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    Capítulo 1

    Ascendencia – Nacimiento – Residencia – Primer viaje al extranjero – Hurl Gate – London Water para marineros – La historia del Sr. Lloyd – el Sr. Moore y su libro – Diario del mar – Al agua – Tiburón

    Mi honorable padre y sus antepasados residieron por muchos años en el pueblo de Wareham, condado de Plymouth, Estado de Massachusetts. Mi madre era hija del Sr. Barnebas Nye, del pueblo de Sandwich, condado de Barnstable; ambos pueblos estaban a solo unas pocas horas a caballo del famoso lugar de desembarco de los Padres Peregrinos.AJB 13.1

    Mi padre fue voluntario en la Guerra Revolucionaria, y siguió en el servicio de su país durante su lucha de siete años. Cuando el General Lafayette visitó de nuevo los Estados Unidos en 1825, entre las muchas personas que pugnaban por darle la mano en las salas de la recepción de la ciudad de Boston, estaba mi padre. Al acercarse, el general lo reconoció, y le tomó la mano diciendo: “¿Cómo está, mi viejo amigo, Capitán Bates?” Alguien preguntó: “¿Usted lo recuerda?” La respuesta fue más o menos la siguiente: “Ciertamente; estuvo bajo mi mando inmediato en el ejército norteamericano”, etc.AJB 13.2

    Después de la guerra, mi padre se casó y se estableció en Rochester, un pueblo vecino, en el condado de Plymouth, donde nací, el 8 de julio de 1792. En la primera parte de 1793 nos mudamos a New Bedford, a poco más de once kilómetros [siete millas] de distancia, donde mi padre entró en el comercio.AJB 13.3

    Durante la guerra con Inglaterra, en 1812, el pueblo de New Bedford se dividió, y la parte este se llamó Fairhaven. Este siempre fue mi lugar de residencia, hasta que me mudé con mi familia a Míchigan, en mayo de 1858.AJB 13.4

    En mis días de escuela primaria, mi mayor deseo era llegar a ser marinero. Solía pensar cuán agradecido estaría con solo subirme a bordo de un barco que saliera en un viaje de descubrimiento alrededor del mundo. Quería ver cómo lucía el otro lado. Siempre que pensaba en pedir a mi padre su consentimiento para embarcarme, mi valor me abandonaba por temor de que dijera no. Cuando compartía mi obsesión con mi madre ella trataba de disuadirme, y me recomendaba otra ocupación, hasta que al fin se me permitió ir en un corto viaje con mi tío a Boston, etc., para curarme, pero esto tuvo el efecto opuesto. Fue entonces que aceptaron mis deseos.AJB 13.5

    Un barco nuevo llamado Fanny, de New Bedford, con Elías Terry como comandante, estaba a punto de salir para Europa, y él acordó con mi madre llevarme en el viaje como grumete.AJB 14.1

    En junio de 1807, zarpamos de New Bedford, para recibir nuestra carga en la ciudad de Nueva York, para Londres, Inglaterra. En nuestro camino a Nueva York pasamos por el canal de Nueva York. En esta ruta, a varias millas de la ciudad, hay un paso muy angosto y peligroso, con rocas del lado derecho, y una orilla llena de rocas por la izquierda, llamada “Hurl Gate” [Puerta de lanzamiento]. Lo que lo hace tan peligroso es la gran corriente que pasa por este estrecho canal. Al subir y bajar la marea en cada dirección, fluye con tanta impetuosidad que pocos se atreven a aventurarse a navegar en contra de esa corriente si no tienen un viento estable y fuerte a su favor. Por falta de vigilancia y cuidado muchas embarcaciones han sido apartadas de su curso por esta espuma rugiente, y arrojadas contra las rocas, destrozadas y perdidas en pocos momentos. Los marineros lo llaman “Hell’s Gate” [Puerta del infierno].AJB 14.2

