El tema de la inmortalidad
Un día escuché una conversación entre mi madre y una hermana, con referencia a un discurso que recientemente habían oído sobre que el alma no es inmortal por naturaleza. Repetían algunos de los textos que el pastor había aducido en prueba de su afirmación. Entre ellos recuerdo los siguientes, que me impresionaron hondamente: “El alma que pecare, esa morirá.” Ezequiel 18:4. “Los que viven saben que han de morir: mas los muertos nada saben.” Eclesiastés 9:5. “La cual a su tiempo mostrará el Bienaventurado y solo Poderoso, Rey de reyes, y Señor de señores; quien sólo tiene inmortalidad.” 1 Timoteo 6:15, 16. “A los que perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, la vida eterna.” Romanos 2:7.1TS 39.1
Y oí a mi madre que decía, en comentario de este último pasaje:1TS 39.2
—¿Por qué habrían de buscar lo que ya tienen?1TS 39.3
Escuché estas nuevas ideas con intenso y doloroso interés. Cuando estuve a solas con mi madre, le pregunté si verdaderamente creía que el alma no era inmortal. Me respondió que a su parecer temía que hubiésemos estado errando en aquella cuestión, lo mismo que en varias otras.1TS 39.4
—Pero, mamá—repuse yo,—¿de veras crees tú que las almas duermen en el sepulcro hasta la resurrección? ¿Piensas tú que cuando un cristiano muere no va inmediatamente al cielo ni el pecador al infierno?1TS 39.5
—La Biblia no contiene prueba alguna de que haya un infierno eterno—respondió ella.—Si tal lugar hubiese, el Libro sagrado lo mencionaría.1TS 39.6
—¿Cómo es eso, mamá?—repliqué yo, asombrada.1TS 39.7
—Es muy extraño que digas tal cosa. Si crees en tan rara teoría, no se la comuniques a nadie, porque temo que los pecadores se considerarían seguros con ella y nunca desearían buscar al Señor.1TS 40.1
—Si es una sana verdad bíblica—respondió mi madre,—en vez de impedir la salvación de los pecadores, será el medio de ganarlos para Cristo. Si el amor de Dios no induce al rebelde a someterse, no le moverán al arrepentimiento los terrores de un infierno eterno. Además, no parece un medio muy a propósito para ganar almas a Jesús, recurrir al abyecto temor, uno de los más inferiores atributos de la mente humana. El amor de Jesús atrae; y subyugará al más empedernido corazón.1TS 40.2
Hasta pasados algunos meses después de esta conversación, no volví a oir nada más referente a dicha doctrina. Pero durante este tiempo reflexioné muchísimo sobre el asunto; así que cuando oí una predicación en que se expusiera, creí que era la verdad. Desde que la luz acerca del sueño de los muertos alboreó en mi mente, desvanecióse el misterio que envolvía la resurrección y este grandioso acontecimiento asumió nueva y sublime importancia. A menudo habian conturbado mi mente los esfuerzos que hiciera para conciliar la idea de la inmediata recompensa o castigo de los muertos con el indudable hecho de la futura resurrección y juicio. Si, al morir el hombre, entraba su alma en el goce de la eterna felicidad o caía en la eterna desdicha, ¿de qué servía la resurrección del pobre cuerpo reducido a polvo?1TS 40.3
Pero esta nueva y hermosa creencia me descubría la razón de que los inspirados autores de la Biblia insistieran tanto es la resurrección del cuerpo. Era porque todo el ser dormía en el sepulcro. Entonces me dí cuenta de la falacia de nuestro primitivo criterio sobre el asunto.1TS 40.4