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En los Lugares Celestiales - Contents
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    El don que todos pueden poseer, 25 de noviembre

    Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. Juan 14:26.ELC 338.1

    El Consolador que Cristo prometió enviar después de su ascensión al cielo es el Espíritu en toda la plenitud de la Deidad, poniendo de manifiesto el poder de la gracia divina a todos los que reciben y creen en Cristo como un Salvador personal. Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de esos tres grandes poderes—el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—los que reciben a Cristo por medio de una fe viviente son bautizados, y esos poderes cooperarán con los obedientes súbditos del cielo en sus esfuerzos por vivir una nueva vida en Cristo.—Evangelism, 615.ELC 338.2

    Los que han tenido el privilegio de oír la verdad y han sido conmovidos por el Espíritu Santo para recibir las Santas Escrituras como la voz de Dios, no tienen excusa por convertirse en enanos en la vida religiosa. Mediante el ejercicio de la facultad que Dios les ha concedido, han de aprender diariamente y cada día recibir el fervor y poder espirituales que han sido provistos para todo verdadero creyente.ELC 338.3

    Si hemos de ser plantas que crecen en el jardín del Señor, debemos tener una provisión constante de vida y celo espirituales.ELC 338.4

    Entonces el crecimiento se echará de ver en la fe y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. No hay un lugar a mitad de camino donde podamos renunciar a nuestra responsabilidad y tomarnos un descanso. Hemos de mantenernos avanzando hacia el cielo, desarrollando un sólido carácter religioso. La medida del Espíritu Santo que recibamos será proporcional a la medida de nuestro deseo y a la fe que ejerzamos por él, y al uso que hagamos de la luz y el conocimiento que nos sean concedidos...ELC 338.5

    Aquel que busca verdaderamente la preciosa gracia de Cristo puede estar seguro de que no será chasqueado. Esta promesa nos ha sido dada por Aquel que no nos engañará.—The Review and Herald, 5 de mayo de 1896.ELC 338.6

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