La verdad y el error
Dichos «mandamientos” habían llegado a ser tan engrandecidos, y se habían escuchado tanto las erróneas interpretaciones de la Escritura de parte de los gobernantes y maestros, que los oyentes se confundían y les parecía imposible separar la verdad del error, de los misticismos concebidos por Satanás. Asimismo, tampoco podían distinguir lo verdadero de lo falso, lo genuino de lo espurio. Fue gracias a la constante repetición de la verdad y de lo que la verdad significa, que pudieron hacer suyas y entender correctamente lo que el Salvador quiso decir. El Señor estaba lleno; sí, lleno de luz y conocimiento. Cuánto anhelaba compartir aquella plenitud con sus discípulos; pero dijo: «Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” (Juan 16: 12).SE1 160.2
Quiero decirles, queridos amigos, precisamente ahora antes de la segunda venida de Cristo, que ustedes se están mezclando con lo terrenal, con el mundo; sus asuntos, sus preocupaciones y sus perplejidades los acosan. Lo terrenal llega a ser supremo y lo celestial se subordina a lo terrenal. Lo mismo sucedió con los discípulos. A fin de que entendieran las palabras de Dios y de las Escrituras, fue necesario hacer una aplicación de la verdad, recibir una iluminación divina especial que hasta ese momento no habían tenido. Jesús les dijo que cuando el Espíritu descendiera, ese mismo Consolador, les recordaría a ellos todas las cosas que él les había dicho y se les abriría el entendimiento.SE1 160.3
Cuando Cristo se encontró con los dos discípulos que se dirigían a Emaús, ellos vieron en él tan solo a un hombre trabajador semejante a ellos; pero él era el Hijo de Dios resucitado. El forastero les preguntó por qué estaban tan tristes, por qué conversaban con tanta tristeza. Ellos a su vez le preguntaron al desconocido: «¿Cómo, eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido? Que a Cristo, un poderoso hombre, un profeta que fue sumamente poderoso, manos malvadas lo tomaron y lo crucificaron”. Entonces Cristo les recordó las Escrituras, comenzando con Moisés y los profetas. Él continuó y trazó su misma historia, la del Cristo de Dios, y les mostró que todo lo ocurrido estaba registrado allí en las Escrituras. Jesús les explicó las profecías, pero ellos no podían entenderlo.SE1 160.4
Cuando los discípulos llegaron a su morada invitaron a Cristo a que entrara y se quedara con ellos porque ya estaba oscureciendo. Sin embargo, al partir el pan, él se les reveló. Pudieron, por la manera en que él manipuló el pan, ver los mismos gestos, las costumbres de Cristo, y luego las crueles marcas de su crucifixión; luego, él desapareció de su vista. Se volvieron uno al otro y dijeron: «¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?” (Luc. 24: 32). ¿Qué fue lo que ocasionó que sus corazones «ardieran en su interior”? Fue el poder revelador que había en las Escrituras lo que revivió su fe.SE1 161.1
Cuando escudriñamos las Escrituras con corazón humilde, cuando nos asimos fielmente de la verdad tal como está esbozada en la Biblia, cuando creemos que son ciertas y verdaderas, el corazón se calentará y arderá con el amor de Dios. Entonces desde lo más profundo de nuestros corazones podremos decir: «¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros?». Nos damos cuenta de esto una y otra vez. En las instituciones donde se han estado estudiando las Escrituras, ¡cómo fluían las lágrimas y qué gozo había en el corazón! No había una pizca de emoción, sino apenas el que había sido recibido por las preciosas joyas de verdad que habían sido reveladas a los oyentes. Esto es lo que necesitamos. Deseamos tener a la Biblia como nuestra norma.SE1 161.2
¿Por qué no es de mayor consuelo para nosotros? Bien, les diré por qué. Cristo ha dicho que «no podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mat. 6: 24). Una cosa se opone a la otra. No importa cuánto tiempo ustedes hayan profesado la religión, aunque haya sido durante veinte o cuarenta años, si no han aprendido a buscar primero el reino de Dios y su justicia, no conocerán a Dios. Tampoco estarán familiarizados con Jesucristo si permiten que el espíritu del mundo penetre y arrope sus mentes acaparando toda la atención.SE1 161.3