y tempestad nos sobrecogió en la Corriente del Golfo, acompañado de terribles truenos y vívidos rayos. Las densas y negras nubes parecían estar apenas sobre nuestros mástiles, y nos mantuvieron inmersos en una oscuridad casi impenetrable, según la noche se cerraba sobre nosotros. Nuestras mentes solo eran aliviadas por las cortinas de fuego que iluminaban nuestro camino, y nos mostraban por un instante que no había otro barco directamente delante de nosotros, y también la forma de las olas delante nuestro, sobre las que nosotros volábamos con todas las velas que el barco podía soportar, cruzando a toda velocidad esta corriente oscura, temida y lúgubre de agua caliente que se extiende desde el Golfo de México hasta los bajíos de Nantucket en nuestra costa atlántica. No podríamos decir si la tormenta disminuyó en la corriente que cruzamos, pero encontramos un clima muy diferente del lado oriental de la misma. He escuchado a marinos que cuentan haber experimentado días de un clima muy agradable mientras navegaban en este golfo, pero no tengo conocimiento de tal cosa en mi experiencia.AJB 97.3

    Después de esto planeamos un derrotero como para pasar por el borde sur de lo que se llaman los Grandes Bancos de Terranova. De acuerdo con nuestros cálculos y las señales de los sondeos, estábamos acercándonos a este punto notable por la tarde. La noche cerró en medio de una llovizna, que pronto comenzó a congelarse, de modo que para medianoche nuestras velas y aparejos estaban tan helados y endurecidos por el hielo que tuvimos muchas dificultades en sacarles el hielo y dirigir el barco alejándonos del banco otra vez a las profundidades insondables, donde se nos dijo que el agua nunca se congela. Esto fue cierto en este caso, porque el hielo se derritió después de unas pocas horas de viajar rumbo al sur. No nos detuvimos a bajar una sonda, pero supusimos que estábamos en unos trescientos sesenta metros de agua sobre los bancos, cuando tomamos rumbo a sotavento a medianoche. Aquí, aproximadamente a un tercio de los cinco mil quinientos kilómetros [tres mil millas marinas] del ancho del océano, y a centenares de kilómetros de la tierra más próxima, y a unos cien metros [trescientos sesenta pies] por sobre el fondo del mar, experimentamos severas heladas de las que nos vimos completamente aliviados después de navegar hacia el sur por unos cuarenta kilómetros [veinte millas]. Si hubiéramos estado dentro de unos treinta kilómetros de tierra, lo que ocurrió no hubiera sido tan singular. Al principio supusimos que estábamos en la vecindad de islas de hielo, pero llegamos a la conclusión de que no podía ser, ya que nos encontrábamos un mes antes de su aparición. Esto sucedió en abril.AJB 98.1

    Pocas semanas después del incidente recién relatado, llegamos a Liverpool, la ciudad comercial donde diez años antes yo fui injusta e inhumanamente tomado por una cuadrilla de rufianes del gobierno, que me tomaron a mí y a mi compañero de barco de nuestra tranquila casa de pensión en la noche, y nos alojaron en una sala de prensa o una cárcel inmunda hasta la mañana. Cuando fuimos llevados ante un oficial naval para probar mi ciudadanía, el oficial de la cuadrilla de rufianes declaró que yo era irlandés, perteneciente a Belfast, en Irlanda. Suprimidos mis derechos de ciudadanía, de allí en adelante fui transferido al servicio naval del rey George III, sin limitación de tiempo. Luego yo mismo e Isaac Bailey de Nantucket, mi compañero de pensión, fuimos tomados cada uno de los brazos por cuatro hombres fuertes, y nos llevaron marchando por el medio de las calles como criminales hasta la orilla del agua; de allí, en un bote a lo que ellos llamaban la Antigua Princesa de la Marina Real.AJB 98.2

    Durante esos diez años había ocurrido un gran cambio en los potentados y los súbditos de la civilizada Europa. Las temibles convulsiones de las naciones habían disminuido en gran medida. Primero, la paz entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña, que les otorgó a los primeros, “Libre comercio, y los derechos de los marineros”; habían asegurado en unos pocos meses después de la gran batalla decisiva de Waterloo, en 1815, fue seguida por lo que nunca antes se había oído: un cónclave de los gobernantes de los grandes poderes de Europa, unidos para mantener la paz del mundo. (Predicho en tiempos antiguos por el gran Gobernante soberano del universo. Apocalipsis 7:1).AJB 99.1

    Los dos grandes poderes beligerantes que durante quince años habían convulsionado el mundo civilizado por sus actos opresivos y combates mortales por tierra y mar, habían concluido su lucha mortal. El primero en el poder usurpó el derecho de tomar y forzar obligadamente a su servicio a tantos marineros como requerían sus buques de guerra, sin distinción de color, o si hablaban el idioma inglés. El segundo, con toda su ambición de conquistar y gobernar el mundo, fue exiliado a lo que una vez fue una roca desolada y desértica, muy lejos en el Océano Atlántico Sur, ahora desolado y moribundo.AJB 99.2

    La gente estaba ahora de duelo por la muerte del primero, es decir, de mi viejo jefe, el rey George III. Le habían sacado la corona, su jornada había acabado, y fue puesto a dormir con sus padres hasta el gran día decisivo. Luego había una niña jugando en los brazos de su madre, destinada a gobernar su vasto reino con una actitud menos despótica. Durante esos diez años mis circunstancias también habían cambiado materialmente. Las cuadrillas de reclutamiento y las prisiones de guerra eran cosas de mi pasado, de modo que gocé ininterrumpidamente la libertad de la ciudad de Liverpool en común con mis conciudadanos.AJB 99.3

    Cuando estábamos casi terminando de cargar lo que llevaríamos de regreso de sal de Liverpool a Alexandria, un hombre vestido con una chaqueta y pantalones azules, con una fusta de ratán en su mano, se acercó a mí con: “Por favor, su señoría, ¿desea usted contratar a un ‘estibador’ para cargar su sal con la pala?” “No”, le contesté, “no lo quiero”. “Vea usted, su señoría, yo estoy acostumbrado a este trabajo, y tomo estas tareas”. Otra vez rehusé emplearlo, y le dije: “Yo lo conozco”. Me preguntó dónde lo había conocido. Yo le dije: “¿Perteneció usted al buque de Su Majestad Rodney, de 74 cañones, estacionado en el Mediterráneo en los años 1810-12?” Él me contestó en la afirmativa. “Yo lo conocí allí”, le dije. “¿Me recuerda usted?” “No, su señoría. ¿Era usted uno de los tenientes, o qué cargo ocupaba? ¿O era usted uno de los oficiales del barco mercante norteamericano que detuvimos?” “Ni lo uno ni lo otro”, le contesté. Pero por las muchas preguntas que le hice, él se convenció de que yo lo conocía. Habíamos vivido y comido a la misma mesa por unos 18 meses.AJB 100.1

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