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Manuscritos Inéditos Tomo 3 (Contiene los manuscritos 162-209) - Contents
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    «La esperanza puesta delante de nosotros»

    Al pensar en el amor de Cristo, Juan fue llevado a exclamar: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios» (1 Juan 3: 1).3MI 93.2

    La gente piensa que es un privilegio ver a un personaje de la realeza, y miles recorren grandes distancias para ver a uno. ¡Cuánto mayor privilegio es ser hijos e hijas del Altísimo! ¿’Qué mayor privilegio podría conferírsenos que se nos dé entrada en la familia real?3MI 93.3

    Para llegar a ser hijos e hijas de Dios, debemos separarnos del mundo. «“Salid de en medio de ellos y apartaos”, dice el Señor, “[...] y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas”» (2 Cor. 6: 17, 18). Al separarnos del mundo, encontraremos dificultades por todas partes. Pero hay consuelo para nosotros: «Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es» (1 Juan 3: 2).3MI 93.4

    Hay un cielo ante nosotros, una corona de vida que ganar. Pero solo el vencedor recibe la recompensa. El que gane el cielo debe estar vestido con el manto de la justicia. «Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro» (1 Juan 3: 3). En el carácter de Cristo no había disonancia de ningún tipo. Y esta debe ser nuestra experiencia. Nuestra vida debe ser controlada por los principios que controlaron su vida.3MI 93.5

    ¿Mantenemos los ojos fijos en el Modelo perfecto, o bajamos la norma? Necesitamos la fe que obra por amor y purifica el corazón. Necesitamos llevar a Cristo a nuestro hogar. No podemos permitirnos vivir sin su ayuda. Èl dice: «Vosotros sois la luz del mundo” (Mat. 5: 14). Ha reunido a su pueblo como iglesia para poder enseñarlo a relegar el mundo y prepararse para el cielo. Vino a este mundo a levantar a los hombres y las mujeres de la degradación del pecado y a capacitarlos para el cielo. ¿Qué más podría haber hecho Dios por nosotros de lo que ha hecho? ¿Y cómo escaparemos si descuidamos una salvación tan grande?3MI 94.1

    El amor que Cristo ha demostrado por nosotros no tiene parangón. Murió para que pudiéramos tener vida eterna. Pero para obtener esta vida debemos obtener fuerza de la Fuente de toda fuerza. El camino de la salvación ha sido abierto ante nosotros. ¿No andaremos en la senda del deber? Muchos creen que Cristo está muy lejos, y que no puede oír cuando clamamos a él. Pero está cerca de nosotros, y está familiarizado con nuestras debilidades y nuestras necesidades. Deberíamos estudiar su vida más de cerca, y alcanzar un conocimiento más profundo de él y de lo que ha hecho por nosotros. Si somos sus representantes, debemos procurar ser como él.3MI 94.2

    Es preciso trabajar mientras es de día, y vigilar constantemente. Nuestro corazón debe estar imbuido con el amor de Cristo. Entonces podremos obedecer. Entonces estaremos preparados para alcanzar a los demás. Si Cristo está en nuestro corazón, revelaremos esto a aquellos a los que intentamos ayudar, y ellos serán atraídos a él.3MI 94.3

    Cristo ha de venir pronto por segunda vez. Deberíamos hablar de esto a menudo. Debería ser el pensamiento supremo de nuestra mente. Viene con poder y gran gloria, y todo ojo lo verá. Lo acompañarán todos los santos ángeles. De este grupo Juan escribe: «Miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. Su número era millones de millones» (Apoc. 5: 11).3MI 94.4

    Aún no ha sonado la trompeta. Los que han bajado a la tumba aún no han gritado: «¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?” (1 Cor. 15: 55). Los muertos justos aún no han sido arrebatados con los santos vivos para recibir a su Señor en el aire. Pero se acerca el tiempo en que las palabras pronunciadas por el apóstol Pablo hallarán su cumplimiento: «El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Entonces, los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4: 16, 17).3MI 94.5

    Para que seamos como el Salvador, debemos ser transformados. Ahora es el momento para que aportemos a la vida cotidiana las virtudes de la vida de Cristo. No tenemos tiempo que perder. Si fracasáramos en la edificación de nuestro carácter, perderemos la vida eterna. Debemos edificar sobre el fundamento verdadero. Si aportamos al fundamento un material representado por heno, madera y paja, nuestro edificio no soportará la prueba del juicio. Debemos hacer la obra de Cristo, y vigilar y orar constantemente. Entonces estaremos listos para su aparición, preparados para recibir la vida eterna.3MI 95.1

    Todos los que quieran pueden ser vencedores. Luchemos con fervor para alcanzar la norma puesta ante nosotros. Cristo conoce nuestra debilidad, y a él podemos acudir diariamente por ayuda. No es necesario que cobremos fuerza con un mes de antelación. Hemos de vencer día a día.3MI 95.2

    Esta tierra es el lugar de preparación para el cielo. El tiempo pasado aquí es el invierno del cristiano. Aquí los fríos vientos de la aflicción soplan sobre nosotros, y las olas de la angustia baten contra nosotros. Pero en el futuro cercano, cuando venga Cristo, acabarán para siempre la pena y los suspiros. Entonces será el verano del cristiano. Todas las pruebas habrán acabado, y ya no habrá enfermedad ni muerte. «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron” (Apoc. 21: 4).— Manuscrito 28, 1886, pp. 1-4 («The Hope Set Before Us» [La esperanza puesta delante de nosotros], sermón en Nimes, Francia, 24 de octubre de 1886).3MI 95.3

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