    Cuando nuestro gallardo barco nos acercaba a la vista de este lugar terrible, el piloto tomó a su cargo el timón, y solicitó que el capitán llamara a cubierta a toda la tripulación. Luego nos ubicó en diversas partes del barco, con el propósito de manejar las velas en caso de una emergencia, de acuerdo con su juicio. Luego nos pidió que nos mantuviéramos en silencio al pasar por este paso peligroso, para que pudiéramos comprender mejor sus órdenes. De este modo, cada hombre y muchacho en su puesto, con sus ojos fijos silenciosamente en el piloto, esperando sus órdenes, nuestro buen barco atravesó volando las aguas espumosas, y pasó con toda seguridad hasta anclar frente a la ciudad.AJB 14.3

    El conocimiento experiencial y completo de nuestro piloto, su conducción de nuestro airoso barco con toda seguridad a través de ese peligroso canal de entrada, con la atención silenciosa y expectante de su tripulación, quedaron estampadas profundamente en mi mente. La prontitud y la acción en tiempos peligrosos en el océano, con la bendición de Dios, han salvado a miles de almas de una tumba líquida.AJB 14.4

    Nuestro buen barco fue cargado con trigo de calidad, a granel, por sus escotillas. Se temía que se hundiría por su pesada carga. En la víspera de nuestra partida, el Sr. M. Eldridge, entonces nuestro maestre principal, venía en dirección al barco en la oscuridad de la noche, con una linterna encendida en su mano, cuando cayó del tablado al río, entre el barco y el muelle, donde la marea corría a la razón de seis a nueve kilómetros por hora [tres a cinco millas por hora]. El Sr. Adams arrojó al azar una soga enrollada bajo el muelle, y afortunadamente aquel la pudo agarrar, y después de algunos esfuerzos, fue izado a cubierta. Cuando pudo recobrar el aliento, lamentó la pérdida de su farol nuevo. Dijo el Sr. A.: “¿Qué dice, señor? Lo tiene en su mano”. Si hubiera sido una bala de cañón, es muy probable que lo hubiera llevado al fondo, pues las personas que se están ahogando se aferran mortalmente a lo que tienen en sus manos.AJB 14.5

    Tuvimos una navegación placentera a través del océano Atlántico. En nuestro paso hacia el norte por el Canal Inglés, entre Francia e Inglaterra, descubrimos una cantidad de barriles que flotaban sobre el mar. La vela alta principal fue recogida, y se bajó un bote tripulado, que pronto regresó al barco fuertemente cargado con ginebra y aguardiente. Los impuestos sobre tales artículos son tan altos en Inglaterra, que los contrabandistas a veces pueden darse el lujo de perder toda la carga, y sin embargo hacer un negocio rentable. Pero si son atrapados por las lanchas del servicio de impuestos, o buques de guerra en su intento de defraudar al gobierno, el castigo prácticamente los arruina para toda la vida. Por eso, arrojan y atan con sogas y boyas las bebidas alcohólicas, de modo que si las buscan diligentemente, las vuelven a encontrar cuando los perseguidores se han ido.AJB 15.1

    Al llegar con seguridad al muelle de Londres, los oficiales ingleses que vinieron a inspeccionar nuestra carga, al abrir las escotillas, expresaron su sorpresa de ver el trigo, limpio y seco, casi al tope, tan fresco como cuando salimos de Nueva York. Cuando salimos de descargar en el muelle hacia al río Támesis, y comenzamos a llenar nuestros depósitos de agua para el viaje de regreso, con agua de río que pasaba a nuestro lado en dirección al gran océano, pensé, cómo podría una persona beber esa agua tan asquerosa. Chorros de agua barrosa verde, amarilla y roja, se mezclaban con la inmundicia de miles de barcos, y la inmundicia de una gran parte de la ciudad de Londres. Después de unos pocos días, se asentaba y estaba clara, a menos que agitara el fondo de los barriles. Unos cuatro años después de esto, siendo en ese entonces un marino reclutado por el servicio británico, asignado al Rodney, un barco de setenta y cuatro cañones en el Mar Mediterráneo, cuando estábamos vaciando todas nuestras reservas de agua dulce; los barriles de abajo estaban llenos con la misma agua del río Támesis, a poca distancia de Londres. Habían quedado taponados por unos dos años. Al comenzar a abrirlos y aplicar la llama de nuestras velas, producían una llamarada de unos 30 cm de alto, como cuando se quema aguardiente fuerte. Antes de revolver el fondo, se exhibió algo del agua clara ante los oficiales en vasos de vidrio, y la anunciaron como el agua más pura y mejor, a solo dos años de Londres. Admito que parecía transparente y tenía buen gusto, solo que por mi conocimiento previo de su origen hubiera preferido apagar mi sed con algo de los puros manantiales de las Montañas Verdes de Vermont, o los cerros de granito de New Hampshire.AJB 15.2

