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Manuscritos Inéditos Tomo 3 (Contiene los manuscritos 162-209) - Contents
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    Escudriñar las Escrituras

    Texto: «Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones. Pero ante todo entended que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1: 19-21).3MI 81.3

    Vemos y percibimos la importancia de que cada uno tenga una comprensión de las Escrituras. Puede que haya quienes nos cuenten las cosas contenidas en la Palabra de Dios, pero eso no satisfará los requisitos. Debemos escudriñar las Escrituras por nosotros mismos. Hay puntos especiales que debemos entender como pertinentes a nuestra propia época. Vivimos en una era de error y herejía por doquier. Cristo nos dijo que «se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si es posible, aun a los escogidos” (Mat. 24: 24). Estos maestros de los que habló Cristo vendrán con piel de cordero, y engañarán a la gente con sus herejías, y esto lo veremos de forma creciente conforme nos vayamos acercando al fin. En consecuencia, es de gran necesidad que escudriñemos las Escrituras por nosotros mismos y aprendamos su contenido.3MI 82.1

    Nuestro texto nos dice que tenemos algo seguro, y es las Escrituras que nos son reveladas, y esta es la voz de Dios que nos habla. Puede que venga alguien que diga que tiene la verdad, y tales maestros se multiplicarán, pero no debemos aceptar su palabra al respecto. Debemos acudir directamente a la Palabra. Los sentimientos no deberían ser nuestro guía. Se requiere la sencilla declaración de la Palabra. «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Tim. 3: 16, 17).3MI 82.2

    No podría cometerse mayor error que aceptar la voz del hombre. Los que no quieren oír la verdad cuando desbarata sus teorías favoritas a menudo se sitúan fuera del alcance auditivo cuando deberían ser precisamente los primeros en oír. Hoy pasa igual que en los días de Cristo. Los fariseos hicieron entonces oídos sordos a las instrucciones del divino Maestro. Pero es nuestro deber y privilegio ser alumnos en la escuela de Cristo. Queremos aprender de Aquel que es humilde y manso de corazón, que dijo: «Venid a mí [...] y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mat. 11:28-30).3MI 82.3

    Todos deberían percibir que son responsables ante Dios. Hay grandes intereses en juego. Cambiará mucho las cosas que andemos en condenación o no. Cuando caminamos de forma contraria a la Palabra de Dios, suscitamos la rebelión y, así, traemos sobre nosotros el desagrado divino. Cuando Cristo venga, queremos ser hallados del lado de los leales y fieles. Que el mundo entero se opusiera a la ley de Dios no debería cambiar nada para nosotros.3MI 82.4

    En la época del diluvio casi todos los habitantes del mundo cre- yeron que tenían razón y que Noé se equivocaba. Afirmaron que sabían más que aquel fiel siervo de Dios, y, así, cerraron sus oídos a las palabras de verdad, y las tinieblas se cernieron sobre ellos. Hubo entonces quienes, como hoy, desestiman la verdad por la falsa ciencia. Tildaron a Noé de fanático. Explicaron a la gente la insensatez de la afirmación de Noé de que caería la lluvia sobre la tierra cuando jamás había existido señal alguna de tal cosa. El mensaje de Dios había de llegar a ellos por medio de Noé, pero se rieron y mofaron de sus palabras, y dijeron: ¿No habla en parábolas? Pero su creencia no impidió el diluvio, y bebieron por fin las aguas que cubrieron la tierra. No queremos ser como ellos.3MI 83.1

    Cuando Cristo efectuó su primer advenimiento se manifestó la misma incredulidad, y siempre ha sido igual: que la incredulidad rechaza la verdad misma que es necesaria para la salvación [de los seres humanos]. «La fe viene por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios» (Rom. 10: 17). Debemos alentar la fe y abandonar la incredulidad, porque es una barrera para nuestra prosperidad espiritual. Debemos escuchar el mensaje del tercer ángel. Este mensaje es oportuno ahora y nos presenta una verdad presente. Por lo tanto, debemos escudriñar las Escrituras y dejar de lado nuestra opinión, y ser gobernados por las enseñanzas de la Biblia. Es preciso que busquemos a Dios en oración para que no seamos engañados, porque es asunto de gran trascendencia que echemos mano de la verdad.3MI 83.2

