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Testimonios Selectos Tomo 1 - Contents
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    Capítulo 27—Las dos coronas

    Debajo de esa corona había otro cetro y sobre él otra corona, en cuyo centro había joyas, oro y plata, que reflejaban algo de luz. La inscripción de esta corona era: “Tesoros terrenos. La riqueza es poder. Todos los que me ganen tendrán honor y fama.” Vi una grande multitud que porfiaba por obtener esta corona. Todos clamaban por ella, y algunos, con tal ahinco que parecían desprovistos de razón. Se herían unos a otros, echaban para atrás a los más débiles y pisoteaban a quienes caían en su apresuramiento. Algunos agarraban ansiosamente las preseas de la corona y las retenían con vigoroso empeño. Otros tenían los cabellos blancos como la plata y sus rostros estaban surcados de arrugas causadas por la inquietud y la ansiedad. No hacían caso ni de sus propios parientes, carne de su carne y hueso de sus huesos, y cuando alguno de ellos los miraba con mucho anhelo, se asían más firmemente a sus tesoros como si temieran que en un momento de descuido perdieran parte de ellos, o se les obligara a compartirlos con los reclamantes. Sus ansiosos ojos se clavaban en la corona terrenal, y contaban y recontaban sus tesoros.1TS 159.1

    Aparecieron entre la multitud figuras que personificaban la penuria y la miseria, y miraban anhelosamente los tesoros y se volvían desesperanzados porque el fuerte se sobreponía y rechazaba al débil. Sin embargo, no cejaban en su empeño y con una multitud de contrahechos, enfermizos y viejos, trataban de abrirse paso hacia la corona terrenal. Algunos morían mientras intentaban alcanzarla. Otros sucumbían en el momento de asirla, y otros, después de tenerla un instante en las manos. El suelo estaba sembrado de cadáveres, y no obstante, la multitud se apretujaba y avanzaba pisoteando los cadáveres de sus compañeros. Todos los que alcanzaban la corona poseían parte de ella y eran aplaudidos calurosamente por la interesada compañía que con anhelo rodeaba la corona.1TS 160.1

    Una numerosa hueste de ángeles malos estaba muy atareada. Satanás permanecía en medio de ellos, y todos miraban con extremada satisfacción a la multitud que luchaba por la corona. Satanás parecía lanzar un peculiar ensalmo sobre quienes más afanosamente la apetecían.1TS 160.2

    Muchos de los que buscaban esta corona terrenal eran cristianos de nombre y algunos parecían tener un poco de luz; pero, si bien miraban deseosos la corona celeste y a veces parecían encantados de su hermosura, no tenían verdadero concepto de su valía y belleza. Mientras con una lánguida mano trataban de alcanzar la celeste, con la otra se esforzaban con afán en lograr la terrena, determinados a poseerla, y perdían de vista la celeste. Quedaban en tinieblas; y sin embargo, iban a tientas ansiosos de asegurarse la corona terrena.1TS 160.3

    Otros se disgustaban de seguir con quienes tan afanosamente la buscaban, y, denotando cierto recelo de sus peligros, se apartaban de ella para ir en busca de la celeste. El aspecto de éstos se transmutaba muy luego de tinieblas a luz, de melancolía a placidez y santo júbilo.1TS 161.1

    Después vi una hueste que, con la vista intencionadamente fija en la corona celeste, se abría paso a través de la multitud. Y mientras se apresuraba por entre la desordenada muchedumbre, los ángeles la asistían y le daban espacio para avanzar. Al acercarse a la corona celeste, la luz que ésta despedía brilló sobre los miembros de dicha compañía y alrededor de ellos disipó las tinieblas, y fué aumentando su fulgor hasta transformarlos a semejanza de los ángeles. No echaron ni una sola mirada para atrás, sobre la corona terrenal. Los que iban en busca de ésta se mofaban de ellos y les arrojaban pelotillas negras que por cierto no les inferían daño alguno mientras sus ojos estuviesen fijos en la corona celeste; pero quienes volvían su atención a la pelotillas negras quedaban manchados por ellas. Entonces se me representó a la vista el siguiente pasaje de la Escritura:1TS 161.2

    “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan; mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan: porque donde estuviere vuestro tesoro allí estará vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo: así que, si tu ojo fuere sincero, todo tu cuerpo será luminoso: mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso. Así que, si la lumbre que en ti hay son tinieblas, ¿cuántas serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro: no podéis servir a Dios y a Mammón.” Mateo 6:19-24.1TS 161.3

    Después todo lo que yo había visto se me explicó como sigue:1TS 162.1

    La multitud que tan afanosamente porfiaba por la corona terrenal estaba compuesta por los que aman los tesoros de este mundo y se dejan engañar y lisonjear por sus efímeras atracciones. Vi algunos que, a pesar de llamarse discípulos de Jesús, son tan ambiciosos de tesoros terrenales que pierden el amor a los celestes, obran según el mundo y Dios los tiene por mundanos. Dicen que buscan una corona inmortal, un tesoro en los cielos; pero su interés y su principal tesoro está en adquirir tesoros terrenales. Quienes tienen sus tesoros en este mundo y aman sus riquezas, no pueden amar a Jesús. Podrán pensar que son justos, y aunque se aferran miserablemente a sus posesiones, no se les puede convencer de ello; no son capaces de reconocer que aman más el dinero que la causa de la verdad o los tesoros celestes.1TS 162.2

    “Así que, si la lumbre que en ti hay son tinieblas, ¿cuántas serán las mismas tinieblas?” En la experiencia de los tales llega un punto en que, por no cuidar de la luz que se les dió, ésta se convierte en tinieblas. El ángel dijo: “No podéis amar y adorar los tesoros de la tierra y al propio tiempo poseer verdaderas riquezas.”1TS 162.3

