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    Capítulo 16

    Dificultad para conseguir carga – Momentos para refrescar el alma en el bosque – Efigie de Judas Iscariote – Zarpando de Sta. Catalina – Llegamos a Paraíba – Cuarto viaje - Llegada a la Bahía de los Espíritus - Posición peligrosa – San Francisco – Río Grande – Bancos de arena – Una ciudad en ruinas – Charqui – Rio Grande a Paraíba – Catamarán – Procesión y sepultura católica – Zarpamos a Nueva York – Llegada a casa – Oración de familia – Reavivamiento espiritual – Experiencia

    A la hora de acostarnos se me mostró una piecita oscura para mí solo. No puse objeciones, sabiendo que no me debía pedir más, después de la confianza que puse en él al poner mi dinero en sus manos. Después de orar, me acosté, no para dormir, sino para pensar en mi posición insegura, y escuchar la conversación del extraño y mi intérprete, que continuó hasta muy tarde, pero unas pocas palabras de la cual pude comprender. Mi información sobre el carácter traicionero de esta gente resultó sin fundamento, al menos en la que aquel extraño atañe, porque cuando llegó la mañana y nos preparamos para pagarle por su “fariña”, él manifestó fuertes sentimientos de gratitud por la confianza que había puesto en él. Esto abrió el camino para negociar con sus vecinos.AJB 145.1

    En mis transacciones con esta gente, quienes eran todos católicos, no encontré a ninguno para conversar sobre el tema de la religión. A menudo pensé qué privilegio sería encontrarme con un cristiano, y cuán deleitado estaría de pasar una hora en una reunión de cristianos que oran, o escuchar otra voz en oración además de la mía. Sentí un deseo profundo de un lugar de retiro, para librar mi alma y expresar mis sentimientos reprimidos, que me parecía que si pudiera entrar en un bosque denso, podría sentir alivio en cierta medida. Pronto se me dio esta oportunidad. Con mi Biblia como compañía, salí de la ciudad y seguí la orilla del mar, hasta que encontré una apertura en el espeso bosque, en el cual entré. Aquí gocé la libertad para orar más allá de cualquier otra cosa que hubiera experimentado antes. Era realmente un lugar celestial en Cristo Jesús. Cuando mis negocios lo permitían, solía pasar la tarde en algún lugar en estos bosques; y a veces, por temor a los reptiles, solía subirme a un árbol grande, y afirmarme con seguridad en las ramas, donde gozaba de los momentos más preciosos de leer las Escrituras, cantar, orar, y alabar a Dios. Su preciosa verdad parecía el gozo de mi alma, y sin embargo, por extraño que parezca, ni entonces sentía que mis pecados estuvieran perdonados; pero me regocijaba en que todavía estaba bajo la convicción. Cuando llegaba el momento de poder ir de nuevo, sentía que había dependido mucho de estar allí, y no recuerdo haber regresado sin una bendición especial. ¡Oh! Cuán oscuro me parecía, el regreso al bullicio y el apretujamiento de la gente, después de esos preciosos períodos.AJB 145.2

    Los católicos en Brasil observan numerosas fiestas, y lo que ellos llaman “días santos”. Mientras estaba en el puerto de Sta. Catalina, en uno de sus días santos anuales, fue nuestro privilegio presenciar su indignación contra su enemigo mortal, Judas Iscariote, por traicionar a su Maestro. Temprano en la mañana, los navíos católicos ladeaban las velas, apuntando los palos hacia arriba a los cielos, y a una señal dada a mediodía, sus velas eran escuadradas otra vez, y en el extremo del brazo de la vela del comodoro (por el día), Judas, el traidor, era colgado en efigie. Después de esperar un tiempo razonable para que muriera, lo dejaban caer del brazo de la vela al mar. Entonces le pegaban por un tiempo con garrotes, y levantándolo hasta el palo por el cuello, lo dejaban caer otra vez al mar. Así seguían colgando, ahogando, y golpeando al traidor, hasta que sus sentimientos de indignación quedaban satisfechos. Entonces era remolcado hasta la orilla por el cuello, y no sepultado, sino entregado en las manos de los muchachos que lo arrastraban por la plaza pública y las calles, golpeándolo con sus palos y piedras hasta que quedaba muy maltrecho.AJB 146.1

