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Manuscritos Inéditos Tomo 3 (Contiene los manuscritos 162-209) - Contents
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    «Venid a mí”

    Texto: Mateo 11: 28-30: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga».3MI 68.5

    Por todas partes encontramos en nuestro mundo a personas oprimidas y desanimadas. Nuestro Salvador las ha invitado a acudir a él. Pero, ¿por qué no acceder a ello? La razón es que están separadas de Jesucristo. Si tan solo acudieran a él, encontrarían consuelo. Pero creer es difícil. Si ejerciéramos la fe, aceptaríamos la invitación y tomaríamos el yugo de Cristo. Pero, en vez de tomar el yugo de Cristo, muchos toman el suyo propio y, así, se encuentran en problemas.3MI 69.1

    La moda de esta época no ha de ser nuestra norma. En sus días, Cristo tuvo una obra que hacer de quebrantar los lazos que ataban a la gente al mundo. Así ha sido en todas las épocas. Satanás hace yugos y la gente los unce. Estos yugos son pesados, porque no se atienen a los requisitos de Dios ni a sus diez santos preceptos, pero es nuestro deber obedecer a Dios y llevar el yugo preparado por Dios.3MI 69.2

    Tenemos un enemigo, un oponente sagaz que nos presenta que el yugo de Cristo es difícil. Pretenderá que tendremos que rendir todo lo que nos pudiera dar placer, que al obedecer a Dios debemos renunciar a nuestra propia voluntad y someternos a leyes arbitrarias. Satanás se opone directamente a la obra transformadora que nos capacitaría para ser hijos de Dios y ser participantes de su bendición. Es nuestro deber amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestro espíritu a cambio de lo que ha hecho por nosotros. Es nuestro privilegio vivir los principios formulados en la Palabra de Dios. Si lo hiciéramos y pusiéramos en práctica las enseñanzas en nuestra familia, habría un orden de cosas diferente del que vemos ahora.3MI 69.3

    Sobre cada progenitor pesan grandes responsabilidades. Tienen el deber de educar a sus hijos y de criarlos en el temor de Dios. Los niños precisan transformación, y esta conllevará una labor constante por parte de los padres. Debe enseñarse a los niños a respetar y reverenciar a Dios, y esto supondrá un esfuerzo constante. Si se hiciera esto, veríamos más ternura de corazón combinada con todas las demás virtudes cristianas manifestadas en los hijos que nos han sido dados. Es preciso inculcar estas virtudes en nuestros hijos para que puedan estar capacitados para resistir las malas tendencias de esta época. Abraham fue fiel en la educación de sus hijos, y en esto complació a Dios.3MI 69.4

    Este deber no puede ser llevado a cabo con nuestra propia fuerza, pero nuestra ayuda está en Cristo, y oímos la invitación: «Venid a mí”. Ahora bien, la condición es acudir y someternos a las condiciones establecidas en su Palabra. No hemos de batallar por nuestros propios caminos, sino conformarnos a la voluntad de Dios. Estamos aquí como quienes son probados para la vida futura, para perfeccionar el carácter para la vida eterna. Debemos darnos cuenta de los méritos de Jesús y buscar ser como él, porque es nuestro modelo perfecto.3MI 69.5

    Es el privilegio de los padres inculcar en sus hijos los principios de Cristo, y, al obrar así, ellos mismos aprenden lecciones que los capacitarán para el cielo. Estas lecciones nos ayudarán a llevar el yugo de Cristo. Nos parecerá perfectamente fácil, y así podemos encontrar una puerta abierta al cielo, y emanará la luz e iluminará nuestra senda. Así, toda madre puede recibir ayuda para desempeñar fielmente su deber hacia sus hijos.3MI 70.1

    Cristo dice a continuación: «Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí”. Somos alumnos en la escuela de Cristo para aprender nuestro deber, y esto implica un deber de escudriñar diligentemente las Escrituras. En ellas Dios, a través de sus profetas, ha dado instrucción en cuanto a cómo garantizar la vida eterna. ¿Seremos indiferentes a esta instrucción? Entender la verdad requerirá esfuerzo por nuestra parte, pero podemos adquirir el conocimiento necesario con la ayuda de Cristo. Él murió por nosotros, aprecia todos nuestros esfuerzos y siempre está dispuesto para ayudar a los que luchan por alcanzar el necesario conocimiento.3MI 70.2

    He aquí la admonición: «Venid [...] y aprended de mí». ¡Qué difícil es entrar en la escuela de Cristo renunciando a nuestra voluntad y sometiéndonos a la voluntad de nuestro Padre celestial! Cristo conoce nuestra debilidad. Nos ha dado promesas para alentarnos a lo largo del camino, y siempre está dispuesto a sobrellevar nuestras cargas por nosotros si se las llevamos. En Cristo está toda la plenitud y el Padre lo ha reconocido como su Hijo, y en su bautismo se oyeron las palabras provenientes del cielo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mat. 3: 17). A través de Cristo podemos lograr acceso al Padre. La puerta del cielo está entreabierta, y la luz vendrá a nosotros como fue a Jesucristo, y podremos ser luces para el mundo. Debemos aprender humildad. Cuando esta lección sea aprendida plenamente, el yugo descansará fácilmente sobre nosotros.3MI 70.3

