Capítulo 32—La reforma en Alemania
- Prefacio
- Sumario
- Capítulo 1—Introducción: el espíritu de profecía
- Capítulo 2—La caída de Satanás
- Capítulo 3—La creación
- Capítulo 4—Consecuencias de la rebelión
-
- Capítulo 6—El plan de salvación
- Capítulo 7—El primer advenimiento de Cristo
- Capítulo 8—Días de conflicto
- Capítulo 9—La transfiguración
- Capítulo 10—La traición
- Capítulo 11—El juicio
- Capítulo 12—La crucifixión
- Capítulo 13—La resurrección
- Capítulo 14—La ascensión.
- Capítulo 15—El día de Pentecostés.
- Capítulo 16—Curación del cojo
- Capítulo 17—Lealtad a Dios bajo la persecución
- Capítulo 18—Ordenación evangélica
- Capítulo 19—Muerte de Esteban
- Capítulo 20—El evangelio en Samaria
- Capítulo 21—Conversión de Saulo
- Capítulo 22—Primer ministerio de Pablo
- Capítulo 23—Un indagador de la verdad
- Capítulo 24—Pedro librado de la cárcel
- Capítulo 25—El mensaje evangélico a los gentiles
- Capítulo 26—Últimos años del ministerio de Pablo
- Capítulo 27—En Roma
- Capítulo 28—Pablo ante Nerón
- Capítulo 29—Martirio de Pablo y Pedro
- Capítulo 30—La persecución
- Capítulo 31—El misterio de iniquidad
- Capítulo 32—La reforma en Alemania
-
- Capítulo 34—Alianza entre la iglesia y el mundo
- Capítulo 35—Guillermo Miller
- Capítulo 36—El mensaje del primer ángel
- Capítulo 37—El mensaje del segundo ángel
- Capítulo 38—El santuario
- Capítulo 39—El mensaje del tercer ángel
- Capítulo 40—El espiritismo
- Capítulo 41—¿Es el hombre inmortal?
- Capítulo 42—El fuerte clamor
- Capítulo 43—Terminación del tercer mensaje
- Capítulo 44—El tiempo de angustia
- Capítulo 45—Liberación de los santos
- Capítulo 46—La recompensa de los santos
- Capítulo 47—La tierra desolada
- Capítulo 48—La segunda resurrección
- Capítulo 49—El fin de la controversia
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Capítulo 32—La reforma en Alemania
A pesar de la persecución contra los santos, se levantaban por doquiera vivos testigos de la verdad de Dios. Los ángeles del Señor efectuaban la obra que se les había confiado. Por los más obscuros lugares buscaban y elegían, sacándolos de las tinieblas, a los varones de honrado corazón, que estaban sumidos en el error y que, sin embargo, como Saulo, eran llamados por Dios para ser escogidos mensajeros de su verdad, que levantaran la voz contra los pecados del que decía ser su pueblo.2TS 182.1
Los ángeles de Dios movieron el corazón de Martín Lutero, Melancton y otros en diversos lugares, despertándoles la sed del viviente testimonio de la Palabra de Dios. El enemigo había irrumpido como una inundación y era preciso levantar bandera contra él. Lutero fué escogido para arrostrar la tormenta alzándose contra las iras de una iglesia degenerada, y así fortalecer a los pocos que permanecían fieles a su santa profesión. Había hecho lo posible por obtener el favor divino mediante las obras, pero no quedó satisfecho hasta que un resplandor de la luz del cielo disipó las tinieblas de su mente y le condujo a confiar, no en las obras, sino en los méritos de la sangre de Cristo. Entonces pudo dirigirse personalmente a Dios, por el único medio de Jesucristo y no por intermedio de papas ni confesores.2TS 182.2
¡Oh, y cuán valiosa fué para Lutero esta nueva y refulgente luz que había alboreado en su entenebrecido entendimiento, y disipado su superstición! La estimaba en más que todos los tesoros del mundo. La Palabra de Dios era nueva para él. Todo lo veía de distinto modo. El libro que había temido por no poder hallar belleza en él, era ahora para él la vida eterna, su gozo, su consuelo y su bendito instructor. Nada podría inducirle a desistir de su estudio. Había tenido temor de la muerte; pero al leer la palabra de Dios, se desvanecieron sus terrores, y admiró el carácter de Dios y le amó. Escudriñó por sí mismo la Biblia y se regocijó en los preciosos tesoros en ella contenidos. Después la escudriñó para la iglesia. Le indignaban los pecados de aquellos en quienes había confiado para salvarse, y al ver a muchos otros envueltos en las mismas tinieblas que a él le habían ofuscado, buscó anhelosamente la ocasión de mostrarles el Cordero de Dios, el único que quita el pecado del mundo.2TS 182.3