    Sacamos los papeles y navegamos con otra carga, y a nuestra llegada a Paraíba supimos del hambre que todavía prevalecía. Las autoridades, al saber que estábamos entregando algunas de nuestras provisiones para alimentar a los pobres hambrientos, abrieron las puertas de sus prisiones para permitir que sus presos también vinieran y mendigaran de nosotros. Pero al no estar autorizado por mis copropietarios a regalar su propiedad de este modo, sentí vacilación de hacerlo; pero estimé que era un privilegio, por mi propia cuenta, por un tiempo alimentar a estas criaturas pobres, casi muertas de hambre y prácticamente desnudas, que vagaban cerca de nuestro lugar de desembarco, como si fuera su única esperanza de no morir de hambre. No los conté, pero creo que a veces eran más de cincuenta los que recibían fariña cada vez. La forma en que la extraían para comer de sus recipientes al momento de recibirlas de la tripulación de nuestro bote, era evidencia de su estado de hambruna.AJB 146.2

    Un hombre pobre vino del interior con un caballo miserable y demacrado, a comprar unos pocos sacos de fariña para su familia. Dijo que había viajado setenta leguas, más de trescientos veinte kilómetros [doscientas millas]. Representaba al pueblo y su ganado que morían por hambre mientras venía. Creo que dijo que no había habido lluvia por más de dos años.AJB 147.1

    Para cuando hubimos vendido nuestra carga, el presidente me otorgó la libertad de importar otra carga, y me dio una carta de presentación con un pedido urgente al presidente de la provincia que nos permitiera comprar una carga de provisiones para Paraíba. Por ese tiempo los capitanes J. y G. Broughton, de Marblehead, Massachusetts, llegaron a Paraíba. Ellos fueron los primeros cristianos profesantes que había conocido desde que salí de los Estados Unidos. Con el Capitán G. Broughton gocé de una agradable relación durante los pocos días en que estuvimos juntos. Fueron unos días de refrescante relación. Desde el tiempo que hice un pacto con Dios, había tenido el hábito de pasar todo mi tiempo antes del desayuno en oración, leyendo la Biblia, y en meditación. Después supe que esta es la mejor manera de comenzar el día.AJB 147.2

    En agosto de 1825 zarpamos de Paraíba en nuestro cuarto viaje. Sacamos los papeles para “Espíritu Santo”, o Bahía de los Espíritus, en la latitud 20º sur. A nuestra llegada tuvimos alguna dificultad en encontrar nuestro camino al lugar de anclaje sin un piloto. No supe la razón por la que este lugar era la “Bahía de los Espíritus”, pero creo que era el lugar más romántico y de aspecto más salvaje que alguna vez había visto. El viento venía silbando por entre las grietas y lugares de aspecto oscuro de las montañas escarpadas, con rachas tan repentinas, que tenía miedo de que nuestra ancla se soltara de su lugar antes que nuestras velas pudieran ser arrolladas. Más tarde, al viajar varias millas en nuestro bote hasta el pueblo y la residencia del presidente, el mismo escenario salvaje se presentó otra vez. Entregamos nuestra carta de presentación y el pedido especial al presidente, pero él rechazó nuestro pedido de comprar una carga, diciendo que era “contrario a la ley”. Se me dijo que él estaba enviando fariña por barco, y estaba muy contento de saber que Paraíba era el mejor mercado.AJB 147.3

    Zarpamos de allí al sur hacia el río San Francisco. Mientras viajábamos paralelos a la costa, a la puesta del sol, podíamos apenas discernir la tierra desde la cima del mástil. Luego trazamos nuestro rumbo como para encontrar una zona de mar profundo durante la noche. A eso de las 8 de la noche, observamos que el agua se había vuelto muy blanca; en ese momento estábamos avanzando rápidamente bajo la presión del viento. Echamos nuestra ancla de mar profundo desde la proa, y para nuestro asombro, teníamos solo cinco brazas de agua, o nueve metros [treinta pies]. De inmediato viramos hacia el viento y tomamos rumbo alejándonos de la tierra, con todas las velas que el bergantín podía soportar, por unas tres horas, antes que encontráramos aguas profundas. Durante ese tiempo estuvimos en temible suspenso, temiendo que nuestro navío tocara fondo y se rompiera en pedazos, al estacionarse entre las olas cortas y rápidas. Por nuestros cálculos en la mañana, encontramos que estábamos a casi treinta y seis kilómetros [veinte millas] de la tierra, a la latitud 21º 30’ sur, cuando descubrimos las aguas blancas a las 8 de la noche. Nuestro libro de instrucciones y cartas de navegación estaban ambas silenciosas con respecto a este peligroso lugar. Nos sentimos muy agradecidos al Señor por librarnos de esta posición inesperada y peligrosa.AJB 147.4