    Entre nuestros pasajeros a Nueva York estaba un Sr. Loyd, maestre principal de un barco de Filadelfia que estaba detenido en Londres. Él relató, de manera muy seria, un incidente muy singular que ocurrió algunos años antes, mientras era marinero en Filadelfia. Dijo que nunca se había atrevido a contarlo a su madre ni a sus hermanas. Trataré de relatarlo en sus propias palabras. “Una noche, estaba alojado fuera de mi casa en otra parte de la ciudad, cuando la casa fue rodeada por la policía. Por temor de ser identificado con los que perturbaban la paz, hui de mi cama a la calle con solamente el camisón puesto, y finalmente me escondí en el mercado, mientras un amigo que estaba conmigo volvió para buscar mi ropa. Cerca de medianoche un grupo de hombres que pasaba por el mercado, me descubrió, y después de algunas preguntas acerca de quién era yo, etc., dijeron: ‘Hagan que este hombre camine delante de nosotros’. Mis ruegos fueron en vano; me mantuvieron delante de ellos hasta que entramos en el cementerio, a unos tres kilómetros fuera de la ciudad. Allí llegamos a una gran piedra plana con un gancho de hierro en ella. En el gancho pusieron una soga fuerte, que traían consigo, con la que elevaron la piedra. Esto abrió una bóveda familiar, donde había sido depositada ese día una distinguida dama judía. Ellos querían las joyas que ella llevaba puestas. Ahora, la pregunta inquietante era: ¿quién bajaría a la bóveda para conseguir las joyas? Dijo uno: ‘Aquí está el hombre’. Yo les rogué y supliqué, por amor de Dios, que no me exigieran cometer ese acto espantoso. Mis ruegos fueron desoídos; me empujaron a la bóveda, ordenándome que tomara las joyas. Traté de hacerlo, y luego regresé a la apertura, y dije que los dedos estaban tan hinchados que no podía sacar los anillos. ‘Aquí hay un cuchillo’, dijo uno, ‘tómalo y córtale los dedos’. Comencé a rogarles otra vez, pero me hicieron comprender que no había alternativa; o hacía eso, o allí me quedaba. Casi muerto de miedo, le tomé las manos [a la mujer] y le corté los dedos, y cuando volví a la abertura de la bóveda, me pidieron que se las pasara. Tan pronto como las tomaron, bajaron la piedra y salieron corriendo.AJB 16.1

    “Me sentí abrumado por mi situación desesperada, condenado a morir una muerte por demás horrible, y temiendo cada momento que el mutilado cadáver me agarrara. Escuché el ruido de los ladrones hasta que todo quedó en un silencio mortal. No podía mover la piedra que estaba sobre mí. Después de un poco, oí un ruido sordo distante, que siguió aumentando hasta que oí voces extrañas sobre la bóveda. Pronto advertí que se trataba de otra pandilla, probablemente desconocida por la primera, y que estaban colocando su soga para levantar la misma losa. De inmediato decidí qué hacer para salvarme. Al levantarse la losa, salté de la bóveda en mi camisón blanco. Espantados, todos huyeron hacia la ciudad, corriendo a tal velocidad que me era difícil mantenerme tras ellos, y a la vez temiendo que si se detenían, me descubrirían y me tomarían. Antes de llegar a la ciudad, me había acercado a los dos que iban más atrasados, cuando uno de ellos gritó a su compañero: ‘¡Patricio! ¡Patricio! La vieja está pisándonos los talones’. Atravesaron el mercado huyendo de mí, porque allí me detuve para esconderme. Después de un tiempo, me encontró mi amigo que había ido a buscarme ropa, y regresé a casa”.AJB 16.2

