Capítulo 26—Últimos años del ministerio de Pablo
En la lista de cuantos trabajaron y sufrieron por causa de Jesús, no hay nombre más brillante e ilustre que el de Pablo, el apóstol de los gentiles. El amor de Jesús inflamó su corazón y le hizo olvidarse de sí mismo con plena abnegación. Había visto a Cristo resucitado, y la imagen del Salvador impresa en su alma resplandecía en su conducta. Con fe, valor y fortaleza no intimidados por el peligro ni entorpecidos por los obstáculos, proseguía su camino de tierra en tierra, difundiendo entre las gentes el conocimiento de la cruz redentora.2TS 153.1
Mientras batallaba contra la oposición e impelía con infatigable celo la obra evangélica, había de llevar Pablo sobre su alma una pesada carga por todas las iglesias. Al enterarse de los procedimientos empleados para entorpecer su obra, pasaba muchas noches en vela, orando y meditando. Cuando tenía ocasión y las circunstancias lo demandaban, escribía a las iglesias reconviniéndolas, aconsejándolas, amonestándolas y alentándolas. En estas epístolas no se detiene el apóstol en sus propias tribulaciones, aunque de cuando en cuando deja entrever sus trabajos y sufrimientos por la causa de Cristo. Azotes, cárceles, frío, hambre, sed, peligros por mar y tierra, en la ciudad y en el yermo, de sus compatriotas, de los paganos y de falsos hermanos; todo esto sufrió por la causa del evangelio. Fué infamado, envilecido y se le miró como “la hez del mundo y el desecho de todo.” Estuvo perplejo, perseguido, conturbado por todas partes, en peligro a todas horas y “siempre entregado a la muerte por Jesús.”2TS 153.2
El intrépido apóstol casi se descorazonaba a veces entre la constante borrasca de la oposición, el clamor de los enemigos y el abandono de los amigos. Pero volvía la vista hacia el Calvario, y con nuevo ardor proseguía difundiendo el conocimiento del Crucificado. Iba hollando el ensangrentado sendero que Cristo había hollado antes que él. No quería desentenderse de la pelea hasta que hubiese de depositar su armadura a los pies de su Redentor.2TS 154.1
Durante su estada en Corinto tuvo Pablo tiempo de vislumbrar nuevos y más dilatados campos de servicio. Pensaba especialmente en su anhelado viaje a Roma. Una de sus más caras esperanzas y acariciados planes era ver firmemente establecida la fe cristiana en la gran capital del mundo conocido. Ya había en Roma una iglesia, y el apóstol deseaba obtener la cooperación de los fieles de allí para la obra que había de hacerse en Italia y otros países. A fin de preparar su labor entre aquellos hermanos, muchos de los cuales le eran todavía desconocidos, les escribió una epístola anunciándoles su propósito de visitar a Roma y su esperanza de enarbolar el estandarte de la cruz en España. Pero primero debía visitar otra vez a Jerusalén.2TS 154.2
Nunca como entonces se había acercado el apóstol a Jerusalén con tan entristecido corazón. Sabía que iba a encontrar pocos amigos y muchos enemigos. La misma ciega cólera que un tiempo inflamara su corazón, encendía ahora con indecible intensidad el corazón de todo un pueblo contra él. Mas a pesar de su desaliento no desesperó el apóstol. Confiaba en que la misma voz que le había hablado al corazón, hablaría también al corazón de sus compatriotas.2TS 154.3
El Señor se le había aparecido a Pablo, revelándole que debía ir a Jerusalén, donde le prenderían para sufrir por su nombre. Así sucedió. Mientras estaba en el templo, fué reconocido por algunos judíos de Asia, que se precipitaron sobre él con demoníaca furia, gritanto: “Varones israelitas, ayudad: Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, y la ley, y este lugar.” Y cuando el pueblo acudió a prestar ayuda, agravaron la acusación, diciendo: “Y además de esto ha metido gentiles en el templo, y ha contaminado este lugar santo.”2TS 154.4