    Cuando vino a Jesús el joven que le dijo: “Maestro bueno, ¿qué haré para poseer la vida eterna?” Jesús le dió a elegir entre dos cosas: o se separaba de sus posesiones y obtenía la vida eterna, o guardaba aquéllas y perdía ésta. El apreció sus riquezas más que el tesoro celestial. La condición de separarse de sus tesoros y darlos a los pobres, a fin de hacerse seguidor de Cristo y tener la vida eterna, ahogó su buen deseo, y se fué triste.1TS 162.4

    Aquellos que me fueron mostrados afanosos de la corona terrenal eran los que recurren a toda clase de medios para adquirir posesiones. En este punto llegan hasta la locura. Todos sus pensamientos y energías se enfocan en el logro de riquezas terrenas. Pisotean el derecho ajeno, oprimen al pobre y al jornalero en su salario. Si pueden, se prevalen de los que son más pobres y menos astutos que ellos, para acrecentar sus riquezas, sin vacilar un momento en oprimirlos aunque los arrastren a la mendicidad.1TS 163.1

    Los de canos cabellos y semblante arrugado por la inquietud, eran los ancianos que, a pesar de quedarles pocos años de vida, se afanaban en asegurar sus tesoros terrenales. Cuanto más cerca estaban del sepulcro, tanto mayor era su afán de aferrarse a ellos.1TS 163.2

    Sus propios parientes no recibían beneficio alguno. Para ahorrar algo de dinero, dejaban a los miembros de sus familias que trabajasen más allá de sus fuerzas. Y no empleaban ese dinero para el bien ajeno ni para el propio. Les bastaba saber que lo poseían. Cuando se les presenta su deber en cuanto a aliviar las necesidades de los pobres y sostener la causa de Dios, se entristecen. Aceptarían gustosos el don de la vida eterna, pero no quieren que les cueste algo. Las condiciones son demasiado duras. Pero Abrahán no retuvo a su unigénito hijo. En obediencia a Dios podía sacrificar a este hijo de la promesa más fácilmente de lo que muchos sacrificarían algunos de sus bienes terrenos.1TS 163.3

    Era penoso ver a quienes hubieran podido madurar gloriosamente y disponerse día por día a la inmortalidad, emplear todas sus fuerzas en retener sus tesoros terrenales. Vi que no eran capaces de estimar el tesoro celeste. Su intenso afecto a lo terreno, les impelía a demostrar en sus actos que no estimaban lo bastante la celeste herencia para sacrificarse por ella.1TS 163.4

    El “joven” manifestaba disposición a guardar los mandamientos, y sin embargo, nuestro Señor le dijo que una cosa le faltaba. Deseaba la vida eterna, pero amaba más sus bienes. Muchos se engañan a sí mismos. No han buscado la verdad como a tesoro escondido. No sacan el mejor partido posible de sus facultades. Su mente, que podría ser iluminada por la luz celestial, está perturbada y perpleja. “Los cuidados de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias que hay en las otras cosas, entrando ahogan la palabra, y se hace infructuosa,” “Los tales—dijo el ángel,—están sin excusa.” Vi que la luz se apartaba de ellos. No deseaban comprender las solemnes e importantes verdades para este tiempo, y pensaban que estaban bien sin comprenderlas. Su luz se apagó y quedaron andando a tientas en las tinieblas.1TS 164.1

    La multitud de contrahechos y enfermizos que porfiaban por la corona terrenal eran aquellos que tienen sus intereses y tesoros en este mundo. Aunque por todas partes les hiera el desengaño, no pondrán sus afectos en el cielo para asegurarse allí una morada y un tesoro. Por más que fracasan en la tierra, prosiguen adheridos a ella y pierden lo celeste. No obstante los desengaños y la desdichada vida y muerte de quienes pusieron todo su empeño en el logro de riquezas materiales, otros siguen el mismo camino. Se precipitan intensamente, sin reparar en el miserable fin de aquellos cuyo ejemplo siguen.1TS 164.2

    Aquellos que alcanzaban la corona y lograban una participación en ella y eran aplaudidos, son los que obtienen el único anhelo de su vida: las riquezas materiales. Reciben aquel honor que el mundo otorga a los ricos. Tienen influencia en el mundo. Satanás y sus malignos ángeles quedan satisfechos, porque conocen que los tales son seguramente suyos, y que, mientras vivan en rebelión contra Dios, son poderosos agentes de Satanás.1TS 164.3

    Los que acaban por disgustarse con quienes se afanan por la corona terrenal, son los que han reparado en la vida y muerte de quienes luchan por las riquezas terrenas, pues ven que éstos nunca están satisfechos sino que son desgraciados. Por esto se ponen en guardia y, apartándose de los egoístas, buscan las verdaderas y perdurables riquezas.1TS 165.1

    Se me mostró que quienes, asistidos por los santos ángeles, se abren paso a través de la multitud en busca de la corona celeste son los del fiel pueblo de Dios. Los ángeles los guían y les infunden celo para ir adelante en demanda de los tesoros celestes.1TS 165.2

    Las pelotillas negras que se arrojaban contra los santos eran las maledicencias y falsedades difundidas contra el pueblo de Dios por quienes mienten y gustan de la mentira. Hemos de tener mucho cuidado en observar irreprensible conducta y abstenernos de toda apariencia de mal, a fin de marchar airosamente hacia adelante sin hacer caso de los falsos vituperios de los malvados. Cuando la vista de los justos se fija en los inestimables tesoros del cielo, se acrecienta más y más su semejanza con Cristo, con lo que quedarán así transformados y dispuestos para la traslación al cielo.1TS 165.3

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