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    Capítulo 12

    Cruzando las pampas de Buenos Aires – Preparación para el Océano Pacífico – Resolución de no tomar vino nunca más – Aspecto del cielo estrellado – Posición alarmante en Cabo de Hornos – Doblamos el Cabo - Isla de Juan Fernández – Montañas del Perú – Llegada al Callao – Viaje a Pisco – Paisaje y clima de Lima – Terremotos – Destrucción del Callao – Barco fuera de su elemento – Cementerio y ubicación de los muertos

    Mientras estábamos en Ensenada, nuestras comunicaciones comerciales con Buenos Aires requerían que cruzáramos las pampas, o vastas praderas que se encuentran en la parte sur de esa provincia. Para hacerlo, y también para protegernos de los asaltantes en las rutas, nos uníamos en grupos, y nos armábamos para nuestra defensa. Nuestro camino era primero unos treinta kilómetros [veinte millas] atravesando la pradera, y luego treinta kilómetros [veinte millas] más sobre “lomas”, o tierras altas, hasta llegar a la ciudad. Salir sobre esa enorme llanura sin un guía, es casi como estar en el vasto océano sin una brújula. No hay un árbol, ni un arbusto, ni nada sino cañaverales y pastos altos salvajes que se ven tan lejos como puede alcanzar la vista. Más o menos lo único que atrae la atención y alivia la mente mientras se pasa por los pantanos de juncos, profundos y peligrosos, y quietos y tramposos lodazales, cruzando arroyos y corrientes de agua, eran rebaños ocasionales de ovejas, piaras de cerdos, ganado vacuno con grandes cuernos, y caballos, todos pastando tranquilamente en su propio orden organizado. Sobre los dos últimos mencionados se podían ver pequeñas aves tranquilamente paradas sobre sus lomos, ya que no tienen otro lugar de descanso. Montados sobre nuestros caballos alquilados, medio salvajes, situando a nuestro bien pagado postillón adelante, pasamos así por esta llanura, en fila india, siguiendo los senderos lodosos del ganado, una parte del tiempo con los brazos alrededor del cuello de los caballos, temiendo que nos arrojaran a un pozo de barro entre los carrizales, o tener que nadar en una de las corrientes.AJB 111.1

    Después de unas cuatro horas de camino, las “lomas” aparecieron adelante, luego una casa de un granjero, y luego, la taberna de medio camino a casa, para comer, y cambiar de caballos. Pronto un rebaño de cien o más caballos fueron traídos de la llanura a un “corral” o patio, y los hicieron correr a toda velocidad alrededor del patio, mientras los hombres, con sus lazos, o largas sogas de cuero con un lazo corredizo en el extremo, de una manera muy diestra, arrojaban su lazo sobre las cabezas, y los llevaban a un poste. Luego, salvajes o no, eran sostenidos allí hasta que el jinete lo montaba, y luego seguían en fila india detrás del postillón, y pronto seguían al caballo guía sin darse vuelta, ya que sabían a dónde ir con los rebaños en la llanura. El mismo orden se observó al regresar a Ensenada. Durante nuestra estadía aquí, los numerosos arribos de los Estados Unidos saturaron el mercado, y abrieron el camino para que comprara una carga para el Pacífico en términos muy razonables. El Chatsworth estaba ahora cargado, y con franquicia para Lima, en el Perú.AJB 111.2

    Como en el viaje anterior había resuelto nunca más usar aguardiente excepto con propósitos medicinales, ahora, al partir de Buenos Aires, también resolví que nunca más bebería otro vaso de vino. En esta obra de reforma me encontré totalmente solo, y expuesto a los comentarios burlones de aquellos con quienes más tarde me asocié, especialmente cuando declinaba beber con ellos. No obstante, después de todos sus comentarios, de que no era inapropiado o peligroso beber moderadamente, etc., ¡se vieron impelidos a admitir que mi curso de acción era perfectamente seguro!AJB 112.1

    Al pasar del hemisferio norte al hemisferio sur, uno se asombra por el notable cambio en los cielos estrellados. Antes de llegar al Ecuador, la bien conocida estrella polar se ponía aparentemente en el horizonte norte, y una gran cantidad de estrellas bien conocidas en el hemisferio norte se iban retirando de la vista del marino. Pero esta pérdida es suplida por el espléndido, nuevo y variado escenario de los cielos del sur, al navegar hacia las regiones polares meridionales. Aquí, lejos en los cielos del sudoeste, en la senda de la vía láctea, cada noche estrellada se pueden ver dos pequeñas nubes estacionarias, blancas, llamadas por los marineros la “nubes de Magallanes”. Ferguson dice: “Con la ayuda de un telescopio parecen ser una mezcla de pequeñas nubes y estrellas”. Pero lo más notable de todas estas estrellas nebulosas, dice él, “es que en el medio de la espada de Orión, hay siete estrellas (tres de las cuales están muy juntas) que parecen brillar a través de una nube. Parece una “abertura en el cielo”, a través de la cual se puede ver como si fuera una región mucho más brillante. Aunque la mayoría de estos espacios son unos pocos minutos de un grado de ancho, no obstante siendo que están entre las estrellas fijas debe haber espacios mayores que los que ocupa nuestro sistema solar; y en los cuales parece haber un día perpetuo, ininterrumpido, entre los innumerables mundos que ningún arte humano puede siquiera descubrir”.AJB 112.2