    En el Río San Francisco había tantos navíos cargando que no pudimos completar nuestra carga, sino que seguimos de allí a Río Grande, a más de novecientos kilómetros [quinientas millas] más al sur. Aquí en lugar de las montañas escarpadas en la orilla del mar que dejamos en la desembocadura, no había más que pequeñas colinas de arena, que se movían con cada viento fuerte, como los de la costa de Barbary, o las acumulaciones de nieve en Norteamérica. Las olas también la empujaban bajo el agua en cada dirección. Me señalaron el faro que está sobre un banco de arena, en seco, y me dijeron que ese promontorio ahora está donde antes estuvo el canal de navegación. En lugar de que los pilotos subieran a bordo de los navíos que entraban, como siempre había visto, vimos un gran bote abierto que se acercaba, con pilotos y hombres en él, un hombre tenía banderas, y otros con largos palos para sondear el fondo, pidiéndonos que nos mantuviéramos a una distancia prudente detrás de ellos. Mientras ellos avanzaban, buscando a tientas el agua más profunda, los movimientos de la bandera para virar a la derecha o a la izquierda o detenerse, debían ser obedecidos de inmediato, hasta que llegaban al faro, y allí es que los pilotos suben a bordo y lo dirigen a su punto de anclaje.AJB 148.1

    La ciudad de Río Grande está a varios kilómetros río arriba del faro. Unos pocos años antes de que yo llegara allá, un vendaval muy violento arrastró la arena a la ciudad y literalmente llenó las casas con ella, algunas hasta el primer piso y otras hasta las ventanas del segundo piso, de modo que los habitantes tuvieron que huir, edificar otra vez, algo más de un kilómetro y medio [una milla] de distancia de donde antes vivían. Era inútil palear la arena fuera de sus casas, a menos que pudieran llevarla a cierta distancia, gasto que hubiera sido mayor que construir casas nuevas; de este modo, las antiguas fueron abandonadas. La arena era tan fina que entraba a las casas aunque tuvieran todas las ventanas y las puertas cerradas. Esto lo presencié más de una vez mientras estuve allí.AJB 148.2

    Posteriormente recuerdo haber leído un informe, dado por un viajero inglés, quien al llegar a la lengua o la orilla del mar egipcio, escribió en su libro de anotaciones cuán fácil sería para Dios cumplir la profecía de Isaías 11:15. Supongo que él vio claramente que un poderoso viento hacia el mar pronto arrastraría los bancos de arena sobre las poblaciones, algo parecido a la manera de las arenas movedizas descritas más arriba en Río Grande.AJB 149.1

    Completamos nuestra carga en la ciudad de Río Grande con cueros y charqui [carne seca]. Después de sacarle el cuero al ganado, le quitan la carne de sus huesos en dos pedazos, y los salan en bateas parecidas a las que usan las curtiembres para sus cueros. Después que la salmuera las satura, las cuelgan y las secan sobre palos, y luego las enrollan en paquetes para el mercado. Del mismo modo también curan sus cerdos, porque en ese clima la carne no se mantiene si no se sala en barriles. Dentro de las costas, más allá de las colinas de arena, el país anteriormente abundaba con ganado.AJB 149.2

    Después de un viaje de treinta días desde Río Grande, llegamos a Paraíba. Aquí, como de costumbre, tomamos nuestro piloto de un “Catamarán”, una clase de navío que en estas partes, usaban en lugar de botes. Este catamarán consiste sencillamente en cuatro a ocho vigas de seis metros de largo [veinte pies] unidas juntos, con un mástil para izar su vela. Algunas veces los hemos visto casi fuera de la vista de la tierra, pescando en el océano. A distancia pareciera como que hay un hombre sentado en el agua junto a un palo largo. Estos palos son muy porosos, de madera muy liviana, y pronto se saturan con agua y se hunden debajo de la superficie. Cuando regresan a la orilla son sacados para que se sequen, antes de usarlos de nuevo.AJB 149.3