    La duda está en si somos aprendices en la escuela de Cristo. ¿Progresamos en la vida divina? ¿Estamos hoy más familiarizados con nuestro deber que en el pasado? ¿Estamos prestos para confesar a Cristo a nuestros semejantes? Si es así, estamos aprendiendo las lecciones requeridas, y, dado que Cristo conoce cada uno de nuestros pesares, está listo para prestar esa ayuda que necesitamos. Pero si nuestra vida no está en armonía con nuestro divino Maestro, entonces el yugo molesta. Si Cristo nos dice que acudamos a él con nuestras cargas, ¿por qué no acudir y hallar descanso en Cristo? Tenemos un cielo que ganar. Debemos santificarnos a través de la verdad y la obediencia.3MI 70.4

    Por otra parte, están nuestros hijos. Deben ser guardados a izquierda y derecha, porque las tentaciones los acosarán por todas partes, y precisan que se les enseñe a acudir a su Salvador en busca de ayuda divina. Edúquenlos a llevar el yugo de Cristo.3MI 71.1

    Es nuestro privilegio ser colaboradores de Cristo. Es una gran bendición estar así conectados con la Majestad del cielo. Se nos ordena salir del mundo y, si obedecemos, la promesa es que será un Padre para nosotros.3MI 71.2

    «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Cor. 7:1). Aquí se nos exhorta a mantenernos libres de la contaminación del mundo para ser partícipes del gozo del cielo. Esa herencia se medirá con la vida de Dios. Si recibimos la honra de este mundo, no podemos esperar recibir la honra del cielo. Necesitamos un firme asidero en el trono de Dios.3MI 71.3

    Nuestra única esperanza está en Cristo. Si rechazamos a la Estrella de la Luz, él nos rechazará. Si no hubiera realizado el sacrificio por nosotros, no habría habido esperanza alguna, y todo hijo de Adán habría quedado en la esclavitud del pecado. La cadena de oro que une la tierra y el cielo es para elevar al hombre y llevarlo a un plano más elevado, poniéndolo así en conexión con los rayos de luz del cielo. Así podemos ser hechos más preciosos, a la vista de Dios, que el oro de Ofir.3MI 71.4

    Ojalá pudiera yo llevar la mente de ustedes a la gloria futura y que pudiera grabar en cada uno el gran sacrificio que tuvo que hacerse para redimir al ser humano. A ustedes les toca decidir si disfrutarán de esta gloria. Para obtenerla, la voluntad debe ser puesta en sujeción a la voluntad de Cristo. Los rebeldes no pueden entrar en el cielo. Satanás fue el primero en rebelarse, y su obra es llevar a otros a desobedecer los mandatos de Jehová. Dios ha dado talentos a cada uno, y si descuidamos cultivarlos, fracasaremos y perderemos la vida eterna. Se ha hecho por nosotros todo lo que podía hacerse para elevarnos, y si fallamos en nuestra parte, entonces el sacrificio ha sido en vano en lo que a nosotros respecta. ¿Seremos pesados y hallados faltos? ¿O estaremos entre la multitud vestida de túnicas blancas? Esto dependerá del proceder de cada cual. Si estamos en el taller de Dios, él nos dará mayor belleza y nos pulirá, y seremos aptos para las mansiones celestiales.3MI 71.5

    ¡Oh, los incomparables encantos de nuestro amante Salvador! No hay nada en los tesoros terrenales. Basta recurrir al Calvario. Quiero que todos aceptemos la salvación ofrecida. Todos tenemos algo que hacer, y si acabamos victoriosos, gritaremos: «Digno, digno es el Cordero que fue inmolado por nosotros”.3MI 72.1

    ¿Quieren tener la vida eterna? Si es así, deben apartarse del placer del mundo. La maldad de esta época es tan grande como la de los días de Noé. Pero se halló un hombre que anduvo con Dios incluso en aquella generación criminal y perversa. Enoc mantuvo su mente centrada en Dios, y Dios no lo dejó, sino que finalmente se lo llevó de este mundo pecador. Este hombre fue representante de los que serán trasladados al cielo cuando Cristo venga a reunir a su pueblo. ¿Estamos preparados para la aparición de Cristo? ¿Hemos lavado nuestra ropa y la hemos limpiado en la sangre del Cordero?3MI 72.2

    Dios va en serio con nosotros y demanda todo el poder de nuestro ser. Necesitamos que el gran Médico nos sane. Necesitamos más del cielo y menos del yo. Debemos ser partícipes de la naturaleza divina. ¡Oh, qué amor ha sido manifestado por nosotros! El divino Hijo de Dios dejó el trono del cielo y dio su vida por nosotros, y por nuestro bien se hizo pobre. Vistió su divinidad de humanidad. Ahora, a cambio, ¿están ustedes dispuestos a negar el yo y seguir a su Salvador? ¡Oh, no desperdicien los pocos momentos que nos quedan buscando la honra del mundo y pierdan así la bendición preciosa de la vida eterna!.— Manuscrito 40, 1886, pp. 1-5 («Come Unto Me» [«Venid a mí»], sermón en Nimes, Francia, 17 de octubre de 1886).3MI 72.3

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