    Esta brecha o lugar en el cielo indudablemente es el mismo del que se habla en las Escrituras. Ver Juan 1:51; Apocalipsis 19:11. El centro de esta constelación (Orión) está a medio camino de los polos del cielo, y directamente sobre el Ecuador de la tierra, y pasa por el meridiano más o menos el veintitrés de enero, a las nueve de la noche. La inspiración testifica de “haber constituido el universo por la palabra de Dios”. Hebreos 11:3. “Cuelga la tierra sobre nada”. “Su espíritu adorna los cielos” (Job 26:7, 13).AJB 113.1

    En nuestro viaje desde Buenos Aires hasta el Cabo de Hornos [Cape Horn], llegamos a la proximidad de las Islas Falkland [Islas Malvinas] entre quinientos cincuenta y setecientos cincuenta kilómetros [entre trescientas y cuatrocientas millas] al noreste del Cabo. Aquí procuramos establecer un puerto durante una tormenta, entrando al Estrecho de Falkland, pero el creciente vendaval nos obligó a seguir nuestro rumbo al sur. Al llegar frente al Cabo de Hornos, por julio y agosto, la estación más fría y tormentosa del año, por unos treinta días estuvimos luchando con los fuertes vientos del oeste, y con islas flotantes de hielo, de las regiones polares tratando, (como dicen los marineros) de doblar el Cabo de Hornos. Mientras esperábamos con una vela en parte recogida frente al Cabo, en un fuerte viento oeste, olas cruzadas subieron a la cubierta por el lado de babor, rompiendo nuestra defensa y arrancando parte de los tablones, y empujaron todo eso contra el mástil desde cerca del molinete hasta el paso hacia las cabinas. En esta condición expuesta y peligrosa, que podría permitir la entrada de agua que nos hundiría de inmediato, aparejamos la vela principal, y pusimos el barco en dirección de donde venía el viento; y para mantenerlo todavía más estable, también habilitamos la vela delantera, que hizo que aumentara tan furiosamente su velocidad que prevenía que el espacio abierto fuera expuesto al agua excepto ocasionalmente. Afortunadamente, teníamos una lona alquitranada nueva a mano. Con tiras de ella, ocupamos a toda la tripulación, cuando se ofrecía la oportunidad, para extenderla sobre los espacios rotos y abiertos, y clavarla para asegurarla, y volver corriendo a nuestros lugares en donde nos afirmábamos hasta que el barco se inclinaba otra vez hacia estribor. En unas dos horas conseguimos asegurarla de este modo, en forma provisoria, sobre los espacios abiertos, recogimos la vela principal y la delantera, y quedamos otra vez con las velas necesarias para equilibrar el barco. Después de bombear el agua y despejar lo roto, tuvimos tiempo para reflexionar sobre cómo habíamos escapado a duras penas de una destrucción total, y cómo Dios, en su misericordia, había abierto el camino para salvarnos en esta difícil hora. Después que se abatió el vendaval, al día siguiente, reparamos con más cuidado los daños, y al final de unos treinta días de lucha frente a Cabo de Hornos contra vientos del oeste, y fuertes tormentas de nieve, pudimos doblar el cabo y dirigir nuestro rumbo a la isla de Juan Fernández, a unos dos mil seiscientos kilómetros [unas mil cuatrocientas millas] al norte de nosotros. Los vientos del oeste estaban ahora a nuestro favor, de modo que en pocos días cambiamos de clima, y estábamos navegando junto a esta isla de mucha fama, que una vez fue el mundo entero para Robinson Crusoe. Después de navegar hacia el norte unos cuatro mil ochocientos kilómetros [unas dos mil seiscientas millas] desde el tormentoso Cabo de Hornos, las elevadas montañas del Perú eran claramente visibles, aunque a una distancia de unos ciento cincuenta kilómetros [ochenta millas] de la costa. Navegamos adelante, echamos el ancla en la espaciosa bahía de Callao, a unos once kilómetros [seis millas] al oeste de la celebrada ciudad de Lima. Los productos norteamericanos estaban con buena demanda. Algunas de mis primeras ventas de harina fueron a más de setenta dólares el barril. Pronto, después de nosotros, llegaron otras cargas, y el precio se redujo a unos treinta dólares. Aquí contraté el Chatsworth a un comerciante español para un viaje a Pisco, a unos ciento ochenta kilómetros [cien millas] más al sur, con el privilegio de vender mi carga y volver con la de él.AJB 113.2