    Uno de nuestros marinos, a quien dejamos aquí con viruela, murió poco después que zarpamos de Paraíba. Lo dejé al cuidado del Cónsul Británico, quien también, bondadosamente, me ayudó en la realización de mis transacciones con la aduana. Su empleado principal, un brasileño, perdió a un niño pequeño de unos dos años de edad, que debía ser sepultado la tarde después que llegué. El cónsul estaba entre los principales deudos en la procesión. Me invitó a caminar junto a él. Como nunca había presenciado una ceremonia de esta clase, rápidamente acepté su invitación. Ahora tenía el privilegio de aprender de él muchas cosas en relación con la procesión, etc., que deseaba saber.AJB 149.4

    A eso de las ocho de la noche, se formaron dos filas de personas para marchar a cada lado de la calle. Entonces encendieron velas de cera, de unos siete centímetros [tres pulgadas] de diámetro y de un metro veinte [cuatro pies] de largo, que fueron entregadas a cada hombre en la procesión. El cadáver, que estaba ricamente vestido y adornado con flores frescas, fue puesto en una pequeña canasta con cuatro manijas, y cuatro niñitos lo llevaban. Parecía un dulce niño dormido. La procesión, con el sacerdote delante del niño en el medio de la calle, y dos largas filas de hombres con velas encendidas a cada lado, era una vista bastante imponente en la noche oscura. La caminata fue de como dos kilómetros y medio [como una milla y media] hasta una iglesia de piedra que parecía antigua, en la parte alta del pueblo. Al entrar a la iglesia vi una de las grandes piedras del piso que estaba levantada, y una pequeña pila de huesos y tierra junto a ella. El cónsul me dijo que el niñito sería puesto allí. El niño fue puesto junto al altar. El sacerdote ocupó unos pocos momentos en hablar, luego tomó un recipiente redondo con manija, que estaba lleno de agujeros como un rallador, a través de los cuales, mientras susurraba algunas palabras, salpicó al niño con lo que ellos llaman agua bendita, algo de la cual, sea por accidente o de otro modo, cayó sobre nosotros que estábamos a la cabeza de la procesión. Después de esta parte de la ceremonia, todos menos el niño volvieron en orden en la procesión. El Sr. Harden, el cónsul, al volver me dijo de qué modo se ocuparían del niño. Dos esclavos negros quedaron con él, le quitarían toda la ropa lo cubrirían con cal viva para que le comiera la carne, luego lo meterían en ese agujero junto con los otros huesos y la tierra, y repondrían la piedra otra vez en su lugar, y ellos se quedarían con la ropa en pago por su trabajo. De esta manera se ocupaban de sus muertos en esa dilapidada casa sepulcral, y lugar de adoración divina. Me dijeron que era uno de los poblados más antiguos de Sudamérica, con más de trescientos años de existencia.AJB 149.5

    Después de vender nuestra carga en Paraíba, invertimos nuestros recursos en cueros y pieles, y zarpamos hacia Nueva York. Después de un agradable y próspero viaje de unos treinta días, con la excepción de algunas tormentas frías y congeladoras sobre nuestras cosas, llegamos al lugar de la cuarentena a varias millas antes de la ciudad de Nueva York, hacia fines de marzo de 1826. Como no teníamos enfermos a bordo, se me permitió el privilegio el domingo de llevar mi tripulación conmigo para escuchar el servicio en la Iglesia Reformada Holandesa. Esta era la primera asamblea religiosa que yo había encontrado desde que había hecho mi pacto de servir a Dios, y lo gocé mucho. Se estaba bien allá. En pocos días fuimos liberados de la cuarentena, y me alegró el reunirme con mis compañeros y hermanas en Nueva York. Mi hermano F. tomó mi lugar a bordo del Empress para otro viaje a Sudamérica, y yo salí para Fairhaven, para gozar de un tiempo en la sociedad de mi familia y amigos, después de una ausencia de unos veinte meses.AJB 150.1

    Una de mis viejas conocidas vino para darme la bienvenida a casa otra vez, y muy bondadosamente me preguntó cuánto tiempo hacía que tenía una esperanza, o que estaba convertido. Le contesté que nunca. Ella era una buena cristiana, y parecía muy chasqueada por mi respuesta. Mi esposa había procurado antes de esto animarme a creer que Dios, por amor de Cristo, me había perdonado. Le rogué que no me engañara en un asunto tan importante como éste. Ella dijo que no quería hacer eso, sino que estaba convencida por mis cartas y diario durante mi ausencia, que mi conversión era tan auténtica como la suya. Le contesté que me parecía que debía estar completamente convencido de mi conversión antes de poder regocijarme con ello.AJB 151.1

