Capítulo 16—A la pequeña Grey
Queridos hermanos: Voy a referir una visión que me dió el Señor el 26 de enero de 1850. Vi que algunos de los hijos de Dios están amodorrados, soñolientos o despiertos tan sólo a medias, sin advertir en qué tiempo vivimos ... ni el peligro que corren algunos en cuanto a ser arrebatados. Le rogué a Jesús que los salvara, que les dejase un poco más de tiempo para que vieran el peligro y se prepararan antes de que fuese para siempre demasiado tarde. El ángel dijo: “La destrucción viene como un violento torbellino.” Le supliqué al ángel que se compadeciese y salvase a quienes amaban al mundo y estaban apegados a sus bienes, sin voluntad para desprenderse de ellos, y sacrificarse con el fin de que pudiesen mandar veloces mensajeros que alimentaran a las hambrientas ovejas que perecían por falta de nutrición espiritual.1TS 105.1
Me fué tan penoso el espectáculo de las pobres almas moribundas por falta de la verdad presente, y el de algunos que a pesar de profesar creerla, las dejaban morir por no proporcionar los medios necesarios para proseguir la obra de Dios, que le rogué al ángel que lo apartara de mi vista. Vi que cuando la causa de Dios exigía de algunos el sacrificio de sus haciendas, como el joven que se llegó a Jesús (Mateo 19:16-22), se volvían tristes; pero que muy luego el inminente azote se descargaría sobre ellos y les arrebataría todas sus posesiones, y entonces sería ya demasiado tarde para sacrificar los bienes terrenos y allegar un tesoro en el cielo.1TS 105.2
Vi después al glorioso Redentor, incomparablemente bello, que dejando su reino de gloria vino a este obscuro y desolado mundo para dar su preciosa sangre y morir, él, justo, por los injustos. Mientras estuvo cargado con la pesadumbre de los pecados del mundo, soportó las befas, escarnios, la trenzada corona de espinas y sudó gotas de sangre en el huerto. El ángel me preguntó: “¿ Por quién esto?” ¡Oh! yo veía y comprendía que era por nosotros; que por nuestros pecados sufrió todo aquello; y que con su preciosa sangre podía redimirnos para Dios.1TS 105.3
Después vi de nuevo a quienes repugnaba destinar sus bienes terrenales a la salvación de las perecientes almas, enviándoles la verdad mientras Jesús permanecía ante el Padre ofreciendo por ellas su sangre, sufrimientos y muerte, y mientras los mensajeros de Dios aguardan dispuestos a llevarles la salvadora verdad a fin de que reciban el sello del Dios vivo. Es muy deplorable que a algunos de los que profesan la verdad presente, les duela un sacrificio tan leve como entregar a los mensajeros el propio dinero de Dios, que él les concedió para que lo administrasen.1TS 106.1
Otra vez se me apareció en sus sufrimientos el paciente Jesús, cuyo profundo amor le movió a dar la vida por los hombres. También vi la conducta de quienes, diciéndose ser discípulos de él, prefieren guardar los bienes terrenos a auxiliar la causa de salvación. El ángel preguntó: “¿Pueden éstos entrar en el cielo?” Otro ángel respondió: “¡No! ¡nunca, nunca, nunca! Quienes no hayan mostrado interés por la causa de Dios en la tierra, no podrán jamás cantar en el cielo el himno de amor redentor.” Vi que la rápida obra que Dios estaba haciendo en la tierra iba pronto a ser abreviada en justicia, y que los mensajeros deben correr velozmente en busca de las descarriadas ovejas.1TS 106.2
El potente zarandeo ha comenzado y proseguirá de suerte que aventará a cuantos se nieguen a alzarse gallardamente en favor de la verdad y sacrificarse por Dios y su causa. El ángel dijo: “¿Acaso os figuráis que alguien será obligado al sacrificio? No, no. Debe ser una ofrenda de libre voluntad. Se ha de vender todo para comprar el campo.” Yo clamé a Dios en súplica para que perdonara a su pueblo, entre el cual había algunos desfallecidos y moribundos, pues vi que llegaban rápidamente los juicios del Todopoderoso y le rogué al ángel que hablara en su propio lenguaje a las gentes. Pero él respondió: “Todos los truenos y relámpagos del Sinaí no conmoverían a los incapaces de conmoverse por las evidentes verdades de la palabra de Dios, ni tampoco los despertaría el mensaje de un ángel.”1TS 106.3
Entonces contemplé la pureza y hermosura de Jesús. Su ropaje era más blanco que el blanco más deslumbrante. No hay lengua alguna que pueda describir su gloria y ensalzada hermosura. Todos cuantos guarden los mandamientos de Dios entrarán por las puertas en la ciudad, y tendrán derecho al árbol de la vida y estarán siempre en presencia de Jesús.1TS 107.1
Se me señaló el caso de Adán y Eva en el Edén. Comieron de la fruta prohibida y fueron arrojados del jardín; y después la flamígera espada guardó el árbol de vida para que no participasen de su fruto y fuesen inmortales pecadores. El árbol de vida daba perpetua inmortalidad. Oí que el ángel preguntaba: “¿Quién de la familia de Adán ha traspasado el círculo de la flamígera espada y participado del árbol de vida?” Y oí a otro ángel que contestaba: “Ninguno de la familia de Adán ha traspasado aquella flamígera espada ni ha participado del árbol; de modo que no hay pecador inmortal. El alma que pecare, ésa morirá de muerte eterna, una muerte que durará para siempre sin esperanza de resurrección, y entonces se apaciguará la ira de Dios.1TS 107.2
“Los santos permanecerán en la ciudad santa y reinarán como reyes y sacerdotes por mil años. Entonces descenderá Jesús con los santos sobre el monte de las Olivas y el monte se hendirá para convertirse en dilatada llanura donde se asiente el paraíso de Dios. El resto de la tierra no quedará purificado hasta pasados los mil años, cuando resuciten los impíos y se congreguen en torno de la ciudad. Los pies de los malvados nunca profanarán la renovada tierra. Caerá fuego del Dios del cielo para devorarlos y quemarlos de rama y raíz. Satanás es la raíz y sus hijos las ramas. El mismo fuego que devore a los malvados purificará la tierra.” 1TS 107.3
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Ruego a Dios que mis hermanos se den cuenta de que el mensaje del tercer ángel significa mucho para nosotros, y que la observancia del verdadero día de reposo ha de ser la señal que distingue a aquellos que sirven a Dios de aquellos que no le sirven. Despiértense los que se volvieron soñolientos e indiferentes. Somos llamados a ser santos, y debemos evitar cuidadosamente de dar la impresión de que es de poca importancia que conservemos o no los rasgos peculiares de nuestra fe. Sobre nosotros recae la áurea obligación de sostener más decisivamente la verdad y la justicia que en lo pasado. La línea de demarcación entre quienes guardan los mandamientos y quienes no los guardan, se ha de revelar con claridad inequívoca.1TS 108.1