Alzando su voz contra los errores y pecados de la iglesia papal, procuró ardientemente quebrantar la cadena de tinieblas que ataba a millares de personas, y las movía a confiar en las obras para su salvación. Anhelaba poder representar a sus entendimientos las verdaderas riquezas de la gracia de Dios y la excelencia de la salvación obtenida por medio de Jesucristo. En el poder del Espíritu Santo clamó contra los pecados de los dirigentes de la iglesia, y no desmayó su valor al tropezar con la borrascosa oposición de los sacerdotes, porque confiaba firmemente en el fuerte brazo de Dios y esperaba seguro que él le diera la victoria. Al estrechar más y más la batalla, recrudecía la cólera del clero romano contra él. Los clérigos no querían reformarse. Preferían que los dejasen en sus comodidades, en sus livianos y libertinos placeres, en su perversidad. También deseaban mantener a la iglesia en tinieblas.2TS 183.1
Lutero era vehemente, celoso, intrépido y resuelto en la reprobación de los pecados y la defensa de la verdad. No le importaban los demonios ni los malvados, pues sabía que estaba asistido por Quien puede más que todos ellos. Era valiente, celoso y osado, y hasta a veces arriesgaba llegar al exceso; pero Dios levantó a Melancton, cuyo carácter era diametralmente opuesto, para que ayudase a Lutero en la obra de la Reforma. Melancton era tímido, temeroso, precavido y pacientísimo. Dios le amaba grandemente. Conocía muy bien las Escrituras y tenía excelente y perspicaz criterio. Su amor a la causa de Dios igualaba al de Lutero. El Señor unió los corazones de estos dos hombres, y fueron amigos inseparables. Lutero ayudaba poderosamente a Melancton cuando éste temía y era tardo en sus pasos, y Melancton le servía de mucho a Lutero cuando éste intentaba precipitar los suyos. Las previsoras precauciones de Melancton evitaron muchas dificultades con que hubiese tropezado la causa si la obra estuviera en las solas manos de Lutero, mientras que otras veces la obra no hubiera prosperado si tan sólo la dirigiese Melancton.2TS 183.2
Los escritos de Lutero tenían tan favorable acogida en la ciudad como en la aldea. Por las noches, los maestros rurales los leían a los pequeños grupos reunidos junto a la chimenea. A cada esfuerzo se iban convenciendo de la verdad algunas almas, las cuales, al recibir gozosamente la palabra, iban a su vez a comunicar a otros la buena nueva.2TS 184.1
Cuando se encendió la persecución contra los instructores de la verdad, siguieron el consejo dado por Cristo: “Cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra.” 1Mateo 10:23. La luz penetraba por doquiera. En alguna parte hallaban abierta los fugitivos una hospitalaria puerta, y allí aposentados predicaban a Cristo, a veces en la iglesia, y si se les negaba este privilegio, en casas particulares o al aire libre. Doquiera encontraban oyentes, allí estaba su consagrado templo. La verdad proclamada con tal energía y convencimiento se propagaba con irresistible fuerza.2TS 184.2
En vano la autoridad eclesiástica apoyada por la civil intentó aplastar la herejía. En vano recurrieron a las cárceles, tormentos, hogueras y espadas. Millares de creyentes sellaron su fe con su sangre, y sin embargo, prosperaba la obra. La persecución sólo servía para difundir la verdad, y el fanatismo que Satanás había procurado entremezclar con ella, esclarecía el contraste entre la obra de Satanás y la de Dios.2TS 185.1