    Ha de haber un ángel fuerte que ayude al tercer ángel en su labor. Toda la tierra ha de ser alumbrada con su gloria. La proclamación presentada representa a un pueblo que grita las mismas palabras. La entrada de Cristo en Jerusalén a lomos de un pollino cuando la gente clamaba «¡Hosana al Hijo de David!» (Mat. 21: 15) fue un cumplimiento de la profecía. Los fariseos se preocuparon al ver la atención que se prestaba al Hijo de Dios. Su entendimiento estaba tan embotado que no pudieron ver en este acto mismo el cumplimiento de la profecía, y algunos fariseos dijeron: «“Maestro, reprende a tus discípulos”. Él, respondiendo, les dijo: “Os digo que si estos callaran las piedras clamarían”» (Luc. 19: 39, 40). Dios mostró a Juan en visión la obra del futuro. Estas verdades que ahora son oportunas fueron presentadas a su mente mientras el apóstol estaba en la isla de Patmos, y ningún hombre puede detener la proclamación, como tampoco podrían detener las voces de los que gritaban: «¡Hosana al Hijo de David!».3MI 83.3

    No debemos desanimarnos de que haya solo algunos que crean en la verdad presente. A Cristo no lo siguen grandes multitudes. En respuesta a la pregunta «¿Son pocos los que se salvan?”, la respuesta fue: «Esforzaos a entrar por la puerta angosta, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán» (Luc. 13: 23, 24). «Angosta es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mat. 7: 14). Ahora vemos solo a algunos que tienen consideración por los mandamientos de Dios, y los que no ensalcen la cruz tras tener un conocimiento de su deber encontrarán finalmente su destrucción. No deberíamos torcer a izquierda ni derecha, porque, si lo hacemos, encontraremos un surtido de fábulas en lugar de la verdad.3MI 84.1

    El mundo entero pereció en el diluvio. En la destrucción de So- doma solo se salvaron tres, pero tuvieron el aviso. No debemos seguir a la mayoría, porque si lo hacemos no veremos el cielo. Daniel y sus tres compañeros estaban solos; no obstante, no quisieron ceder a la influencia que los rodeaba. Daniel se había propuesto en su corazón no participar de la porción asignada. Por fin llegó la prueba. Pero cuando los principales hombres del reino conspiraron contra Daniel, él no pudo ser apartado de Dios. Oró con tanta firmeza como antes, con la ventana abierta hacia Jerusalén, y demostró a sus enemigos que no era ningún cobarde, porque había aprendido a depender de Dios. Daniel no intentó salvar su vida. «Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mat. 16: 25).3MI 84.2

    Ahora queremos que todos calculen los gastos, no por impulso, sino que escudriñen las Escrituras y aprendan su deber. Deberíamos cavar hondo para obtener las preciosas joyas que pueden encontrarse en la Palabra de Dios. Cristo dice que «el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo” (Mat. 13: 44). Todo debería ser secundario en comparación con la Sagrada Escritura.3MI 84.3

    Somos peregrinos en busca de un país mejor, de una ciudad cuyo Arquitecto y Constructor es Dios. ¿Es el cielo el tema de nuestra conversación? ¿Nos preparamos para recibir a la Majestad del cielo cuando venga con todos sus santos ángeles a resucitar a los muertos justos y a trasladar a los vivos justos al cielo? Satanás intentará ofuscar nuestra mente sobre este importante asunto. Pero debemos vivir de tal manera que podamos decir, como Pablo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (2 Tim. 4: 7).3MI 84.4

    Aumentemos nuestra fe y aferrémonos estrechamente de nuestro divino Señor, porque Satanás se opondrá. Pero deberíamos regocijarnos con el pensamiento de que los ángeles del cielo son enviados a fortalecernos y no tenemos que librar nuestras batallas solos. Y si tenemos estos mensajeros celestiales con nosotros, aunque lleguen las pruebas realmente, nos sentiremos como Pablo cuando dijo: «Pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Cor. 4: 17).3MI 85.1

    Debemos aprender a depender de los principios de la Palabra de Dios. «¡A la ley y al testimonio!” (Isa. 8: 20). Necesitamos el Espíritu de Dios para que nos ilumine. «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Apoc. 3: 20). Queremos dejar que el Salvador entre en nuestro corazón, darle nuestro mejores afectos y dejar que prosiga la obra de santificación y purificación del corazón, y entonces veremos al Rey en su belleza. Dependamos de Dios y démonos cuenta del gran sacrificio que se hizo por nosotros y llevaremos la corona toda una eternidad sin fin.— Manuscrito 43, 1886, pp. 1-5 («Search the Scriptures» [Escudriñar las Escrituras], sermón en Nimes, Francia, 21 de octubre de 1886).3MI 85.2

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