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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 - Contents
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    Padres e hijos

    Se me ha mostrado que mientras los padres que temen a Dios imponen restricciones a sus hijos, deben estudiar sus disposiciones y temperamentos, y tratar de suplir sus necesidades. Algunos padres atienden cuidadosamente las necesidades temporales de sus hijos; los cuidan bondadosa y fielmente mientras están enfermos, y luego consideran que han cumplido todo su deber. En esto cometen un error. Tan sólo han empezado su trabajo. También deben suplir las necesidades de sus mentes. Se requiere habilidad para aplicar los debidos remedios a la curación de una mente herida.1TPI 341.2

    Los niños deben soportar pruebas tan duras, y de naturaleza tan aflictiva, como las de las personas mayores. Los padres mismos no tienen siempre una disposición anímica uniforme. A menudo experimentan incertidumbre e indecisión. Trabajan bajo la influencia de opiniones y sentimientos erróneos. Satanás los azota y ceden a sus tentaciones. Hablan con irritación y de una manera que estimula la ira en sus hijos, y son a veces exigentes e irritables. Los pobres niños participan del mismo espíritu, y los padres no están preparados para ayudarles, porque ellos son la causa de la dificultad. A veces todo parece ir mal. Hay intranquilidad en el ambiente, y todos pasan momentos desdichados. Los padres echan la culpa a los pobres niños, y piensan que son desobedientes e indisciplinados, los peores niños del mundo, cuando la causa de la dificultad reside en ellos mismos.1TPI 342.1

    Algunos padres causan borrascas emocionales por su falta de imperio sobre sí mismos. En vez de pedir bondadosamente a sus hijos que hagan esto o aquello, les dan órdenes en tono de reprensión, y al mismo tiempo tienen en los labios censuras o reproches que sus hijos no merecían. Padres, este comportamiento destruye la alegría y la ambición en vuestros hijos. Cumplen vuestras órdenes, no por amor, sino porque no se atreven a obrar de otro modo. No ponen su corazón en el asunto. Les resulta un trabajo penoso en vez de un placer; y a menudo por esto mismo se olvidan de seguir todas vuestras indicaciones, lo cual hace crecer vuestra irritación y empeora la situación de los niños. Las censuras se repiten; se les pinta con vivos colores su mala conducta, hasta que el desaliento se posesiona de ellos, y no les interesa agradaros. Se apodera de ellos un espíritu que los impulsa a decir: “A mí qué me importa”, y van a buscar fuera del hogar, lejos de sus padres, el placer y deleite que no encuentran en casa. Frecuentan las compañías de la calle, y pronto se corrompen tanto como los peores.1TPI 342.2

    ¿Sobre quién pesa este gran pecado? Si se hubiese hecho atrayente el hogar, si los padres hubiesen manifestado afecto por sus hijos, si con bondad les hubiesen encontrado ocupación, enseñándoles con amor a obedecer a sus deseos, habrían hallado respuesta en sus corazones; y los hijos, con corazones, manos y pies voluntarios, les habrían obedecido prestamente. Ejerciendo dominio sobre sí mismos, hablándoles con bondad y elogiándolos cuando tratan de hacer lo recto, los padres pueden estimular los esfuerzos de sus hijos, hacerlos muy felices y rodear el círculo de la familia con un encanto que despejará toda lobreguez y hará penetrar en él la alegría como la luz del sol.1TPI 342.3

    A veces los padres disculpan su propio mal comportamiento con la excusa de que no se sienten bien. Están nerviosos y piensan que no pueden ser pacientes ni serenos, ni hablar de una manera agradable. En esto se engañan y agradan a Satanás, quien se regocija porque ellos no consideran que la gracia de Dios es suficiente para vencer las flaquezas naturales. Pueden y deben dominarse en toda ocasión. Dios se lo exige. Deben darse cuenta de que cuando ceden a la impaciencia e inquietud hacen sufrir a otros. Los que los rodean son afectados por el espíritu que ellos manifiestan, y si a su vez actúan impulsados por el mismo espíritu, el daño aumenta y todo sale mal.1TPI 343.1

    Padres, cuando os sentís nerviosos, no debéis cometer el grave pecado de envenenar a toda la familia con esta irritabilidad peligrosa. En tales ocasiones, ejerced sobre vosotros mismos doble vigilancia, y resolved en vuestro corazón no ofender con vuestros labios, sino pronunciar solamente palabras agradables y alegres. Decíos: “No echaré a perder la felicidad de mis hijos con una sola palabra de irritación”. Dominándoos así vosotros mismos, os fortaleceréis. Vuestro sistema nervioso no será tan sensible. Quedaréis fortalecidos por los principios de lo recto. La conciencia de que estáis desempeñando fielmente vuestro deber, os fortalecerá. Los ángeles de Dios sonreirán al ver vuestros esfuerzos, y os ayudarán.1TPI 343.2

    Cuando os sentís impacientes, con demasiada frecuencia pensáis que la causa está en vuestros hijos, y les echáis la culpa cuando no la merecen. En otras ocasiones, ellos podrían hacer las mismas cosas, y todo sería aceptable y correcto. Los niños conocen, notan y sienten estas irregularidades y ellos tampoco son siempre los mismos. A veces están más o menos preparados para arrostrar actitudes variables; y en otras ocasiones están nerviosos e intranquilos, y no pueden soportar la censura. Su espíritu se subleva en rebelión contra ella. Los padres quieren que se tenga en cuenta su estado mental, y sin embargo no siempre ven la necesidad de hacer las mismas concesiones a sus pobres hijos. Disculpan en sí mismos aquello que censurarían severamente si lo advirtieran en sus hijos, que no tienen tantos años de experiencia y disciplina.1TPI 343.3

