Capítulo 25—La tolerancia entre los hermanos
Si, después que uno ha hecho lo mejor que pueda según su criterio, otro piensa que puede ver algún detalle donde podría haber mejorado el asunto, debe dar a su hermano con bondad y paciencia el beneficio de su juicio, pero no debe censurarle ni poner en duda su integridad de propósito, como no quisiera él tampoco que se sospechara de él o se le censurara injustamente. Si el hermano que toma a pecho la causa de Dios ve que, en sus fervorosos esfuerzos para obrar ha sufrido un fracaso, se afligirá por ello; porque estará inclinado a recelar de sí mismo y a perder la confianza en su propio juicio. Nada debilitará tanto su valor y virilidad divinos como el darse cuenta de sus errores en la obra que Dios le señaló, obra que él ama más que su propia vida. Cuán injusto sería entonces, de parte de sus hermanos, al descubrir sus errores, hundir más y más la espina en su corazón, producirle dolor más intenso cuando, con cada golpe que le asestan, están debilitando su fe y valor y su confianza en sí mismo para trabajar con éxito en la edificación de la causa de Dios.3TS 123.1
Con frecuencia la verdad y los hechos deben ser presentados claramente a los que yerran para hacerles ver y sentir su error a fin de que se reformen. Pero esto debe hacerse siempre con ternura compasiva, no con dureza o severidad, sino considerando uno mismo sus propias debilidades, no sea que él también resulte tentado. Cuando el que cometió la falta vea y reconozca su error, en vez de agraviarle y tratar de hacérsela sentir más hondamente, debe consolársele. Cristo dijo en su sermón del monte: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir.” Nuestro Salvador reprendió los juicios precipitados. “¿Por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano,” “y he aquí la viga en tu ojo?” Sucede con frecuencia que mientras uno está presto para discernir los errores de sus hermanos, puede hallarse en mayores faltas él mismo y, sin embargo, no verlo.3TS 123.2
Todos los que seguimos a Cristo debemos tratarnos unos a otros exactamente como deseamos que el Señor nos trate en nuestros errores y debilidades, porque todos erramos y necesitamos su compasión y perdón. Jesús consintió en revestirse de la naturaleza humana, para que pudiese saber cómo compadecerse de los mortales pecaminosos y errantes y cómo interceder ante su Padre en favor de ellos. Se ofreció para ser el abogado del hombre, y se humilló para familiarizarse con las tentaciones que asedian al hombre, a fin de que pudiese socorrer a los que son tentados, y ser un tierno y fiel sumo sacerdote.3TS 124.1
Con frecuencia es necesario reprender claramente el pecado y el mal. Pero los ministros que trabajan por la salvación de sus semejantes no deben ser implacables con los errores de unos y otros, ni hacer prominentes los defectos en sus organizaciones. No deben exponer o reprender sus debilidades. Deben averiguar si una conducta tal, seguida por otro hacia ellos mismos, produciría el efecto deseado; ¿aumentaría su amor por el que diese prominencia a sus errores o acrecentaría su confianza en él? Especialmente los errores de los ministros dedicados a la obra de Dios deben ser mantenidos en un círculo tan pequeño como sea posible, porque son muchos los débiles que se aprovecharían del saber que los que ministran en palabra y doctrina tienen debilidades como los otros hombres. Y es algo muy cruel que las faltas de un ministro sean expuestas a los incrédulos si ese ministro es tenido por digno de trabajar en lo futuro por la salvación de las almas. Ningún bien puede provenir de esta exposición, sino solamente daño. Al Señor le desagrada esta conducta, porque socava la confianza del pueblo en aquellos a quienes él acepta para llevar a cabo su obra. El carácter de todo colaborador debe ser guardado celosamente por sus hermanos en el ministerio. Dios dice: “No toquéis ... a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas.” Debe cultivarse el amor y la confianza. La falta de este amor y confianza de un ministro hacia otro, no aumenta la felicidad del que es así deficiente, sino que al mismo tiempo que hace a su hermano desdichado, él mismo es desdichado. Hay en el amor mayor poder que en la censura. El amor se abrirá paso a través de las vallas, mientras que la censura cerrará toda avenida de acceso al alma. 3TS 124.2
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Me parece que el Señor está dirigiendo a los que yerran, a los débiles y temblorosos, y aun a aquellos que han apostatado de la verdad, un llamado especial a venir de lleno al redil. Pero son tan sólo pocos, en nuestras iglesias, los que piensan que tal es el caso. Y son aun menos los que se hallan en situación de ayudar a los tales. Son más los que estorban directamente a estas pobres almas. Muchísimos tienen un espíritu exigente. Requieren que cumplan con tales y cuales condiciones antes de extenderles la mano de ayuda. Los mantienen a la distancia de su brazo. No han aprendido que tienen un deber especial de ir y buscar a esas ovejas perdidas. No deben esperar hasta que ellas vengan a ellos. Leed la conmovedora parábola de la oveja perdida.—Testimonies for the Church 2:20, 21.3TS 125.1