Según la ley judaica, era un crimen punible de muerte que un incircunciso penetrara en los atrios interiores del edificio sagrado. A Pablo le habían visto en la ciudad en compañía de Trófimo de Efeso, y suponían que Pablo había metido a éste en el templo. Pero no había hecho tal cosa; y como Pablo era judío no violaba la ley al entrar en el templo. No obstante ser de todo punto falsa la acusación, sirvió para excitar los prejuicios populares. Al propalarse los gritos por los atrios del templo, la gente allí reunida fué presa de salvaje excitación. La noticia cundió rápidamente por Jerusalén y “toda la ciudad se alborotó, y agolpóse el pueblo.”2TS 155.1
“Y procurando ellos matarle, fué dado aviso al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada.” Claudio Lisias conocía muy bien a los levantiscos elementos con los cuales tenía que tratar, y “tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos. Y ellos como vieron al tribuno y a los soldados, cesaron de herir a Pablo.”2TS 155.2
Ignorante de la causa del tumulto, pero en vista de que la furia de la multitud se dirigía contra Pablo, el tribuno romano se figuró que era cierto sedicioso egipcio de quien había oído hablar, y no habían logrado prender. Por lo tanto, “le prendió, y le mandó atar con dos cadenas; y preguntó quién era, y qué había hecho.” En seguida se levantaron muchas voces en clamorosa y colérica acusación.2TS 155.3
El apóstol se mantenía tranquilo y dueño de sí en medio del tumulto. Su mente estaba fija en Dios, y sabía que le rodeaban los ángeles del cielo. No quería dejar el templo sin hacer un esfuerzo para proclamar la verdad ante sus compatriotas, y cuando iban a conducirle al castillo, le dijo al tribuno: “¿Me será lícito hablarte algo?” Lisias replicó: “¿Sabes griego? ¿No eres tú aquel egipcio que levantaste una sedición antes de estos días, y sacaste al desierto cuatro mil hombres salteadores?” Entonces repuso Pablo: “Yo de cierto soy hombre judío, ciudadano de Tarso, ciudad no obscura de Cilicia: empero ruégote que me permitas que hable al pueblo.”2TS 156.1
Concedido el permiso, “Pablo, estando en pie en las gradas, hizo señal con la mano al pueblo.” El ademán del apóstol atrajo la atención del gentío, y su porte inspiraba respeto. “Y hecho grande silencio, habló en lengua hebrea, diciendo: Varones hermanos y padres, oid la razón que ahora os doy.”2TS 156.2
El relato de sus experiencias fué acompañado de tan convincente poder, que parecía enternecer y rendir los corazones del concurso. La gente escuchaba con mucha atención; pero cuando Pablo llegó en su relato al punto en que dijo que Dios le había escogido por embajador de Cristo a los gentiles, volvió a estallar la furia del pueblo; pues, acostumbrados a considerarse como único pueblo favorecido por Dios, no querían consentir que los menospreciados gentiles participasen de los privilegios que hasta entonces tuvieron por exclusivamente suyos, y levantando sus voces sobre la del orador, gritaron: “Quita de la tierra a un tal hombre, porque no conviene que viva.”2TS 156.3
“Y dando ellos voces, y arrojando sus ropas y echando polvo al aire, mandó el tribuno que le llevasen a la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él.2TS 157.1
“Y como le ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar a un hombre romano sin ser condenado? Y como el centurión oyó esto, fué y dió aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? porque este hombre es romano. Y viniendo el tribuno, le dijo: Dime, ¿eres tú romano? Y él dijo: Sí. Y respondió el tribuno: Yo con grande suma alcancé esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo: Pero yo lo soy de nacimiento. Así que, luego se apartaron de él los que le habían de atormentar: y aun el tribuno también tuvo temor, entendido que era romano, por haberle atado.2TS 157.2