    Algunos padres de temperamento nervioso, cuando están cansados por el trabajo y oprimidos por la congoja, no conservan la serenidad mental, sino que manifiestan hacia aquellos que debieran serles más preciosos en este mundo una irritación e intolerancia que desagradan a Dios y extienden una nube sobre la familia. Con tierna simpatía, debe calmarse a los niños en sus dificultades. La bondad y tolerancia mutuas harán del hogar un paraíso y atraerán a los ángeles santos al círculo de la familia.1TPI 344.1

    La madre puede y debe hacer mucho para dominar sus nervios y su ánimo cuando está deprimida. Aun cuando esté enferma, puede, si se educa a sí misma, manifestar una disposición agradable y alegre, y puede soportar más ruido de lo que una vez creyera posible. No debiera hacer sentir a los niños su propia flaqueza y nublar sus mentes jóvenes y sensibles por su propia depresión de espíritu, haciéndoles sentir que la casa es una tumba y que la alcoba de la madre es el lugar más lúgubre del mundo. La mente y los nervios se entonan y fortalecen por el ejercicio de la voluntad. En muchos casos, la fuerza de voluntad resultará ser un poderoso calmante de los nervios.1TPI 344.2

    No dejéis que vuestros hijos os vean con rostros ceñudos. Si ellos ceden a la tentación, y luego ven su error y se arrepienten de él, perdonadles tan generosamente como esperáis ser perdonados por vuestro Padre celestial. Instruidlos bondadosamente y ligadlos a vuestro corazón. Este es un tiempo crítico para los hijos. Los rodearán influencias tendientes a separarlos de vosotros, y debéis contrarrestarlas. Enseñadles a hacer de vosotros sus confidentes. Permitidles contaros sus pruebas y alegrías. Así los salvaréis de muchas trampas que Satanás ha preparado para sus pies inexpertos. No tratéis a vuestros hijos únicamente con severidad, olvidándoos de vuestra propia niñez, y olvidando que ellos no son sino niños. No esperéis de ellos que sean perfectos, ni tratéis de obligarlos a actuar como hombres y mujeres en seguida. Obrando así, cerraríais la puerta de acceso que de otra manera pudierais tener hacia ellos, y los impulsaríais a abrir la puerta a las influencias perjudiciales, que permitirían a otros envenenar sus mentes juveniles antes de advertir el peligro.1TPI 344.3

    Satanás y su hueste están haciendo arduos esfuerzos para desviar la mente de los niños, y éstos deben ser tratados con franqueza, ternura y amor cristianos. Esto os dará una poderosa influencia sobre ellos, y les hará sentir que pueden depositar una confianza ilimitada en vosotros. Rodead a vuestros hijos de los encantos del hogar y de vuestra compañía. Si lo hacéis, no tendrán mucho deseo de trabar relaciones con otros jóvenes. Satanás obra por medio de dichas relaciones, y trata de que las mentes ejerzan una mutua influencia corruptora. Esta es la manera más eficaz en que pueda trabajar. Los jóvenes tienen una influencia poderosa unos sobre otros. Su conversación no es siempre selecta y elevada. Oyen malas conversaciones que, si no se resisten con decisión, se alojan en el corazón, para arraigar allí, crecer hasta dar frutos y corromper las buenas costumbres. A causa de los males que imperan hoy en el mundo, y de la restricción que es necesario imponer a los hijos, los padres deben tener doble cuidado de ligarlos a sus corazones y de hacerles comprender que buscan su felicidad.1TPI 345.1

    Los padres no deben olvidar cuánto anhelaban en su niñez la manifestación de simpatía y amor, y cuán desgraciados se sentían cuando se les censuraba y reprendía con irritación. Deben rejuvenecer sus sentimientos, y transigir mentalmente para comprender las necesidades de sus hijos. Sin embargo, con firmeza mezclada de amor, deben exigirles obediencia. La palabra de los padres debe ser obedecida implícitamente.1TPI 345.2

    Los ángeles de Dios vigilan a los niños con el más profundo interés para ver qué carácter adquieren. Si Cristo tratase con nosotros como a menudo tratamos a los demás y a nuestros hijos, tropezaríamos y caeríamos de puro desaliento. Vi que Jesús conoce nuestras flaquezas, y ha experimentado lo mismo que nosotros en todo, menos en el pecado. Por lo tanto, nos ha preparado una senda adecuada a nuestra fuerza y capacidad, y como Jacob, ha andado suavemente y con serenidad con los niños según lo que ellos pudieran soportar, a fin de sostenernos por el consuelo de su compañía y servirnos de guía perpetuamente. El no desprecia, descuida ni deja atrás a los niños del rebaño. El no nos ha ordenado que avancemos y los dejemos. El no ha viajado tan apresuradamente como para dejarnos rezagados juntamente con nuestros hijos. ¡Oh, no; sino que ha emparejado la senda de la vida, aun para los niños! Y requiere que los padres, en su nombre, los conduzcan por el camino estrecho. Dios nos ha señalado una senda adecuada a la fuerza y capacidad de los niños. 1TPI 345.3

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