    Pronto después de nuestra llegada aquí, el maestre jefe y dos de los hombres fueron al pueblo, a unos cinco kilómetros [tres millas] del puerto, para conseguir carne y verduras para el almuerzo. Los hombres pronto volvieron con la declaración de que soldados patriotas habían descendido de las montañas y sitiado el pueblo, y saqueado los comercios donde parte de nuestra carga estaba expuesta para la venta, y habían llevado al maestre a las afueras del pueblo para fusilarlo, y también declararon que bajarían para tomar nuestro barco por causa del comerciante español que habíamos traído de Lima. El maestre pronto apareció en la playa. Después que un bote lo trajo a bordo, dijo que los soldados, al saber que era el maestre del Chatsworth, lo arrastraron a un lado de la aldea para fusilarlo. Al llegar al lugar, uno de los soldados persuadió a los otros que no lo mataran. Habían decidido dejarlo ir, pero lo golpearon sin misericordia con sus espadas. Hicimos los preparativos para defendernos, pero nuestros enemigos pensaron que sería mejor no exponerse al alcance de nuestras balas de cañón. A pesar de nuestros enemigos, que siguieron amenazándonos, vendimos toda la carga aquí a un precio mejor que el ofrecido en Callao, y volvimos a ese puerto con la carga del comerciante español.AJB 114.1

    Mientras estuvimos en el Callao, apareció una ballena en la bahía. Un ballenero de Nantucket en ese momento la siguió con sus barcos, y la arponearon. La ballena se metió entre los barcos, arrastrando al ballenero, como un rayo en medio del agua espumosa, y se zambulló directamente debajo de un gran bergantín inglés, dándole a sus perseguidores apenas un momento de preaviso para que pudieran cortar la soga y salvar sus vidas, algo como felicitar a sus enemigos desconocidos diciendo: “Si me siguen, nunca arponearán a otra pobre ballena”. La ballena pasó por entre los barcos a gran velocidad, hasta la cabecera de la bahía, en aguas playas. El bote la siguió, y la volvieron a sujetar, cuando se dio vuelta y salió de la bahía, y en poco tiempo apenas podíamos distinguir el barco, al ponerse el sol, con su bandera de señales ondeando, lo que significaba que la ballena estaba muerta.AJB 115.1

    El teniente Conner (ahora Comodoro), que comandaba la goleta Dolphin de los Estados Unidos, se puso en marcha, y al día siguiente llegó con la ballena y el bote ballenero a la rastra. Por invitación, al día siguiente, los ciudadanos de Lima bajaron en cantidades para presenciar cómo los norteamericanos cortaban y se llevaban las grandes ballenas de sus aguas.AJB 115.2

    El clima en este región es saludable, y las escenas, deleitosas. Había nubes blancas que flotaban, y detrás de ellas se podía ver el cielo densamente azul, aparentemente al doble de la distancia de la tierra que en América del Norte. Y además hay un aire saludable y dulce, y fuertes vientos alisios, y campos muy verdes, y árboles inclinados por su deliciosa fruta, mientras el suelo continuamente produce vegetación tanto para hombres como para bestias. No hay tormentas de lluvia, y la gente dice que allí no llueve nunca. La ciudad está amurallada y protegida del lado este por elevadas montañas, fáciles de subir, aun por sobre las nubes que cubren su cima, que se deslizan debajo del admirado espectador hasta que chocan con salientes más elevados de las montañas, luego suben y flotan por sobre el vasto Pacífico al oeste. Y todavía más a la distancia, por el este, a unas noventa leguas, yacen en enorme acumulación los Andes, siempre cubiertos de nieve, todos visibles a simple vista, que continuamente envían corrientes burbujeantes que riegan las llanuras más abajo. También se la conduce por medio de zanjas con paredes, por las calles de la ciudad.AJB 115.3

    Mucho más se podría añadir a esta interesante descripción para hacer que la residencia en ese lugar fuera deseable. Pero el sacudón de un terremoto (y son frecuentes allí), tal vez en medio de la noche, cuando los habitantes corren a las calles para salvarse de sus casas que se caen, gritando, llorando y clamando a gritos por misericordia, es suficiente para que uno esté perfectamente dispuesto y apurado por cambiar esa posición por casi cualquier región donde la tierra permanezca quieta sobre sus propios fundamentos.AJB 115.4

