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Testimonios Selectos Tomo 1 - Contents
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    Capítulo 8—Llamada a viajar

    En mi segunda visión, unos ocho días después de la primera, el Señor me mostró las pruebas que yo iba a tener que sufrir, y me dijo que debía ir y relatar todo cuanto él me había revelado. Se me mostró que mis trabajos tropezarían con recia hostilidad, que la angustia me desgarraría el corazón; pero que, sin embargo, la gracia de Dios bastaría para sostenerme en todo ello.1TS 64.1

    Al salir de esta visión, me sentí sumamente conturbada, porque en ella se me señalaba mi deber de ir entre la gente y presentar la verdad. Estaba yo tan delicada de salud que siempre me aquejaban sufrimientos corporales, y según las apariencias no prometía vivir mucho tiempo. Contaba a la sazón diecisiete años, era menudita y endeble, sin trato social y naturalmente tan tímida y apocada que me era muy penoso encontrarme entre personas desconocidas.1TS 64.2

    Durante algunos días, y más aún por la noche, rogué a Dios que me quitase de encima aquella carga y la transfiriese a alguien más capaz de sobrellevarla. Pero no se alteró en mí la conciencia del deber, y continuamente resonaban en mi oído las palabras del ángel: “Comunica a los demás lo que te he revelado.”1TS 64.3

    Hasta entonces, cuando el Espíritu de Dios me había inspirado el cumplimiento de un deber, me había sobrepuesto a mí misma, olvidando todo temor y timidez al pensar en el amor de Jesús y en la admirable obra que por mí había hecho.1TS 64.4

    Pero me parecía imposible llevar a cabo la labor que a la sazón se me encargaba, pues temía fracasar de seguro en cuanto la intentase. Las pruebas que la acompañaban me parecían superiores a mis fuerzas. ¿Cómo podría yo, tan jovencita, ir de un sitio a otro para declarar a la gente las santas verdades de Dios? Tan sólo de pensarlo me estremecía de terror. Mi hermano Roberto, que tenía solamente dos años más que yo, no podía acompañarme, pues era de salud delicada, y su timidez era mayor que la mía; y nada podría haberle inducido a dar un paso tal. Mi padre tenía que sostener a su familia y no podía abandonar sus negocios; pero él me aseguró repetidas veces que si Dios me llamaba a trabajar en otros puntos, no dejaría de abrir el camino delante de mí. Pero estas palabras de aliento daban poco consuelo a mi abatido corazón; y mi senda se me aparecía cercada de dificultades que no podía vencer.1TS 64.5

    Deseaba la muerte para librarme de la responsabilidad que sobre mí se amontonaba. Por fin perdí la dulce paz que durante tanto tiempo había disfrutado y nuevamente se apoderó de mi alma la desesperación.1TS 65.1

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