    Yo había resuelto decididamente, que a mi regreso a casa, establecería el altar familiar. Satanás trató con fuerza impedirme hacerlo de varias maneras, pero resolví comenzar tan pronto como hubimos tomado el desayuno. En ese momento, uno de mis antiguos asociados, que era muy opuesto a la religión experimental, llamó pues quería verme. Al principio sentí alguna duda, pero la conciencia y el deber prevalecieron. Abrí la Biblia y leí un capítulo, y nos arrodillamos con mi familia y nos entregamos a nosotros y a nuestro amigo al Señor. Él parecía muy serio y pronto se retiró. Después de esta victoria no recuerdo haber experimentado ningún estorbo similar. Si hubiera cedido aquí, estoy seguro de que habría tenido que vencer más veces, si intentaba orar de la misma manera otra vez.AJB 151.2

    Ahora tenía el privilegio de reuniones religiosas y amigos cristianos, y también una reunión de oración semanal en mi propia casa. El pastor H., un ministro presbiteriano, y amigo especial de mis padres, me invitó a asistir a un reavivamiento religioso interesante que ocurría en ese tiempo, en Taunton, a unos treinta kilómetros [veinte millas] de distancia. Después que le relaté mi experiencia pasada, y estábamos cerca de Taunton, le pedí al pastor H. que no me pidiera hablar en la reunión, porque no tenía experiencia en este tipo de obra. En la noche asistí a lo que se llamaba una “reunión de investigación” de los conversos, y de los que estaban bajo convicción de pecado. El pastor de la iglesia congregacional, y el pastor H., comenzaron averiguando el estado de sus mentes, y preguntando a los conversos que contaran lo que el Señor había hecho por ellos. Como ésta era la primera reunión de esta clase en mi experiencia, escuché con un inusitado grado de interés y atención, para aprender cómo todas estas personas se habían convertido en un tiempo tan corto. La sencilla historia de lo que el Señor había hecho por ellos cuando se sentían convictos de pecado, y estaban abrumados con la carga de culpa y vergüenza, y cómo fueron al Señor con toda su carga y confesaron sus maldades, y las diversas maneras en las que encontraron alivio, algunos en la oración secreta, algunos en la reunión, y otros en la casa, cómo Dios les dio paz a sus almas turbadas; también los diversos estados de sus sentimientos cuando sus cargas los dejaron, todo me parecía claro. Había mucha semejanza en esto con mi experiencia, que me dije a mí mismo: Esta es la operación del Espíritu de Dios sobre el corazón por medio de Jesucristo.AJB 151.3

    Después de escuchar por unos momentos estos testimonios sencillos, me pareció que yo entendía el mismo lenguaje, y comencé a razonar, y a preguntarme: ¿Es esto la conversión del pecado? ¿Es esto realmente? Entonces yo la he experimentado. Mi corazón ardía dentro de mí. Oh, cómo deseaba que el pastor H. me pidiera en ese momento que hablara, para poder contar lo que Dios había hecho por mí.AJB 152.1

    Por unos dieciocho meses yo había estado reacio a creer que el Señor había perdonado mis pecados, porque había estado buscando alguna evidencia o manifestación de su poder, (yo no sabía de qué manera o cuándo), que me convenciera más allá de las dudas. Mis ideas limitadas de la conversión, y un fuerte deseo de no ser engañado en este asunto importante, me hicieron pasar por alto la forma sencilla en la que Dios, misericordiosamente condesciende a perdonar al pecador culpable pero suplicante.AJB 152.2

    Después de la reunión, mi lengua se soltó para alabar a Dios por lo que había hecho por mí tantos meses antes. Desde ese momento, toda duda y vacilación respecto de mi conversión y mi aceptación por parte de Dios, desaparecieron como el rocío de la mañana, y sentí una paz como un río, por semanas y meses, que ocupó mi corazón y mi mente. Ahora podía dar una razón de la esperanza dentro de mí, y decir con el apóstol, “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos”. “Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. 1 Juan 3:14; 2 Corintios 5:17.AJB 152.3

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