“Y al día siguiente, queriendo saber de cierto la causa por qué era acusado de los judíos, le soltó de las prisiones, y mandó venir a los príncipes de los sacerdotes, y a todo su concilio: y sacando a Pablo, le presentó delante de ellos.”2TS 157.3
El apóstol iba ahora a ser juzgado por el mismo tribunal del que había formado parte antes de su conversión. Ante los magistrados judíos compareció con tranquilo aspecto y su semblante denotaba la paz de Cristo.2TS 157.4
“Entonces Pablo, sabiendo que la una parte era de saduceos, y la otra de fariseos, clamó en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo: de la esperanza y de la resurrección de los muertos soy yo juzgado. Y como hubo dicho esto, fué hecha disensión entre los fariseos y los saduceos; y la multitud fué dividida.” Los dos partidos empezaron a disputar entre sí; y de este modo se quebrantó su oposición contra Pablo. “Los escribas de la parte de los fariseos, contendían diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si espíritu le ha hablado, o ángel, no resistamos a Dios.”2TS 157.5
En la confusión que siguió a esto, los saduceos se esforzaban en apoderarse del apóstol para matarlo, y los fariseos luchaban con todo ardor por protegerlo. “El tribuno, teniendo temor de que Pablo fuese despedazado de ellos, mandó venir soldados, y arrebatarle de en medio de ellos, y llevarle a la fortaleza.”2TS 158.1
Después, reflexionando sobre las arduas experiencias de aquel día, receló Pablo de que su conducta no hubiese sido agradable a Dios. ¿Acaso se había equivocado al visitar a Jerusalén? La causa de Cristo estaba muy cerca del corazón de Pablo, y con profunda ansiedad pensaba en los peligros de las diseminadas iglesias, expuestas a las persecuciones de hombres tales como los que había encontrado en el concilio del Sanedrín. Angustiado y desconsolado, lloró y oró.2TS 158.2
En aquella tenebrosa hora no echó en olvido el Señor a su siervo. Le había librado de las turbas asesinas en los atrios del templo. Estuvo con él ante el concilio del Sanedrín. Estaba con él en la fortaleza; y se reveló a su fiel testigo en respuesta a las fervorosas oraciones en súplica de dirección. “Y la noche siguiente, presentándosele el Señor, le dijo: Confía, Pablo; que como has testificado de mí en Jerusalén, así es menester testifiques también en Roma.”2TS 158.3
Pablo deseaba desde hacía mucho tiempo visitar a Roma. Anhelaba testificar por Cristo allí; pero pensaba que la enemistad de los judíos había frustrado su propósito. Poco se figuraba, aun ahora, que iría en calidad de preso. Aunque Pablo estuvo largo tiempo en prisiones, el Señor llevó adelante su obra valiéndose de él. Sus ataduras habían de ser el medio de difundir el conocimiento de Cristo y así glorificar a Dios. Según le trasladaban de ciudad a ciudad a causa de su proceso, exponía el testimonio de Jesús y los interesantes incidentes de su conversión ante reyes y gobernadores, para que no alegasen ignorancia respecto de Jesús. Quedaron cautivados por sus argumentos, y mientras predicaba a Jesús y relataba sus experiencias con celo y virtud del Espíritu Santo, convencíales de que Jesús era el Hijo de Dios. Mientras le escuchaban admirados, uno de ellos exclamó: “Por poco me persuades a ser cristiano.” Sin embargo, la mayor parte de quienes oían la defensa de Pablo, pensaron que más adelante podrían reflexionar sobre lo que habían oído. Satanás se aprovechó del aplazamiento; y como ellos desperdiciaron la ocasión cuando sus corazones estaban enternecidos, la perdieron para siempre. Se les endureció el corazón.2TS 158.4
Cansado de la lucha, el activo espíritu de Pablo apenas podía soportar los repetidos aplazamientos y suspensiones de su causa y prisión. Por lo tanto, resolvió ejercer su derecho de ciudadano romano, de apelar a César, y los magistrados romanos no tuvieron más remedio que enviarlo a Roma.2TS 159.1