    Está registrado en la Cronología del mundo de S. Haskell, que Lima fue destruida por un terremoto en octubre de 1746. Creo que esto no puede referirse a la ciudad de Lima, sino al puerto de la ciudad, llamado Callao. Porque la parte más célebre y central de la ciudad de Lima es la Plaza del Palacio, en un lado de la cual se encontraba un edificio de madera antiguo, largo, de un solo piso¸ donde los oficiales de la ciudad realizan su trabajo. Se me dijo con frecuencia que este edificio fue el palacio o la casa del aventurero español Pizarro, después de su conquista del Perú. Si esta afirmación es correcta, entonces se aceptará que Pizarro la ocupó mucho antes del terremoto de 1746. Por ello esa parte de la ciudad no pudo haber sido destruida. Pero sí lo fue el puerto, llamado Callao.AJB 116.1

    La ciudad de Lima está ubicada a unos once kilómetros [seis millas] en el interior, desde su puerto de mar, Callao, y está a unos doscientos metros [setecientos pies] sobre el nivel del mar, sobre un plano inclinado. Mientras estuve allá en 1822-3, setenta y siete años después del terremoto, con frecuencia visité el lugar para ver las enorme pilas de ladrillo, desde unos cuarenta y cinco centímetros [dieciocho pulgadas] bajo el agua hasta donde alcanzaba a ver que componían los edificios y las murallas del lugar en el tiempo del terremoto. Se me dijo que una fragata española estaba anclada en el puerto en ese momento, y después de su destrucción por el terremoto la encontraron a cinco kilómetros [tres millas] tierra adentro¸ más o menos a mitad de camino del puerto de Callao a la ciudad de Lima a unos cien metros [trescientos cincuenta pies] sobre el nivel del mar. Si esta afirmación es cierta, y nunca escuché de un intento de negarla, entonces tiene que haber sido el terremoto que primero hizo que la tierra se levantara debajo del mar, haciendo que el agua entre ella y la tierra se moviera con tal fuerza que la fragata fue llevada hacia arriba por el plano inclinado, y cuando el agua retrocedió, ella quedó a unos cinco kilómetros de la orilla del mar.AJB 116.2

    Según todas las apariencias, Callao fue inundada por el mar, pues sus ruinas yacen casi a nivel con el mar¸ debajo de un lago de agua separado del océano por una barra de arena. He oído, y también observé, que el mar no sube y baja aquí, en momentos definidos, como lo hace en casi todos los otros puertos y lugares. Por ello es claro que el cuerpo de agua que cubre las ruinas de Callao no es provisto por el mar.AJB 116.3

    Otra curiosidad singular en este lugar fue el cementerio, a unos ocho kilómetros [cinco millas] fuera de la ciudad¸ que era diferente de cualquier otra cosa que yo hubiera visto. A la entrada estaba la iglesia con su cruz. Parte del camino alrededor del cementerio tenía una pared doble. El espacio o pasaje entre esos muros parecía ser de unos doce metros [cuarenta pies] de ancho. Las paredes tenían unos dos metros cuarenta de alto [ocho pies] y dos metros diez [siete pies] de espesor, con tres hileras de celdas donde depositaban los muertos. Estas eran alquiladas a quienes podían darse el lujo de depositar a sus muertos en este estilo, por seis meses, o por cualquier lapso. Algunas de esas celdas estaban cerradas con ladrillos, y otras tenían puertas de hierro cerradas con llave. Las que no estaban ocupadas estaban abiertas. En el centro, entre las paredes, había profundas bóvedas cubiertas con un enrejado de hierro, en las cuales podíamos ver cuerpos muertos todos juntos sin un orden. Supe que cuando pasaban los seis meses o el tiempo que se había convenido, los cuerpos eran retirados y arrojados en las bóvedas en el centro. De esta manera otros podían ocupar las celdas exteriores. En otra sección, los muertos eran enterrados bajo tierra en filas. Cerca de la iglesia había una gran bóveda circular que tenía como una cúpula terminada en punta, ubicada a varios pies por sobre la bóveda. Este era otro sitio de sepultura. Al mirar por encima de la baranda colocada a su alrededor para impedir que los vivientes cayeran en ella, la vista era muy repugnante. Algunos estaban de pie, otros con sus cabezas hacia abajo, y en toda posición imaginable, así como cayeron desde las angarillas¸ con sus ropas andrajosas y sucias que tenían puestas cuando murieron. Estos, por supuesto, eran los más pobres, cuyos amigos no podían pagar el alquiler para un lugar de sepultura bajo tierra, o una de las celdas blanqueadas en las paredes. Los soldados muertos eran traídos de los fuertes y arrojados aquí con poca ceremonia. El aire es tan sano que no se levanta ningún hedor de estos cuerpos muertos. Literalmente se consumen y se secan.AJB 117.1

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