    Antes de zarpar en nuestro viaje, un hombre de buena presencia, de unos veinte años, subió a bordo, afirmando que había venido de Filadelfia, Pennsylvania, para conseguir un pasaje a Londres. Dijo que no tenía medios ni manera de pagar su pasaje. También dijo que su único objetivo en ir a Londres era obtener cierto libro, (cuyo título he olvidado), que no se podía conseguir en ninguna otra parte. Finalmente fue embarcado como novato en la sección de los marineros.AJB 17.1

    Esto era bastante novedoso entre los marineros, que un hombre, que no tenía deseos de ser marinero, estuviera dispuesto a soportar las dificultades de un viaje de siete meses, sin otro propósito que conseguir un libro, y sin tampoco tener la certeza de lograrlo.AJB 17.2

    Pero al llegar a Londres, el capitán le dio un anticipo de dinero, y antes de la noche él volvió muy feliz por haber encontrado el libro. A menudo lamenté que nuestro trato concluyó con ese viaje, porque con frecuencia pensé, que si se mantuvo con vida, estaba destinado a ocupar algún cargo importante entre los hombres.AJB 17.3

    Cuando me recuperé de mi mareo, comencé mi diario de viaje, para seguir el rumbo del barco, y los incidentes diarios del viaje. Este y otros diarios que procuré más tarde mantener, habrían sido de mucho valor para mí cuando comencé esta tarea, pero fueron utilizados o destruidos, después de mi último viaje.AJB 17.4

    Relataré una circunstancia que sucedió en nuestro viaje de vuelta, unos 18 días después de partir de Land’s End, de Inglaterra.AJB 17.5

    En la mañana (de un domingo) un gran tiburón nos seguía. Ataron un gran trozo de carne a una soga y lo arrojaron por la popa para tentarlo a acercarse más, para que pudiéramos ponerle un hierro con púas hecho para tal propósito; pero ningún estímulo nuestro parecía afectarlo. Mantenía su posición, donde pudiera atrapar cualquier cosa que cayera de ambos lados del barco.AJB 17.6

    En tales ocasiones, revivían las viejas historias acerca de tiburones; cómo se tragaban vivos a los marineros, y en otras ocasiones los partían en dos de un mordisco, y los tragaban en dos bocados, etc. Oyen tanto de ellos que les atribuyen más sagacidad de la que realmente les corresponde. Se dice que tiburones han seguido navíos en el océano durante muchos días cuando había algún enfermo a bordo, para saciar su voraz apetito con los cadáveres que se arrojan al mar. Los marineros, en general, son hombres valientes que no tienen temor; se atreven a enfrentarse a sus compañeros en casi cualquier conflicto, y a afrontar las violentas tempestades en el mar; pero la idea de ser tragados vivos, aun estando muertos, por estas voraces criaturas, a menudo hace temblar sus corazones intrépidos. Sin embargo, con frecuencia son crédulos y supersticiosos.AJB 18.1

    Hacia el atardecer del día que mencioné, cuando habíamos cesado nuestras infructuosas labores para atraer al tiburón de su invariable posición detrás del barco, subí al tope del mástil principal para verificar si había algún navío a la vista, o algo que se pudiera ver entre el cielo y el agua. En mi descenso, habiendo llegado a unos quince metros [cincuenta pies] de la cubierta y unos dieciocho [sesenta pies] de la superficie del agua, no alcancé al lugar donde tenía la intención de aferrarme con la mano, y caí hacia atrás, golpeando una soga en mi caída, lo que impidió que me destrozara en cubierta, pero me arrojó volando al mar. Al salir a la superficie de las olas, luchando y procurando respirar, vi de reojo que mi barco, mi única esperanza, estaba pasando más allá de mi alcance. Con la impedimenta de mi ropa gruesa y pesada, usé toda mi fuerza para seguir al barco. Vi que el capitán, los oficiales y la tripulación corrieron a la popa. El primer oficial arrojó una soga con todas sus fuerzas, y pude atrapar el extremo de ella. Me gritó: “Aférrate”. Lo hice hasta que me arrastraron e izaron a bordo, y pusieron mis pies sobre cubierta.AJB 18.2

