Un profundo pesar
Ahora bien, siento un gran pesar. Lo he experimentado prácticamente desde la reunión de Minneápolis y les diré por qué. Porque Dios me ha estado hablando, como lo ha hecho durante los últimos cuarenta y cinco años. He presentado sus mensajes, y los hermanos hanSE1 133.2
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Sermón presentado en Battle Creek, Michigan, el 16 de marzo de 1890. Manuscrito 2, 1890. conocido y han visto sus frutos. Sin embargo, la incredulidad se ha introducido en nuestro medio. Pero, ¿por qué? Porque ellos aceptan el testimonio de otro, y han sido muy crédulos respecto a eso. Ahora bien, si se habla de la manifiesta presencia del Espíritu de Dios, ellos reconocerían al instante al Espíritu, si este morara en ellos. Pero el problema es que el Espíritu no está en ellos, y ellos no han estado escudriñando esas manifestaciones para comprobar si son verdaderas.
Me sentí de esa forma en Minneápolis porque he visto que todos los que han asumido una posición similar a la que algunos manifestaron allá, se hundirán en el más oscuro escepticismo. ¿No hemos visto repetirse esto una y otra vez? Cuando contemplamos cómo fue probado Cristo cuando vino a la tierra; cuando vemos la dureza de los corazones; cuando observamos lo que el enemigo puede hacer con la naturaleza humana, sembrando la incredulidad en el corazón, uno piensa que esto sería horroroso para nuestras almas. Tan horrible, que no nos aventuraríamos a abrir el corazón a las desgracias del escepticismo y a morar en esa atmósfera, así como ha sucedido desde que estuvimos en Minneápolis.SE1 134.1
Nos preguntamos por qué Cristo oró en medio de una angustia tan grande. No fue por sí mismo, sino que fue por la dureza de sus corazones, a pesar de que él era el camino, la verdad y la vida. Sin embargo, la gente estaba tan endurecida que no lo pudieron reconocer ni aceptar. Cuando ustedes siguieron sus pasos, esa fue mi preocupación. Mientras ellos se aventuraron en la senda de la incredulidad, otros dan los mismos pasos hoy y mi angustia es la misma de Cristo. Se están colocando donde Dios no podrá alcanzarlos. A Dios no le quedarán flechas en su aljaba.SE1 134.2
Me siento así en cada reunión donde he estado. Pienso que hay una corriente de escepticismo. Es algo tan notorio como siempre lo ha sido. Puedo dirigirme a los incrédulos como Jesús cuando le habló a la mujer samaritana, y ella vino y escuchó; puedo ir también a aquellos que nunca han escuchado la verdad. Probablemente sus corazones serán más susceptibles que aquellos han estado en la verdad y han recibido evidencias respecto a la obra de Dios, pero lo excusan todo diciendo: «Oh, no sabíamos que algunas cosas fueran así”. Cuando tengamos el Espíritu de Dios en nuestros corazones, él nos hablará. Ahí radica el problema. Cuando ven que Dios está obrando de una manera, comienzan a obstaculizar la obra de Dios utilizando todas sus facultades mentales, su poder intelectual y su oratoria, como ha sido el caso en este lugar. Permítanme decirle que el testimonio será el siguiente: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que en vestidos ásperos y ceniza se habrían arrepentido” (Mat. 11: 21).SE1 134.3
Sé de lo que estoy hablando, y como no espero tener muchas oportunidades de hacerlo, lo diré nuevamente: «Caigan sobre la roca». No les doy ninguna esperanza a menos que ustedes hagan esto. Estoy contenta; sí, agradezco mucho que algunos estén comenzando a darse cuenta que hay luz para nosotros. Si deseamos permanecer en un sótano, podemos hacerlo; pero la única opción para cualquiera de nosotros es pelear la buena batalla de la fe. No es algo que ocurrirá de forma natural; sino que tendremos que pelear esa buena batalla de la fe, en vez de absorber toda la contaminación de la incredulidad. Si hay alguna insinuación de incredulidad, de inmediato es aceptada.SE1 135.1