    A la pregunta de si estaba herido, respondí, “No”. Otro dijo, “¿Dónde está el tiburón?” Ahí comencé a temblar, así como ellos habían temblado cuando estaban en un ansioso suspenso temiendo que éste me atacara en cualquier momento. El recuerdo del tiburón nunca entró en mi mente mientras estuve en el agua. Crucé la cubierta para ver del otro lado, y he aquí, estaba nadando tranquilamente junto a nosotros, no lejos del costado del barco, aparentemente inconsciente de nuestra mirada. Y no lo perturbamos de ningún modo; porque los marineros y los pasajeros estaban todos muy contentos de que el grumete había sido rescatado, no solo de una tumba líquida, sino de sus feroces fauces, así que no teníamos la disposición de molestarlo. Pronto desapareció, y no lo vimos más. Pero lo maravilloso fue cómo se había cambiado de posición a un lugar donde ni podía vernos ni escuchar lo que pasaba del otro lado y en la popa del barco.AJB 18.3

    El siguiente dato de un periódico público, ilustra la voracidad de estas criaturas:AJB 19.1

    ENCUENTRO DESESPERADO CON UN TIBURÓNAJB 19.2

    SOUTHOLD, L. I., 9 de septiembre de 1865.

    “Al Director del Herald: Unos pocos días desde que la goleta Catherine Wilcox, de Lubec, Maine, viniendo de Nueva York hacia Eastport y Lubec, estando frente a este lugar, el capitán George McFadden se encontró con lo que se llama ‘calma muerta’ o ‘calma chicha’. Pareciendo una oportunidad propicia, el capitán y un joven llamado Peter Johnson, que anteriormente fue miembro de la Primera Artillería Pesada de Maine¸ y que fue herido en el cuello en Spottsylvania, Virginia, decidieron gozar de un baño de agua de mar.AJB 19.3

    “Saltando al agua, no pasaron muchos minutos cuando, según dijo el joven Johnson, vio algo ‘todo blanco’, y en un instante fue llevado bajo la superficie a una profundidad de unos seis metros [veinte pies]. Entonces descubrió que estaba en las fauces de uno de esos feroces tiburones comedores de hombres. Luchando con todas sus fuerzas, Johnson logró zafarse y alcanzar otra vez la superficie; pero el tiburón pronto lo atacó, y siguió mordiéndolo en diversas partes del cuerpo, cuando el joven recordó el ardid marinero de meterle los dedos en los ojos del tiburón, y lo hizo, y para su no pequeña satisfacción pronto vio que el enfurecido monstruo huía de él. Johnson entonces nadó hacia la embarcación, y siendo izado a bordo, descubrieron que había sido ferozmente herido en el abdomen —le faltaba toda la sección inferior—, y también ambos muslos y un hombro estaban terriblemente lacerados. Como no había viento para ir a ninguna parte, la tripulación lo llevó en el esquife y remaron casi quince kilómetros [ocho millas] al pueblo de Greenport, donde le cosieron sus heridas y lo curaron. Intervinieron los Dres. Kendall, Bryant y Skinner, y pusieron al joven lo más cómodo que pudieron en esas circunstancias. Cada hora que pasa se encuentra peor, y no hay mucha esperanza de que se recupere. El Canal está ahora lleno de esos monstruos rapaces, y si alguno de nuestros pescadores de Nueva York les interesara probarse, este es el mes para atacarlos. Nuestros aldeanos los atrapan y llevan a tierra con perfecta seguridad casi cada día.AJB 19.4

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